24 DE MARZO
Syra
Vallalain de Franconetti, Graciela Wagner, Cristina Comandé y Lucía
Beatriz Fariña son integrantes históricas de la Comisión Vesubio y
Puente 12. Tras catorce años de espera de un juicio que nunca llega y
que ahora les prometieron que comenzaría en agosto, hablan de los lazos
de amistad profunda que tejieron en medio de su lucha y las heridas
abiertas que transformaron en redes de acompañamiento y búsqueda de la
verdad, contra el negacionismo y el retroceso de las políticas de
derechos humanos.
(Imagen: Sebastián Freire)
Cuatro
mujeres están sentadas alrededor de una mesa escuchándose con devoción
amorosa, diciendo cada una lo que, advierte, va a atravesarle el alma y
el cuerpo hasta el día de su muerte. Esa palabra que podría flotar densa
logran convertirla sin embargo en un impulso de vida. Todas ellas, Syra
Vallalain de Franconetti, Graciela Wagner, Cristina Comandé y Lucía
Beatriz Fariña, integrantes de la Comisión Vesubio y Puente 12,
familiares de víctimas y sobrevivientes de esos centros clandestinos de
detención, construyen desde hace décadas una investigación minuciosa de
las aberraciones y las condiciones infrahumanas a las que fueron
sometidas cientos de personas que permanecen desaparecidas o fueron
asesinadas. El trabajo sostenido a partir de testimonios, fotos,
informaciones mínimas que se constituyeron en pieza clave para lograr la
detención de represores es la cartografía precisa donde este 24 de
marzo las encuentra de pie y en un clamor popular al que hay que
atesorar más que nunca de Memoria, Verdad y Justicia. Las señales de
peligro se inscriben con salvajismo en la demora gravísima de los
juicios y la falta de decisión para acelerar estos procesos, en el
negacionismo que Mauricio Macri y compañía hacen de la defensa de los
derechos humanos, sus intentos permanentes de banalizar la cifra de
detenidxs desaparecidxs durante la dictadura, en el intento fallido de
decretar el 24 feriado móvil, y ahora en las flamantes disposiciones que
habilitan la destrucción de expedientes originados entre 1941 y 1982 y
que deberían ser resguardados. Pero la marcha histórica que hoy vuelven a
trazar miles en las calles y en las plazas es barrera y freno contra
estos y otros atropellos violentos que se siguen derramando sobre las
militancias, lxs trabajadorxs, las mujeres, las niñas y jóvenes
criminalizados por manifestarse, las disidencias sexuales y todo aquello
que incomode para seguir articulando un poder masivo e insoslayable.
Syra, Graciela, Cristina y Lucía conocen de sobra estos hilos que ellas
mismas tejen con paciencia tenaz y que obligan casi sin respiro a
ajustar sentidos. Desde 2003 esperan el juicio que podría comenzar el 14
de agosto, y a las declaraciones anticipadas de noviembre de 2016 se le
suman ahora una segunda llamada el 28 de abril próximo. “Este año hay
algo que excede la fecha del 24 de marzo, con el antecedente de las
movilizaciones de los docentes, el Paro Internacional de las Mujeres y
la marcha de la CGT”, reflexiona Lucía. “Creo que esta vez el 24 es un
aglutinante. Por un lado tenemos la memoria de lo que pasó hace cuarenta
años y la memoria de la lucha también. Ahora la marcha es por los
derechos humanos perdidos en aquel momento y por los derechos que hoy
queremos recuperar y no volver a perderlos.”
Lucía: –Y siempre surge algo nuevo. Se abrió otro campo relacionado con Puente 12, cerca del predio en autopista Riccheri y Camino del Buen Ayre, que ellos llamaban La Enfermería o El Hospital, que funcionaba en la ruta 205, adonde llevaban a mujeres embarazadas y otras compañeras. Sin distingos, lo importante es la justicia por las víctimas.
Graciela: –Algunos compañeros reniegan de ese término. Existe todo un debate en torno del tema: no eran víctimas porque eran combatientes. Pero en cierta medida la condición de víctima existe porque ningún combatiente merecía estar encerrado, torturado, muerto o desaparecido.
Cristina: –Sí, pero a ninguno de los sobrevivientes nos gusta que nos llamen víctimas.
L.: –Fuimos víctimas en ese momento, después tratamos de hacer algo con esa situación. No nos quedamos en quejarnos, le dimos un sentido positivo, que en última instancia es darle un sentido a la vida.
C.: –Porque creemos también que estamos vivos para dar testimonio. Y eso es lo que falta. Hay un montón de personas que han pasado por campos y todavía no declararon porque tienen miedo. A todos nos pasó eso. Y nos ofrecemos a acompañarlos de la manera que sea. Pero necesitamos que brinden su testimonio.
Syra: –La gente que se acercó y pudo hablar, realmente se ha sentido mejor después.
Syra Villalain de Franconetti tiene 90 años. A los 87 relató al detalle ante el Tribunal Oral Federal N° 5, en la causa ESMA, las circunstancias y las fechas de 1977 en que se llevaron a tres de sus siete hijos. Eduardo Alvaro, Ana María, Adriana María y las parejas de éstas permanecen desaparecidos. Otras tres hijas se exiliaron y una cuarta se quedó en la Argentina. Su marido, el médico Eduardo Manuel Franconetti, a quien detuvieron en la madrugada del 17 de febrero de ese año junto con su hijo, fue liberado a la mañana siguiente pero llegó a oír desde la celda del sótano donde lo encerraron los gritos del chico cuando era torturado. El hombre murió de tristeza a los 64 años. Con el tiempo se supo que los hermanos Eduardo y Ana María fueron vistos en el centro clandestino el Atlético. “Quiero destacar entre las secuelas de la represión del terrorismo de Estado la destrucción de tantas familias como la mía”, declaró Syra. Su búsqueda personal y dolorosa se colectivizó primero en la Asociación de Detenidos Desaparecidos y años después en la creación de la Comisión Vesubio Puente 12, donde sigue investigando. “He desarrollado una capacidad especial para la búsqueda, parezco un perro de caza”, bromea. “Siempre seguí buscando a mis hijos. Después la tarea de todas las madres se sociabiliza y se actúa en equipo, aunque yo trabajé sola por mi modo de ser y porque no estaba de acuerdo en muchas cosas. Con el tiempo me dediqué a la búsqueda de cualquier desaparecido, no me limité a los que eran del Atlético o de la Esma. Empecé a ir a la Secretaría de Derechos Humanos y llegué a hacer un trabajo de investigación y archivo ordenado, al igual que tantas madres, como Adelina de Alaye en La Plata, que donó su archivo. Chicha Mariani tiene su archivo extraordinario también y el trabajo de Nora Cortiñas es para el Premio Nobel.”
Muchas personas consideran que el trabajo que usted realiza es sanador.
–El dolor que uno tiene deja heridas abiertas porque eso nunca se va a borrar. Por otro lado, pienso que biológicamente la pérdida de una hija o un hijo es terrible. Pero fue una realidad y no un caso fortuito, porque creo que hubiera tomado mejor las cosas si mis hijos hubieran muerto en un accidente. Pero no fue así. Los buscaron y los llevaron simplemente porque tenían ideas distintas de las de los tipos que estaban detentando un poder que nadie les había dado. Y no eran los únicos. Fueron 30.000 y más, porque todos los que quedamos tenemos un pedazo nuestro que está desaparecido y no solamente física sino intelectualmente. Quedás enferma, disminuida, y es una cosa de la que difícilmente se puede salir. En lo personal, pienso que no se sale nunca.
Una de sus nietas, la hija de Adriana María, tiene 40 años y un hijo de 5. “Hace un pilón de años que esta chica está en nuestra vida.” A Syra le preocupa que su bisnieto, el pequeño Vicente, “un muñeco”, no se parezca a ninguno de la familia. Imagina con pena que la imagen de su hija mayor desaparecida llegue a diluirse. “Que no quede nada concreto, nada vivo, que tenga su imagen. Se me dio por pensar que esta pobre hija mía no va a tener nadie que se le parezca. Tonterías, ya ves. Pero una se agarra de esas cosas.”
Que la confesión no engañe. Es inútil sospechar cierta fragilidad en esa dama de cabellos blancos y perlas al cuello que por años recorrió kilómetros en busca de datos, alojó a los necesitados, dedicó desvelos al consuelo de otras porque siempre vio más allá de lo que las trampas de la desolación borroneaba. Cabeza inquieta, quiere que lo inconcluso encuentre siempre una salida probada y justiciera.
Cristina dice que Syra es la referente de la Comisión y del grupo de compañeras que ya entrado el 2000 decidieron compartir senderos de lucha pero también esas facetas de la vida que envuelven complicidades de alegría. “Ella es nuestro modelo a seguir. No damos un paso sin consultarle. Es una madre que ha sufrido la desaparición de su hijo, hijas y yernos, pero de alguna manera la sentimos nuestra mamá. Le contamos las cosas que nos pasan y siempre ha tenido una palabra, un gesto, un mimo, una expresión de contención para cualquiera de nosotras y en las circunstancias que le tocaran vivir en ese momento.” El 16 de septiembre de 1976, luego del cumpleaños de su mamá, Cristina fue secuestrada de la casa por una patota que encerró a la familia en el baño, saqueó la vivienda y la mantuvo cautiva y bajo tormentos en Puente 12 hasta el 30 de diciembre, cuando los represores volvieron a dejarla en su casa. “Fueron 105 días siniestros, 105 días terribles que marcaron mi vida para siempre”, declaró en noviembre último en el Tribunal Oral Federal N° 6 de la Ciudad de Buenos Aires, encargado de tomar los testimonios anticipados. Puente 12 funcionó en terrenos de la Ricchieri y Camino de Cintura entre 1974 y abril de 1977, estaba administrado por la Policía bonaerense junto con el Ejército y con participación de fuerzas conjuntas. Frente a ese predio se encontraba El Vesubio y más tarde operó El Banco: llevó años realizar una tarea de reconstrucción entre familiares y sobrevivientes para diferenciar y volver a identificar los CCD y separar las causas de acuerdo con los lugares de cautiverio.
“Todos los familiares y los sobrevivientes llevamos con nosotros las cicatrices. A veces se abren y es doloroso, pero tenemos que seguir, y elegimos seguir viviendo para hacer algo con eso terrible que nos pasó –sostiene Lucía–. Ese algo es la investigación, tratar de que se haga Justicia, encontrar más víctimas.” El tránsito constante de las mujeres de la Comisión por Comodoro Py posibilitó que se abrieran las imputaciones por delitos sexuales en el caso de violaciones y de abusos como la desnudez de los cuerpos delante de los interrogadores, los manoseos y las requisas. “Conseguimos que la Justicia modificara su criterio y ampliara su mirada sobre las imputaciones por las violaciones a las cadenas de mandos”, apunta Graciela. “Esta sensibilización fue un avance colectivo.”
Pero ahí está la Comisión que traduce todo lo que ellas van soñando y coloca la energía en resolver las cosas, arenga Cristina. Está segura de que la sensibilidad no es en vano cuando se ve lagrimear a los jueces y las pruebas avanzan gracias a una insistencia basada en la convicción y en una sensibilidad que alimentan a diario pese a las incertidumbres. “Supe muy poco sobre la desaparición de mi marido, Luis Fabbri. Es más, estuve años pensando que había muerto en un enfrentamiento”, explica Graciela. “Entonces viví un exilio interno en el sentido de que no podías hablar con nadie y tenía que decirle a mi hija otra cosa para que no estuviera sufriendo en la escuela el peso del ocultamiento. Lo asumí yo: el papá había muerto en un accidente con los amigos. Pasó mucho tiempo hasta que supimos que había estado en El Vesubio.” Fabbri tenía 30 años cuando fue secuestrado en abril de 1977. En junio fue trasladado y apareció muerto en Monte Grande, en lo que hicieron pasar por un enfrentamiento. Guillermo Suárez Mason y Omar Riveros fueron procesados en Italia por su desaparición.
¿Qué interpretación le dan a estas arremetidas antimemoria del Gobierno y sus voceros?
C.: –Que no les importa porque los derechos humanos no son política de Estado.
L.: –Tiene que ver con ideología, que la tienen, y con la destrucción de la historia. Tienen que armarse su propio relato y hay cosas que no van. Ellos vienen a construir el país nuevo.
C.: –Bueno, es el negacionismo.
Como la polémica que crearon sobre la cifra de desaparecidos para formatear nuevas impunidades.
L.: –Y consideran números a las víctimas de lo que para nosotros fue un genocidio. Pero el debate no es ese porque los desaparecidos, que no volvieron nunca con nosotros, y los asesinados que sí han sido identificados, eran personas, no números para una estadística ni huesitos que se encontraron. Son personas con una identidad, y eso es lo que queremos rescatar.
G.: –Además el tema de los números es de una falsedad tremenda, porque se basan en los de la Conadep, durante el gobierno de Alfonsín. En el medio pasó el gobierno de Estados Unidos, que en 1978 había contabilizado 22.000 desaparecidos. Estamos siendo testigos de un mecanismo perverso y absurdo.
L.: –Pero podemos con esto porque nos acompañamos en esta tarea que elegimos. Uno es testigo hasta el día que se muere, aunque no quiera. Testificar en un juicio es hacer algo por los demás con eso que vos tenés adentro, no es sólo quedarte con el dolor y el recuerdo. Los compañeros que no están no pueden decir nada, pero nosotros sí podemos decir cosas sobre ellos y lo que sufrieron. Creo que es una obligación ética ineludible.
Los juicios también presentan demoras preocupantes.
L.: –Hace catorce años que estamos detrás de este juicio que todavía no se ha concretado. Recién el año pasado logramos realizar las declaraciones anticipadas. Los tiempos judiciales son una modalidad más de tormento para nosotros.
C.: –Lo importante es que Puente 12 tiene una comisión que está mordiendo los talones. Hoy las comisiones son los organismos que pueden aportar datos, tienen entidad y autoridad para hablar con los juzgados, con las víctimas, y son las que pueden impulsar los juicios. Pero a veces llegamos tarde porque los juicios son largos. Cuarenta años después se mueren los testigos y también los represores. Desde que presentamos la querella hasta ahora fallecieron doce compañeros.
“Nos atacan por todos los flancos”, replica Graciela y procura un ánimo que se apoya en las manifestaciones y los movimientos barriales que entiende como los frutos de un período reciente en el que se pudo hablar sobre lo que pasó. “Es alentador ver a esos colectivos que pelean por cuestiones que tienen que ver con derechos humanos de otra época y de esta, para reivindicar los derechos de aquellos que no los tuvieron nunca, para que hoy los pibes no se nos mueran de hambre en un aula o para que no se baje la edad de imputabilidad.”
En algún momento de la vida se anuncia una misión que cumplir y una verdad que revelar susurra Syra, para que otras generaciones sepan abrazar el esfuerzo extraordinario del que salió del infierno. Habrá que ver cómo contrarrestar la estrategia estudiada de los que ahora lastiman. “Es gente muy habilidosa para hacer el mal y todo va dirigido a un fin. Creo que el proyecto del Gobierno es destruir la memoria. Avanzan aplastando para llegar a su meta. Hay que ver cómo con la movilización popular se logra detener o revertirlo. Y esto sucede porque estamos gobernados por gente inescrupulosa.” Asume, con la resistencia escandalizada de las demás, que está vieja y que poco le queda para pelearla, por eso confía en la capacidad de las compañeras y los compañeros que siguen trabajando. “Lo esencial es que la gente asuma una conciencia social, porque los organismos luchan como pueden pero es agotador, y cada día muere una madre. Por eso siento, si me volvés a preguntar, que los que realmente van a llevar la bandera por la Justicia y la Memoria son los sobrevivientes.”
Comisión Vesubio y Puente 12 comisionvesubioypuente12@gmail.com
Facebook: Comisión Vesubio y Puente 12
La vida en un sentido
Nadie es capaz de intuir los sucesos si se aparta de su centro. Cristina da a entender el supuesto, porque le es suficiente enumerar las columnas vertebrales. “Los ejes siguen siendo los mismos de siempre, Memoria, Verdad y Justicia. No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos. Pedimos más que nunca cárcel común y efectiva a todos los genocidas. Tenemos que mostrar desde el campo de los derechos humanos lo grande que somos reclamando Memoria, Verdad y Justicia; que se aceleren los juicios, no a las prisiones domiciliarias. Desde la Comisión convocamos a las personas a dar testimonio para poder tener con nosotros a los compañeros que no están, que son los 30.000. Nosotros somos la voz de los compañeros que no están, así que tenemos la obligación y el derecho de hablar por ellos.”Lucía: –Y siempre surge algo nuevo. Se abrió otro campo relacionado con Puente 12, cerca del predio en autopista Riccheri y Camino del Buen Ayre, que ellos llamaban La Enfermería o El Hospital, que funcionaba en la ruta 205, adonde llevaban a mujeres embarazadas y otras compañeras. Sin distingos, lo importante es la justicia por las víctimas.
Graciela: –Algunos compañeros reniegan de ese término. Existe todo un debate en torno del tema: no eran víctimas porque eran combatientes. Pero en cierta medida la condición de víctima existe porque ningún combatiente merecía estar encerrado, torturado, muerto o desaparecido.
Cristina: –Sí, pero a ninguno de los sobrevivientes nos gusta que nos llamen víctimas.
L.: –Fuimos víctimas en ese momento, después tratamos de hacer algo con esa situación. No nos quedamos en quejarnos, le dimos un sentido positivo, que en última instancia es darle un sentido a la vida.
C.: –Porque creemos también que estamos vivos para dar testimonio. Y eso es lo que falta. Hay un montón de personas que han pasado por campos y todavía no declararon porque tienen miedo. A todos nos pasó eso. Y nos ofrecemos a acompañarlos de la manera que sea. Pero necesitamos que brinden su testimonio.
Syra: –La gente que se acercó y pudo hablar, realmente se ha sentido mejor después.
Syra Villalain de Franconetti tiene 90 años. A los 87 relató al detalle ante el Tribunal Oral Federal N° 5, en la causa ESMA, las circunstancias y las fechas de 1977 en que se llevaron a tres de sus siete hijos. Eduardo Alvaro, Ana María, Adriana María y las parejas de éstas permanecen desaparecidos. Otras tres hijas se exiliaron y una cuarta se quedó en la Argentina. Su marido, el médico Eduardo Manuel Franconetti, a quien detuvieron en la madrugada del 17 de febrero de ese año junto con su hijo, fue liberado a la mañana siguiente pero llegó a oír desde la celda del sótano donde lo encerraron los gritos del chico cuando era torturado. El hombre murió de tristeza a los 64 años. Con el tiempo se supo que los hermanos Eduardo y Ana María fueron vistos en el centro clandestino el Atlético. “Quiero destacar entre las secuelas de la represión del terrorismo de Estado la destrucción de tantas familias como la mía”, declaró Syra. Su búsqueda personal y dolorosa se colectivizó primero en la Asociación de Detenidos Desaparecidos y años después en la creación de la Comisión Vesubio Puente 12, donde sigue investigando. “He desarrollado una capacidad especial para la búsqueda, parezco un perro de caza”, bromea. “Siempre seguí buscando a mis hijos. Después la tarea de todas las madres se sociabiliza y se actúa en equipo, aunque yo trabajé sola por mi modo de ser y porque no estaba de acuerdo en muchas cosas. Con el tiempo me dediqué a la búsqueda de cualquier desaparecido, no me limité a los que eran del Atlético o de la Esma. Empecé a ir a la Secretaría de Derechos Humanos y llegué a hacer un trabajo de investigación y archivo ordenado, al igual que tantas madres, como Adelina de Alaye en La Plata, que donó su archivo. Chicha Mariani tiene su archivo extraordinario también y el trabajo de Nora Cortiñas es para el Premio Nobel.”
Muchas personas consideran que el trabajo que usted realiza es sanador.
–El dolor que uno tiene deja heridas abiertas porque eso nunca se va a borrar. Por otro lado, pienso que biológicamente la pérdida de una hija o un hijo es terrible. Pero fue una realidad y no un caso fortuito, porque creo que hubiera tomado mejor las cosas si mis hijos hubieran muerto en un accidente. Pero no fue así. Los buscaron y los llevaron simplemente porque tenían ideas distintas de las de los tipos que estaban detentando un poder que nadie les había dado. Y no eran los únicos. Fueron 30.000 y más, porque todos los que quedamos tenemos un pedazo nuestro que está desaparecido y no solamente física sino intelectualmente. Quedás enferma, disminuida, y es una cosa de la que difícilmente se puede salir. En lo personal, pienso que no se sale nunca.
Una de sus nietas, la hija de Adriana María, tiene 40 años y un hijo de 5. “Hace un pilón de años que esta chica está en nuestra vida.” A Syra le preocupa que su bisnieto, el pequeño Vicente, “un muñeco”, no se parezca a ninguno de la familia. Imagina con pena que la imagen de su hija mayor desaparecida llegue a diluirse. “Que no quede nada concreto, nada vivo, que tenga su imagen. Se me dio por pensar que esta pobre hija mía no va a tener nadie que se le parezca. Tonterías, ya ves. Pero una se agarra de esas cosas.”
Que la confesión no engañe. Es inútil sospechar cierta fragilidad en esa dama de cabellos blancos y perlas al cuello que por años recorrió kilómetros en busca de datos, alojó a los necesitados, dedicó desvelos al consuelo de otras porque siempre vio más allá de lo que las trampas de la desolación borroneaba. Cabeza inquieta, quiere que lo inconcluso encuentre siempre una salida probada y justiciera.
Cristina dice que Syra es la referente de la Comisión y del grupo de compañeras que ya entrado el 2000 decidieron compartir senderos de lucha pero también esas facetas de la vida que envuelven complicidades de alegría. “Ella es nuestro modelo a seguir. No damos un paso sin consultarle. Es una madre que ha sufrido la desaparición de su hijo, hijas y yernos, pero de alguna manera la sentimos nuestra mamá. Le contamos las cosas que nos pasan y siempre ha tenido una palabra, un gesto, un mimo, una expresión de contención para cualquiera de nosotras y en las circunstancias que le tocaran vivir en ese momento.” El 16 de septiembre de 1976, luego del cumpleaños de su mamá, Cristina fue secuestrada de la casa por una patota que encerró a la familia en el baño, saqueó la vivienda y la mantuvo cautiva y bajo tormentos en Puente 12 hasta el 30 de diciembre, cuando los represores volvieron a dejarla en su casa. “Fueron 105 días siniestros, 105 días terribles que marcaron mi vida para siempre”, declaró en noviembre último en el Tribunal Oral Federal N° 6 de la Ciudad de Buenos Aires, encargado de tomar los testimonios anticipados. Puente 12 funcionó en terrenos de la Ricchieri y Camino de Cintura entre 1974 y abril de 1977, estaba administrado por la Policía bonaerense junto con el Ejército y con participación de fuerzas conjuntas. Frente a ese predio se encontraba El Vesubio y más tarde operó El Banco: llevó años realizar una tarea de reconstrucción entre familiares y sobrevivientes para diferenciar y volver a identificar los CCD y separar las causas de acuerdo con los lugares de cautiverio.
“Todos los familiares y los sobrevivientes llevamos con nosotros las cicatrices. A veces se abren y es doloroso, pero tenemos que seguir, y elegimos seguir viviendo para hacer algo con eso terrible que nos pasó –sostiene Lucía–. Ese algo es la investigación, tratar de que se haga Justicia, encontrar más víctimas.” El tránsito constante de las mujeres de la Comisión por Comodoro Py posibilitó que se abrieran las imputaciones por delitos sexuales en el caso de violaciones y de abusos como la desnudez de los cuerpos delante de los interrogadores, los manoseos y las requisas. “Conseguimos que la Justicia modificara su criterio y ampliara su mirada sobre las imputaciones por las violaciones a las cadenas de mandos”, apunta Graciela. “Esta sensibilización fue un avance colectivo.”
Palabras sanadoras
Cada una a su tiempo se acercó a la Comisión cuando las frases primarias de lo que les había sucedido les permitió hablar sin el temor de sentir que a través de sus relatos podían transmitir el sufrimiento a quienes las escuchaban. De ellas mismas no supieron demasiado, pese a tantos asados y veranos compartidos, charlas de café que les espesaba las risas en una sola y que aun así no lograban ocupar la gran medida de su silencio. Lucía lo lamenta. “Sufrí treinta años pensando que era la única sobreviviente de Puente 12.” Fue secuestrada en la madrugada del 10 de septiembre de 1976 en un operativo de las fuerzas conjuntas en casa de su amiga Alicia Inés Rabinovich de Sandoval, en la provincia de Buenos Aires. Ambas fueron llevadas junto con otros secuestrados a ese CCD. Durante nueve días de cautiverio la sometieron a interrogatorios y torturas, y reconoció a otras personas detenidas-desaparecidas que también sufrieron tormentos.Pero ahí está la Comisión que traduce todo lo que ellas van soñando y coloca la energía en resolver las cosas, arenga Cristina. Está segura de que la sensibilidad no es en vano cuando se ve lagrimear a los jueces y las pruebas avanzan gracias a una insistencia basada en la convicción y en una sensibilidad que alimentan a diario pese a las incertidumbres. “Supe muy poco sobre la desaparición de mi marido, Luis Fabbri. Es más, estuve años pensando que había muerto en un enfrentamiento”, explica Graciela. “Entonces viví un exilio interno en el sentido de que no podías hablar con nadie y tenía que decirle a mi hija otra cosa para que no estuviera sufriendo en la escuela el peso del ocultamiento. Lo asumí yo: el papá había muerto en un accidente con los amigos. Pasó mucho tiempo hasta que supimos que había estado en El Vesubio.” Fabbri tenía 30 años cuando fue secuestrado en abril de 1977. En junio fue trasladado y apareció muerto en Monte Grande, en lo que hicieron pasar por un enfrentamiento. Guillermo Suárez Mason y Omar Riveros fueron procesados en Italia por su desaparición.
¿Qué interpretación le dan a estas arremetidas antimemoria del Gobierno y sus voceros?
C.: –Que no les importa porque los derechos humanos no son política de Estado.
L.: –Tiene que ver con ideología, que la tienen, y con la destrucción de la historia. Tienen que armarse su propio relato y hay cosas que no van. Ellos vienen a construir el país nuevo.
C.: –Bueno, es el negacionismo.
Como la polémica que crearon sobre la cifra de desaparecidos para formatear nuevas impunidades.
L.: –Y consideran números a las víctimas de lo que para nosotros fue un genocidio. Pero el debate no es ese porque los desaparecidos, que no volvieron nunca con nosotros, y los asesinados que sí han sido identificados, eran personas, no números para una estadística ni huesitos que se encontraron. Son personas con una identidad, y eso es lo que queremos rescatar.
G.: –Además el tema de los números es de una falsedad tremenda, porque se basan en los de la Conadep, durante el gobierno de Alfonsín. En el medio pasó el gobierno de Estados Unidos, que en 1978 había contabilizado 22.000 desaparecidos. Estamos siendo testigos de un mecanismo perverso y absurdo.
L.: –Pero podemos con esto porque nos acompañamos en esta tarea que elegimos. Uno es testigo hasta el día que se muere, aunque no quiera. Testificar en un juicio es hacer algo por los demás con eso que vos tenés adentro, no es sólo quedarte con el dolor y el recuerdo. Los compañeros que no están no pueden decir nada, pero nosotros sí podemos decir cosas sobre ellos y lo que sufrieron. Creo que es una obligación ética ineludible.
Los juicios también presentan demoras preocupantes.
L.: –Hace catorce años que estamos detrás de este juicio que todavía no se ha concretado. Recién el año pasado logramos realizar las declaraciones anticipadas. Los tiempos judiciales son una modalidad más de tormento para nosotros.
C.: –Lo importante es que Puente 12 tiene una comisión que está mordiendo los talones. Hoy las comisiones son los organismos que pueden aportar datos, tienen entidad y autoridad para hablar con los juzgados, con las víctimas, y son las que pueden impulsar los juicios. Pero a veces llegamos tarde porque los juicios son largos. Cuarenta años después se mueren los testigos y también los represores. Desde que presentamos la querella hasta ahora fallecieron doce compañeros.
“Nos atacan por todos los flancos”, replica Graciela y procura un ánimo que se apoya en las manifestaciones y los movimientos barriales que entiende como los frutos de un período reciente en el que se pudo hablar sobre lo que pasó. “Es alentador ver a esos colectivos que pelean por cuestiones que tienen que ver con derechos humanos de otra época y de esta, para reivindicar los derechos de aquellos que no los tuvieron nunca, para que hoy los pibes no se nos mueran de hambre en un aula o para que no se baje la edad de imputabilidad.”
En algún momento de la vida se anuncia una misión que cumplir y una verdad que revelar susurra Syra, para que otras generaciones sepan abrazar el esfuerzo extraordinario del que salió del infierno. Habrá que ver cómo contrarrestar la estrategia estudiada de los que ahora lastiman. “Es gente muy habilidosa para hacer el mal y todo va dirigido a un fin. Creo que el proyecto del Gobierno es destruir la memoria. Avanzan aplastando para llegar a su meta. Hay que ver cómo con la movilización popular se logra detener o revertirlo. Y esto sucede porque estamos gobernados por gente inescrupulosa.” Asume, con la resistencia escandalizada de las demás, que está vieja y que poco le queda para pelearla, por eso confía en la capacidad de las compañeras y los compañeros que siguen trabajando. “Lo esencial es que la gente asuma una conciencia social, porque los organismos luchan como pueden pero es agotador, y cada día muere una madre. Por eso siento, si me volvés a preguntar, que los que realmente van a llevar la bandera por la Justicia y la Memoria son los sobrevivientes.”
Comisión Vesubio y Puente 12 comisionvesubioypuente12@gmail.com
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