Boletín diario del Portal Libertario OACA |
- [Libro] Narraciones y cuentos anarquistas (1979)
- [Documental] Ecos del Desgarro
- La lógica internacional del imperialismo
- El huevo, la gallina y la teoría cuantitativa de la moneda
- Manifiesto trapero de Puigcerdá. Combate por la Historia
- Ya está disponible para descargar el nº 88 de Todo por Hacer (mayo 2018)
Posted: 05 May 2018 06:16 AM PDT
Autores: B. Cano Ruiz y Salvador Hernández (comps.). Año 1979
Nota editorial El anarquismo es una concepción integral de la vida. Como consecuencia, no hay problema humano que le sea ajeno, y todo problema humano lo aquilata y lo analiza bajo el prisma específico de sus concepciones. Y como las concepciones del anarquismo, en su esencia, tienen como fundamento una moral de justicia y de equidad emanadas de la convicción de que la solidaridad y el apoyo mutuo deben ser los soportes principales de las sociedades humanas, es muy frecuente que los grandes pensadores, aun sin tener plena conciencia del carácter anárquico de sus exposiciones, al abogar por la justicia y la equidad y condenar la tiranía y la explotación se identifiquen con el anarquismo. Así sucede también con los grandes novelistas. En el acervo de la novelística mundial se pueden contar por millares las piezas literarias de carácter francamente anarquista. A ello se suma lo bellamente producido específicamente por escritores anarquistas militantes o literatos que han recibido grandes influencias de las concepciones del anarquismo, como es el caso de Julio Veme, en Francia y Azorín y Pío Baraja, en España. La selección de narraciones y cuentos anarquistas que presentamos en esta obra no pretende ser única ni exhaustiva. Hay en la literatura universal muchas obras que pudieran acompañar a las que aquí presentamos, pero esta colección tiene la virtud de haber sido escogida entre lo que nos pareció mejor de lo escrito bajo esta tónica desde el siglo pasado hasta nuestros días. Algunas de las cosas que aquí presentamos son poco conocidas, y hay incluso algo inédito, por lo que esperamos haber llenado un cierto vacío en la bibliografía anarquista de los últimos tiempos. Ojalá lo hayamos logrado. Descargar Libro [PDF]Read more ... |
Posted: 05 May 2018 06:03 AM PDT
Ecos del desgarro es un documental libertario, colectivo y autogestionado, que presenta las voces muchas veces silenciadas, de activistas sirixs que comenzaron lo que parece la historia de una revolución imposible.
Siria 2011 nace desde la base un movimiento de protesta que reclama justicia social y económica en contra del regimen de Bashar Al assad. Pese a la represión lxs activistas son capaces de establecer diversos proyectos de autogestión. La película convive con estxs activistas su trabajo, su ilusiones y los riesgos a los que se enfrentaron; el regimen Sirio, el estado islamico y una constante intervención extrajera. Documental realizado por el colectivo de cine libertario Camara Negra en 2015.
https://www.youtube.com/watch?v=Bx4PIlwITnU
A la luz del despertar revolucionario de los países del Norte de África y de Oriente Medio y el aumento de la ola de protestas en Europa, es extremadamente importante para estos movimientos trabajar no sólo en paralelo, si no apoyandose entre ellos. Desafortunadamente, la imagen que los medios de comunicación muestran de los países islámicos en Europa y el materialismo europeo en regiones musulmanas, afecta no sólo a la imagen estereotipada de la mayor parte de la sociedad, si no también de los círculos anti-autoritarios.Por eso creemos importante conocernos lxs unxs a lxs otrxs para establecer puntos de contacto y entender las condiciones locales de cada unx. Ambos movimientos nos enfrentamos a cambios similares: la imposición de la economía liberal y l amenaza de la extrema derecha, cristiana o islámica. También ambos tenemos objetivos similares: la lucha por la sociedad libre y autónoma basada en la tolerancia, la igualdad y la apertura, una sociedad en la que lo social esté por encima de los mercantil. Son estos objetivos comunes los que asustan a los dirigentes y es por ello por lo que generan artificialmente el conflicto de civilizaciones. En este punto de inflexión del despertar social, es cuando nostras tenemos que decidir si este conflicto se va a hacer realidad y si vamos a comenzar una lucha conjunta para lograr una sociedad común. Más información: http://camaranegra.espivblogs.net/ecos-del-desgarro/ Read more ... |
Posted: 05 May 2018 05:51 AM PDT
Entender el modo en el que se desenvuelven las relaciones internacionales es fundamental si se quiere hacer frente a los desafíos que hoy representa el imperialismo, así como las escaladas belicistas entre las principales potencias mundiales. Si bien es cierto que no existe un único paradigma para explicar las relaciones que operan en el terreno internacional, sí conviene destacar que en los sectores de la disidencia política prevalece, por transpolación de los análisis que suelen hacerse de la política doméstica, un enfoque fundamentalmente economicista.
Si a la hora de explicar las relaciones sociales y políticas que imperan dentro de los países se ahonda en el dogma ideológico de que la economía es la base de todo, y que lo que no es economía simplemente es una derivación de esta que opera como superestructura, en el terreno internacional predomina el mismo tipo de análisis. A esto han contribuido de forma considerable diferentes autores como, por ejemplo, John Hobson con su estudio del imperialismo que más tarde influyó a otros autores destacados de la izquierda marxista como Bujarin y Lenin. El propio marxismo y el denominado neomarxismo han incidido en este tipo de análisis de la realidad internacional. Marx centró sobre todo su atención en el imperialismo británico, y más concretamente en su base económica de tipo comercial y manufacturera que, según sus análisis, condujo su empresa colonizadora a lo largo y ancho del mundo. Esto, desde la perspectiva marxista, se encuentra vinculado a la competición de las diferentes potencias imperialistas en su lucha por hacerse con nuevos mercados y territorios que constituyan nuevas fuentes de materias primas y mano de obra barata. Estos análisis han sido completados por otros autores pertenecientes a la amplia corriente neomarxista, tal y como ocurre con Immanuel Wallerstein con su concepto de sistema-mundo por el que el planeta se divide en diferentes zonas según la distribución de los recursos, de forma que nos encontramos ante un centro que se caracteriza por ser un mundo desarrollado, industrializado y democrático donde se concentra la riqueza, y una periferia que conforma el mundo subdesarrollado que brinda mano de obra barata y recursos al centro. Las relaciones internacionales son concebidas, entonces, a partir de relaciones de explotación y dependencia entre el centro y la periferia. La teoría de la dependencia, en una línea muy semejante, también se enmarca dentro de esta corriente economicista en la que las relaciones internacionales son explicadas a partir de los procesos y fenómenos económicos, así como de las correspondientes relaciones de explotación inherentes a la mundialización del sistema capitalista. El economicismo ha tenido su propia evolución ideológica a lo largo de la historia reciente, y esto ha permitido diferentes reformulaciones de sus principales categorías de análisis que progresivamente han sido adaptadas para tratar de dar respuesta a nuevos y cada vez más complejos fenómenos en la arena internacional. Así, a partir de la premisa de que la economía constituye el elemento decisivo en el desarrollo histórico-social de la humanidad del que todos los demás procesos son meros epifenómenos, se deduce que la formación y desarrollo del capitalismo ha producido la aparición del capital financiero e industrial que ha encontrado su natural realización en la constitución del denominado capitalismo monopolista, estadio de desarrollo histórico en el que empresas monopolistas controlan la economía nacional. Este constituye, según estos análisis, el paso previo para superar las fronteras nacionales y convertirse en empresas multinacionales que originan unas relaciones internacionales basadas en la dependencia y la explotación. De este modo es como se produce la ampliación del mercado capitalista desde su base nacional para adoptar un carácter internacional. Así es como surgen los cárteles internacionales compuestos por grandes empresas multinacionales que concentran mundialmente el capital y la producción. La competición internacional es la que desencadena las luchas imperialistas por el control de mercados y recursos, la que se encuentra detrás de los conflictos bélicos internacionales, y que consecuentemente responden a una lógica fundamentalmente económica en la búsqueda del máximo beneficio para las grandes empresas nacionales que operan a una escala internacional. El imperialismo, en tanto que reparto de territorios y población, es una consecuencia lógica de esta dinámica económica marcada por las grandes empresas multinacionales y la existencia de mercados mundiales. Dentro de este marco de análisis la realidad internacional está dominada por actores como las empresas multinacionales, pero debido a la importancia adquirida por el sector financiero los bancos también desempeñan un papel fundamental en las relaciones internacionales. La formación de mercados mundiales en el terreno de los flujos de capitales y mercancías representa el efecto más patente de la preponderancia de las empresas y bancos multinacionales que ordenan y dirigen la política mundial. Todo este discurso ha sido conceptualizado nuevamente en el contexto histórico de la globalización a finales del s. XX, lo que ha vuelto a dar una especial preeminencia a los procesos puramente económicos como elemento explicativo de la realidad internacional. Al final de todos estos planteamientos economicistas siempre nos encontramos con el mismo razonamiento a la hora de explicar las relaciones internacionales, lo que inevitablemente también lleva siempre a las mismas conclusiones que son que las empresas y bancos multinacionales se valen de los Estados para conseguir el máximo beneficio en su competición por la conquista de nuevos mercados y territorios. Así es como son explicados los conflictos internacionales, como ocurre con las guerras, pero también los acuerdos que se dan entre países, y sobre todo las relaciones de explotación y dependencia que se dan entre las potencias centrales o imperialistas y los países periféricos. El economicismo es una forma de reduccionismo que parte de la premisa de que los Estados únicamente son instrumentos al servicio de las empresas y de los bancos. Una premisa que es de carácter ideológico y que opera como un axioma al no ser demostrada en ningún momento, al tiempo que es tomada como una evidencia de la validez de esta premisa el hecho de que las políticas desarrolladas por los Estados favorezcan los intereses de las principales corporaciones multinacionales y financieras. Es la consecuencia de partir de un planteamiento en el que la lógica internacional obedece a causas puramente económicas, con lo que la política no constituye una esfera independiente de acción separada de otras esferas. En tanto en cuanto los Estados son reducidos a la condición de meros instrumentos de las juntas directivas de grandes monopolios y oligopolios empresariales, dejan de ser actores de la arena internacional. Sin embargo, esta simplificación reduccionista que responde a planteamientos ideológicos concretos ignora los hechos. En lo que a esto respecta es preciso apuntar en primer lugar que la política no constituye, tal y como el economicismo plantea, una mera superestructura en la que se desenvuelven procesos que son simples epifenómenos de la economía. La política es una esfera independiente de acción separada de otras esferas como la economía, la ética, la estética o la religión. Sin esta conceptualización de la política es imposible distinguir entre hechos políticos y no políticos. Lo que hace que la política sea una esfera autónoma, que se rige por sus propias reglas, es el concepto de interés definido en términos de poder, pues es el que establece el vínculo entra la razón que trata de entender la política, sea esta doméstica o internacional, y los hechos que hay que entender. Por tanto, el interés confiere a la política una racionalidad específica que la diferencia de otras esferas y que permite su comprensión teórica. Esto ayuda a comprender las motivaciones que conducen la política internacional de los países. A lo anterior hay que sumar el hecho no menos importante de que el mundo está dividido en Estados con sus respectivas jurisdicciones, y que estas instituciones son las que organizan el poder político en sus respectivos territorios. El poder político se define por aquella relación de poder que establece entre las personas, de forma que este consiste en el control de una o varias personas sobre las ideas y acciones de todas las demás personas. El poder político viene a ser las relaciones mutuas de control entre quienes detentan la autoridad pública y entre estos últimos y la sociedad en general. A grandes rasgos puede decirse que el poder político es la capacidad de intervenir en la regulación coactiva de la sociedad, y que en el contexto político de los Estados es monopolizado por una minoría que desempeña una función dirigente. También ha sido definido como una relación psicológica entre los que lo ejercen y aquellos sobre los que es ejercido, de manera que da a los primeros el control sobre ciertos actos de los últimos a través de la influencia que desarrollan sobre sus mentes. El poder político es el poder supremo en tanto en cuanto detenta la soberanía que es la capacidad de tomar decisiones vinculantes para la población del territorio de un Estado, y esa capacidad incluye la posibilidad de aplicar dichas decisiones pudiendo recurrir, llegado el caso, al uso de la fuerza. Se trata de un poder originario, no dependiente ni interna ni externamente, que ostenta el monopolio de la violencia legítima. Todo esto tiene unos importantes efectos en lo que a la esfera internacional se refiere, porque manifiesta que la política constituye una esfera autónoma que además se rige por sus propias normas, lo que hace, a su vez, que el poder político detente una autonomía relativa en relación a otros ámbitos como el económico, financiero, cultural, etc. El Estado es, entonces, un actor de la esfera internacional. Su alto grado de institucionalización, unido a su control de los principales medios de dominación política, hacen que sea un ente relativamente autónomo respecto a esferas como la económica, cultural, financiera, etc. Esto es lo que permite establecer una distinción entre políticas económicas que son adoptadas por sí mismas, y que obedecen a una lógica específicamente económica, y políticas económicas que por el contrario son instrumentos de una determinada política, y que por esta razón su finalidad económica sólo es un medio para lograr el fin de controlar la política de otro país. De esta forma pueden identificarse las consideraciones puramente políticas a la hora de tomar ciertas decisiones en política exterior, y que tienen como finalidad inmediata el aumento del poder del Estado en el terreno internacional. Esto es lo que explicaría, por ejemplo, que un país adopte una política económica que no puede justificarse en términos puramente económicos pero que, en cambio, sirve a una finalidad política perseguida que contribuye a aumentar el poder internacional de dicho país. Lo que se deduce de todo lo anterior es que la política internacional es en última instancia política de poder, y que los Estados compiten entre sí para aumentar su poder nacional con el doble propósito de garantizar su supervivencia y conquistar la hegemonía mundial. Los Estados son organizaciones complejas que desarrollan su acción en una diversa cantidad de ámbitos. Los Estados se definen, entre otras cosas, por su alto grado de institucionalización gracias a la cual concentran una multitud de poderes y de distintos mecanismos de dominación que les permiten tomar sus propias decisiones y llevarlas a cabo conforme a sus particulares intereses. De hecho esta autonomía del Estado es la que hace que tenga sus propios intereses y que estos se definan en términos de poder: político, militar, ideológico, económico, cultural, etc. Todo esto se refleja en sus decisiones políticas que en la esfera doméstica suelen expresarse en la forma de leyes u otro tipo de normas que son de obligado cumplimiento. Así pues, las empresas y los bancos se ven forzadas a cumplir las leyes que conforman el ordenamiento jurídico de un país si quieren operar en este, o de lo contrario se ven expuestas a diferentes tipos de sanciones. Es del todo equivocado afirmar que son las empresas y bancos, así como los integrantes de la clase capitalista, quienes determinan la política del Estado y que el gobierno de este, a modo de como lo expresaron Marx y Engels, vendría a ser la junta que administra los negocios de la burguesía. Aunque los denominados poderes económicos y financieros pueden ejercer cierta influencia en los procesos decisorios que se dan a nivel político en los altos estamentos del Estado, lo cierto es que las principales atribuciones políticas le corresponden al propio Estado y a aquellos funcionarios que ocupan los máximos niveles de decisión. Tal es así que en ocasiones se dan situaciones en las que la elite estatal toma decisiones que van en claro perjuicio de los intereses de las clases capitalistas, lo que como ya ha sido expresado obedece a un criterio estrictamente político guiado por los intereses del Estado definidos en términos de poder. Esto no es sino el resultado de la primacía de la política que confiere al Estado un papel central y determinante en la vida social frente a otros poderes. Esta primacía es la que hace que la razón de Estado no sólo esté por encima de la razón de los individuos, sino que también establezca la superioridad del juicio político por encima del juicio moral. La razón de Estado se concreta, entonces, en la preservación de la existencia del propio Estado, lo que hace que impere un criterio pragmático en el que juega un papel decisivo el principio de eficacia para garantizar la supervivencia del Estado en un entorno internacional hostil y competitivo, de manera que la moral queda supeditada al bien del Estado. En líneas generales el papel de la economía en relación a los intereses del Estado, y más concretamente en relación a la política exterior del Estado, es meramente instrumental. Su función es básicamente garantizar el logro de los fines del Estado, y sobre todo servir de base para el despliegue de su política en la arena internacional. En lo que a esto respecta conviene destacar un enfoque economicista diferente, como es el de Paul Kennedy y que dejó reflejado en su obra Auge y caída de las grandes potencias. En esta obra Kennedy analiza las relaciones internacionales a partir de la economía en tanto instrumento de la política de las potencias mundiales. De esta forma la economía es la base material del poder de los Estados al suministrarle las capacidades precisas para disponer de ejércitos más grandes y poderosos, lo que en último término les permite asegurar su existencia y luchar por la supremacía internacional. La importancia estratégica de la economía y el modo en el que está organizada radica, entonces, en su carácter instrumental en relación a los fines políticos del Estado. De hecho Paul Kennedy, a lo largo de su obra, expone a través de datos estadísticos macroeconómicos sobre la producción el poder potencial de cada Estado, y de cómo esa capacidad económica llegó a determinar su posición en la esfera internacional en el contexto de la lucha por la hegemonía. Por otro lado no puede perderse de vista un hecho que generalmente pasa desapercibido, y es que a partir del s. XX el Estado se convirtió en el principal poder económico. Si en los siglos precedentes la base económica del Estado había sido relativamente limitada, y por ello mismo era preciso hablar de un poder político y un poder económico separados e incluso en ocasiones enfrentados, las cosas cambiaron sustancialmente a partir del s. XX. En lo que a esto se refiere el aumento del tamaño del Estado, tanto en número de funcionarios como de organismos, junto a diferentes innovaciones técnicas y científicas introducidas en los métodos de gobierno, permitieron crear una base infraestructural lo suficientemente amplia y robusta como para hacer posible un mayor control de la economía. Al mismo tiempo que aumentó la mano de obra al servicio del Estado aumentaron los recursos que este extrae de la sociedad para costear sus medios de dominación. En el escenario actual el Estado y el capital están fundidos, hasta el punto de que las empresas dependen de los contratos gubernamentales, las subvenciones, las ayudas fiscales y otro tipo de medidas estatales para subsistir. Juntamente con esto se encuentran las innumerables empresas estatales que constituyen una variante específica del capitalismo, que acostumbran a competir en unas condiciones más ventajosas que las empresas del capitalismo privado. Por otra parte es el Estado el que protege con sus leyes a las empresas y del cual estas dependen en todo lo importante, lo que demuestra que el principal sostenedor e impulsor del capitalismo es el ente estatal que las ayuda para desarrollarse dentro del mercado nacional y eventualmente en el internacional a través de la firma de acuerdos con otros Estados. El imperialismo, en contra de lo afirmado por los autores economicistas, resulta ser más un fenómeno de carácter político que económico. No sólo nos encontramos con el hecho de que cada Estado emprende una política exterior racional guiada por sus propios intereses definidos en términos de poder, lo que genera un clima internacional de competición y permanente rivalidad. A esto hay que añadir unas condiciones estructurales derivadas de la inexistencia de una autoridad central por encima de los Estados que los regule y controle. El sistema internacional es, entonces, anárquico al no existir un gobierno mundial que opere como un gobierno sobre los gobiernos. Esto constituye un factor que contribuye a hacer de la esfera internacional un entorno competitivo marcado por las rivalidades, la guerra y la seguridad nacional como principal preocupación de los Estados. Juntamente con este factor están presentes otros no menos importantes como que las grandes potencias posean una capacidad militar ofensiva que les provea de los medios para dañarse e incluso destruirse mutuamente. Esto hace que los Estados sean potencialmente peligrosos los unos para los otros. Por otra parte hay que apuntar que el clima internacional está marcado por la desconfianza mutua en tanto en cuanto ningún Estado puede estar completamente seguro de las intenciones de los restantes Estados, con lo que siempre está la posibilidad de que otro Estado utilice su capacidad militar ofensiva para atacar. Otro factor estructural que ayuda a entender el modo de funcionar de la esfera internacional es que la principal meta de todo Estado es asegurar su supervivencia, lo que significa mantener su integridad territorial y la autonomía de su orden político interno. Por último, cabe decir que la racionalidad de los Estados como actores internacionales no viene dada únicamente por sus propios intereses, sino también por el hecho de que son conscientes del entorno en el que se desenvuelven, lo que les aboca a pensar estratégicamente acerca de cómo asegurar su supervivencia en un medio hostil. De esto se derivan las consecuentes preocupaciones en torno a las preferencias de otros Estados y cómo su comportamiento afecta al de otros Estados y, a su vez, cómo el comportamiento de estos Estados afecta a su propia estrategia de supervivencia. En vista de que el escenario internacional está dominado por la rivalidad, la desconfianza y la hostilidad, y que los Estados están preocupados fundamentalmente por su supervivencia, las estrategias que estos actores adoptan en este contexto están marcadas por la autoayuda que consiste en reforzar su propia seguridad para garantizar su supervivencia, lo que no excluye la formación de alianzas con otros Estados. Sin embargo, las alianzas tienen fecha de caducidad y están regidas por el cálculo determinado por el interés nacional. La dinámica internacional, por tanto, empuja a los Estados a aumentar su poder nacional pues la mejor manera de garantizar su supervivencia es convertirse en el Estado más poderoso del sistema. De esta manera los Estados prestan especial atención a cómo se distribuye el poder entre ellos, y hacen todos los esfuerzos posibles para maximizar su cuota de poder mundial. En último término todos los Estados persiguen la hegemonía al ser esta la situación ideal, pues así la supervivencia estaría casi asegurada. Los Estados resultan ser maximizadores de poder que en la medida de lo posible persiguen alzarse con la supremacía internacional como parte de su estrategia para sobrevivir en un entorno hostil.[1] Bakunin lo resumió de la siguiente manera: “El Estado moderno es necesariamente, por su esencia y su objetivo, un Estado militar; por su parte, el Estado militar se convierte también, necesariamente, en un Estado conquistador; porque si no conquista él, será conquistado, por la simple razón de que donde reina la fuerza no puede pasarse sin que esa fuerza obre y se muestre”.[2] Los Estados utilizan una variedad de medios para alterar el equilibrio de poder internacional en su propio beneficio, pues la mentalidad que rige entre ellos en la lucha por el poder es la de un juego de suma cero, de forma que el poder que un Estado gana lo pierde otro. La clave en todo esto está en convertirse en el ganador en esta competición, lo que significa alcanzar la hegemonía internacional para dominar al resto de Estados. En la medida en que los Estados buscan maximizar su poder relativo también están dispuestos a pensar de manera ofensiva en relación a otros Estados, de lo que se concluye que las grandes potencias siempre tienen intenciones agresivas. Sin embargo, la lucha internacional que los Estados emprenden para hacerse con mayores cuotas de poder nunca concluye. Cuando las grandes potencias obtienen importantes ventajas militares sobre sus rivales continúan buscando oportunidades para ganar más poder todavía. La búsqueda de poder únicamente cesa cuando se alcanza la hegemonía. Pero incluso esta afirmación exige algunos matices. En este sentido siempre es difícil valorar cuánto poder relativo necesita tener un Estado sobre sus rivales para garantizar su seguridad. Pero además de esto hay que tener en cuenta el factor tiempo, y por tanto la complicada tarea de las grandes potencias para estimar cómo estará distribuido el poder entre los Estados en un plazo de 10 ó 20 años. Las capacidades de los Estados varían con el paso de los años, con lo que es difícil estimar cuánto poder será suficiente para garantizar su propia seguridad en el futuro. Por tanto, el poder que acumulan los Estados en la esfera internacional nunca es suficiente y de ahí la tendencia inherente de estos actores a perseguir la hegemonía. En tanto en cuanto las grandes potencias reconocen que la mejor manera de garantizar sus seguridad es alcanzar la hegemonía a nivel inmediato, y así eliminar cualquier posibilidad de desafío por parte de otra gran potencia, esto nos permite concluir que todo Estado tenderá a buscar la hegemonía y que por ello tratará de conquistarla si se le presenta la oportunidad. Pero incluso cuando una gran potencia no dispone de los medios para conseguir la hegemonía tenderá a actuar de forma agresiva para amasar la mayor cantidad de poder que pueda. A fin de cuentas los Estados se sienten más seguros con más poder que no con menos. En la práctica esto significa que los Estados no son precisamente poderes preservadores del statu quo, al menos mientras no dominan el sistema internacional. A tenor de todo lo expuesto puede concluirse que el imperialismo es una consecuencia inherente a la estructura de la esfera internacional al estar compuesta por Estados, y que la dinámica resultante marcada por la competición, la hostilidad y desconfianza mutua genera la tendencia a buscar la hegemonía mundial. De esta forma el imperialismo no es otra cosa que la tendencia de los Estados a hacerse con la supremacía internacional para garantizar su supervivencia, lo que muestra que el imperialismo responde fundamentalmente a razones de tipo político. La economía en última instancia juega un papel secundario y se limita a ser la base del poder político que los Estados despliegan en sus relaciones exteriores. Por el contrario, el imperialismo tiene su origen en la estructura del sistema internacional, en ese entorno anárquico en el que se desenvuelven los Estados y que les impele a maximizar su poder por todos los medios posibles para garantizar su supervivencia inmediata y futura. La tendencia al imperio es el resultado de esa lógica a la que ningún Estado escapa, de manera que los imperios se suceden unos a otros a lo largo de la historia en tanto en cuanto el sistema internacional establece las condiciones para que estos surjan. La única forma de poner fin al imperialismo y a todas las formas de dominación y explotación que le son inherentes es mediante la destrucción del sistema internacional, lo que implica la destrucción de los Estados que lo componen. Esta tarea sólo es posible mediante el desencadenamiento de procesos revolucionarios a nivel local pero con una dimensión mundial dirigida a subvertir el orden internacional establecido. Las potencias imperiales constituyen actores que concentran una elevada cantidad de poder, pero este poder no siempre es ejercido de forma directa, ni tampoco única y exclusivamente por medios militares. Por el contrario, los poderes imperiales de un modo u otro se valen de diferentes mecanismos para extender su dominación y garantizar su supervivencia, lo que incluye la utilización de poderes locales títeres que obedecen las directrices de un poder central radicado en la metrópolis de la potencia imperial. Esto muestra que la base del poder internacional de un imperio descansa en gran parte en su capacidad para controlar la política de otros Estados, de forma que estos operan como estructuras de poder local que, a modo de correa de transmisión, las convierte en poderes delegados de la potencia imperial. Por tanto, la subversión del orden establecido a nivel local con la destrucción de los Estados supondría romper la cadena de mando que existe entre la cúspide del poder político-militar de la potencia imperial y los pueblos a los que subyuga. Y en la medida en que la revolución se propagase a lo largo del mundo, y de forma especial en aquellas regiones sometidas al control e influencia de la potencia imperial, se generarían las condiciones favorables para la subversión del orden internacional. Sólo con la destrucción de todos los Estados se impediría la aparición de nuevas potencias hegemónicas, y se abriría así el camino para la emancipación de la humanidad.
Esteban Vidal
[1] Mearsheimer, John J., The Tragedy of Great Power Politics, Chicago Norton, 2001, pp. 51-52[2] Bakunin, Mijail A., Estatismo y anarquía, Barcelona, Folio, 2002, p. 52 Read more ... |
Posted: 05 May 2018 05:41 AM PDT
James Denham Steuart fue un economista mercantilista escocés que en el siglo XVIII publicó un tratado que por primera vez llevaba en el título la expresión “economía política”. Entre otras cosas, negó la validez de la teoría cuantitativa de la moneda, según la cual el nivel general de precios está determinado por la moneda circulante. Sostiene, de hecho, que la ecuación del cambio no se equilibra por las variaciones de la velocidad de circulación de la moneda, o sea de la acumulación.
Alrededor de un siglo después, Karl Marx, refiriéndose también a este aspecto, atacó y refutó la teoría cuantitativa, negando la existencia de una relación causal entre cantidad de moneda circulante y nivel de precios, y aseverando que es este último el determinante de la moneda en circulación, y no a la viceversa. Esta tesis se menciona en el Libro I de El Capital: La ley, en la que la cantidad de medios de circulación se determina por la suma de precios de la mercancía circulante y por la velocidad media del curso del dinero, puede también expresarse así: dada la suma de valor de las mercancías, y la velocidad media de su metamorfosis, la cantidad de dinero, o sea del material monetario en curso, depende de su propio valor. La ilusión de que el precio de las mercancías sea determinado a su vez por la masa de material monetario que se encuentra en un determinado país, hunde sus raíces y tiene sus primeros partidarios en la absurda hipótesis de que en el proceso de circulación entran mercancías sin precio y dinero sin valor, de manera que después una parte alícuota de la masa de mercancías se intercambiará con una parte alícuota del monto del metálico. Esta hipótesis se retoma en la Crítica de la economía política. Supuesta la velocidad de la circulación, la masa de medios de circulación está simplemente determinada por los precios de las mercancías. Los precios no son altos o bajos porque circule más o menos dinero, sino que circula más o menos dinero porque los precios son altos o bajos. El mismo concepto se expresa en la carta de Engels del 2 de abril de 1858: De la simple constatación de que la mercancía, como precio, es ya intercambiada idealmente con el dinero antes de ser cambiada realmente, resulta automáticamente la fundamental ley económica de que la masa del medio circulante está determinada por los precios y no al contrario. Si es la fijación de precios a un determinado nivel la que determina la necesidad y la cantidad de moneda circulante, y no al revés, en analogía con el pensamiento de Steuart, un eventual exceso de moneda respecto a las exigencias del cambio estaría destinado a ser tesaurizado, o sea desmonetizado, o en cualquier caso retirado de la circulación. En tal construcción no se considera el papel desarrollado por el crédito como medio de pago y financiación de los negocios. Incluso en tiempos de Marx, parte de los intercambios se desarrollaba total o preponderantemente a través de la concesión de crédito entre empresas y clientela final, y gran parte de los medios estaban constituidos por depósitos en el sistema bancario, y una parte de estos era a su vez creada por los bancos por medio del mecanismo de multiplicación de los depósitos. El sistema crediticio se basa sobre todo en el préstamo a la puesta a disposición de sumas a favor de sujetos diferentes de quienes las han depositado, y estas sumas, en gran parte o en su totalidad, vuelven a entrar en el banco y facilitan la posibilidad de acordar nuevos créditos. Cierto es que se puede rechazar definir este proceso de creación de la nada o, según la frase de Marx, negar que tal proceso comporte la entrada en circulación de dinero sin valor. Pero estas son solo palabras, mientras la realidad es que, por cómo funcionan las instituciones bancarias y financieras en el mundo capitalista, el crédito crea moneda y se añade y sustituye a la moneda y gran parte de los pagos se realiza a través de la llamada moneda contractual, que nadie ve ni toca sino que es tan solo imaginada, pues solo se finge su existencia. La cuestión de si son los precios los que determinan el monto de la moneda circulante o lo contrario, es por todo esto no solo ociosa e inútil sino también equivocada. Aparte de las excepciones y las patologías, para las que pueden valer y son históricamente válidas incluso las hipótesis definidas como absurdas por Marx, la regla general es que, por así decirlo, lo normal en el funcionamiento del capitalismo es que comporte que sea el crédito el que determine las cuatro grandezas que componen la ecuación del intercambio. El funcionamiento normal del sistema capitalista implica algo más que el que precios y cantidad de moneda circulante sean determinados contextualmente, unitariamente a las cantidades de bienes y servicios ofrecidos y a la velocidad de circulación de la moneda. A su vez, el crédito, en cuanto a acumulación, modalidades y costes, depende de factores como las expectativas de beneficio de las empresas sobre todo y las previsiones sobre la marcha de la compra de bienes de consumo e inversiones. Basadas en tales expectativas y previsiones, las empresas establecen sus objetivos en términos de cargas a aplicar sobre el coste de los factores productivos y de cantidad de bienes y servicios a producir y ofrecer en el mercado, precios a practicar y volumen de crédito a acordar y solicitar, con el fin de maximizar facturación y beneficios. Ante perspectivas no satisfactorias o negativas sobre la futura marcha del volumen de negocios, las expectativas sobre el beneficio, la ocupación y el rédito tienden a caer y con ellas la propensión al gasto tanto en bienes de consumo como en bienes de inversión. En tales condiciones, prevalece la incertidumbre sobre el futuro y la tendencia a no arriesgarse a través de la falta de liquidez. También el crédito a las empresas y el del consumo tienden a disminuir, ya sea por una menor solicitud de créditos o por una mayor cautela por parte del sistema bancario en su concesión. Siglos después de la publicación del tratado de Steuart, con la desaparición de la circulación de la moneda-mercancía y el uso del papel moneda de curso forzoso sin valor intrínseco, así como de moneda electrónica, todavía se debe observar la formación de trampas de liquidez, con la permanencia de una fuerte preferencia por la de alguna manera análoga al atesoramiento de monedas acuñadas con metales preciosos, no obstante las ingentes emisiones de dinero a bajo coste por parte de los bancos centrales. El bitcoin, una innovación conservadora El bitcoin se define como un criptovalor o una criptomoneda por el hecho de no consistir ni estar representado en un objeto concreto y tangible, y por tener naturaleza exclusivamente virtual. Es en realidad una moneda electrónica, que existe solo en los ordenadores de quien lo crea y detenta. Que se trata de una innovación revolucionaria desde el punto de vista tecnológico y formal es indiscutible. Por el contrario, es sumamente dudoso que pueda definirse como tal desde el punto de vista sustancial, o sea económico-financiero. A pesar del hecho de constituir una novedad y de cosechar juicios negativos por parte de los instrumentos y de los operadores tradicionales, en su primer periodo de existencia el bitcoin ha tenido un éxito formidable. A mitad de diciembre de 2017 su valor unitario superó los 16.500 dólares, frente a un valor inferior a los mil dólares a comienzos de ese mismo año. Una semana después, el mismo valor alcanzaba los 20.000 dólares. Por efecto de la posterior aceleración de un crecimiento que ya podía definirse como un galope desbocado, la capitalización, o sea el valor total del bitcoin, superaba los 330.000 millones de dólares, colocándose en quinta posición entre las monedas mundiales, detrás del dólar, euro, yuan y yen. A fin de cuentas, el bitcoin ha demostrado que no es otra cosa que un instrumento en línea con la versión más desenfrenadamente neoliberal del capitalismo moderno, casi liberticida, es decir, la ausencia de límites en la acaparación injustificada de riqueza. Se ha revelado como enormemente especulativo, aparte de ser fuente de nueva inestabilidad irracional, añadida a la consolidada típica de cualquier forma de capitalismo o turbo-capitalismo. Como tal, es también causa de relevantes e injustificadas transferencias y concentraciones de riqueza, en perjuicio de todos los que no están interesados en su gestión ni gratificados por su revaluación. No resulta raro que el hecho de que este tipo de moneda virtual no necesite intermediarios ni reguladores para su creación, difusión y circulación sea visto como elemento apto para conferirle una connotación positiva incluso desde el punto de vista socioeconómico. Incluso con tal característica, parece totalmente injustificado, como se ha hecho y se continúa haciendo, considerar esta nueva forma monetaria un instrumento liberador de poderes políticos y financieros subordinados, o exaltar una presunta naturaleza intrínsecamente libertaria. Hay que tener presente, a propósito de ello, que el éxito de las monedas virtuales depende mucho del exceso de liquidez y del bajo rendimiento de las inversiones financieras debido a las políticas monetarias ultra-expansivas de los principales bancos centrales. Se valora positivamente el hecho de que para establecer el valor de las criptomonedas sirva solo la oferta y la demanda en vez de la acción de los bancos centrales, bancos de negocio e instituciones financieras internacionales, y que el bitcoin tenga un valor solo porque quienes utilizan el sistema están de acuerdo en que lo tenga. Por otro lado, esto no es del todo cierto, puesto que desde diciembre de 2017 el bitcoin cotiza en dos bolsas de valores de Chicago, el CBOE y el CME, convirtiéndose de hecho en un instrumento regulado, contratado también en los mercados de futuro, o sea, en los denominados derivados. Hay que considerar también que, precisamente porque el valor de la moneda digital en términos normales está determinado por la oferta y la demanda, o sea, por cuanto se esté dispuesto a pagarla, el mercado del bitcoin es extremadamente volátil e impredecible. De hecho, el bitcoin es en cualquier caso una moneda y, específicamente, un bien intangible cuya utilidad práctica consiste únicamente en la posibilidad de servir como unidad de cuenta en las operaciones de compraventa y préstamo. No se puede identificar ningún motivo en la marcha financiera mundial que justifique la revaluación de tal instrumento monetario al nivel de casi el dos mil por ciento en menos de un año. Es verosímil que el ascenso a la aparición irresistible de los valores virtuales sea atribuido en primer lugar a su popularidad, como respuesta a un sentimiento de revuelta y rechazo hacia los instrumentos tradicionales y las instituciones tanto públicas como privadas que los controlan. Por otra parte, las mismas dimensiones del fenómeno y las fuertes oscilaciones del valor imponen considerarlo como una burbuja y reconocer su naturaleza eminentemente especulativa. Ya por sí, el hecho de que se deba comprar o vender una moneda de cuenta carente de consistencia material aparece, como poco, discutible. Por otro lado, tal tipo de bien, cuyo valor depende exclusivamente de la ley de la oferta y la demanda, puede tener una enorme subida en el momento en que esta ley salga de la racionalidad, como sucede a menudo en toda época. La registrada por el bitcoin ha tenido lugar cuando una parte consistente de quienes lo utilizan, tanto para compraventas como para créditos, ha preferido mantenerlo como reserva de valor o depósito de riqueza, a la espera de un aumento de su valor. Esta aspiración al enriquecimiento por el mero paso del tiempo, sin ningún esfuerzo productivo, comercial o financiero que lo justifique, ha comportado su mutación a gran escala en un instrumento de fuerte carácter especulativo. Mientras redactábamos este artículo, el bitcoin ha registrado una pérdida del cuarenta por ciento en dos días, descendiendo a los 11.159 dólares, para después subir en las jornadas sucesivas, manteniéndose todavía al alza con respecto a los máximos alcanzados anteriormente. Con el habitual gusto por el sensacionalismo, los medios de comunicación han subrayado que su caída comportaría un descenso de la capitalización global de 330.000 a 200.000 millones de dólares. En ese sentido, hay que destacar que la volatilización de 130.000 millones de dólares, incluso siendo virtuales, ha representado una pérdida efectiva e importante para cuantos la han sufrido, muchos de ellos seguramente no clasificables como inversores profesionales o capitalistas. Que se tratase y se trate de una burguesía, no había necesidad de ese desequilibrio para darse cuenta, y el mismo incremento fortísimo del valor que le ha precedido inmediatamente ha parecido un síntoma infausto para algunos. Más allá de las voces de información privilegiada de la aparición de monedas virtuales concurrentes y de dificultades técnicas en la gestión de las órdenes de compraventa, puede ser que incluso la última sacudida haya sido un factor desencadenante del desequilibrio de la moneda virtual. Podría suceder que los últimos que la adquirieron hayan querido obtener fuertes beneficios en un tiempo breve, no pensando en la caída de un precio unitario tan elevado o en un posterior aumento.
Francesco Mancini
Publicado en el Periódico Anarquista Tierra y Libertad, Mayo de 2018
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Posted: 05 May 2018 05:35 AM PDT
Manifiesto distribuido en Puigcerdá el 27 de abril de 2018, en el 81 aniversario del asesinato de Antonio Martín "el durruti de la Cerdaña, con motivo de la presentación del libro: "Nacionalistas contra anarquistas en la Cerdaña, 1936-1937".
El combate de los trabajadores por conocer su propia historia es uno, entre otros muchos más, de la guerra de clases en curso. No es puramente teórico, ni abstracto o banal, porque forma parte de la propia conciencia de clase, y se define como teorización de las experiencias históricas del proletariado internacional, y en España debe comprender, asimilar y apropiarse, inexcusablemente, las experiencias del movimiento anarcosindicalista en los años treinta.Un fantasma amenaza a la ciencia histórica, el fantasma de la falsificación. La amnesia, pactada por los sindicatos y partidos políticos de la oposición democrática con los últimos gestores del Estado franquista a la muerte del dictador, fue otra derrota más del movimiento obrero en la Transición, que tuvo importantes consecuencias para la memoria histórica de la Dictadura Franquista y la Guerra Civil. La amnistía significó un borrón y cuenta nueva con el pasado. Ello imponía el olvido deliberado y "necesario" de toda la historia anterior a 1978. Era preciso reescribir una nueva Historia Oficial, puesto que la versión franquista y la antifranquista ya no servían al nuevo poder establecido, bajo una óptica superadora de los antagonismos que determinaron la Guerra civil española. En la actualidad, abril de 2018, desvanecida de la memoria colectiva cualquier referencia conflictiva, antagónica, o que pusiera de manifiesto que la Guerra civil fue también una guerra de clases, ha culminado ya la tarea de su recuperación como episodio de la historia burguesa. Los mandarines de la Historia Oficial, minimizado, oculto e ignorado el carácter proletario y revolucionario de la Guerra civil, acometen la recuperación del pasado como relato de la formación y consolidación histórica de la democracia representativa, o en las autonomías históricas, como justificación de su constitución en nación. Se arrebata a la clase obrera su protagonismo histórico, en beneficio de los nuevos mitos democráticos y nacionalistas de la burguesía que detenta el poder económico y político. CONSTATAMOS QUE LA MEMORIA HISTÓRICA ES UN CAMPO DE BATALLA DE LA LUCHA DE CLASES. Las instituciones burguesas del aparato cultural del Estado siempre han controlado y utilizado la historia en su provecho, ocultando, ignorando o tergiversando los hechos que cuestionan o ponen en entredicho la dominación de clase, a lo cual se avienen gustosos, salvo raras y honrosas excepciones, la inmensa mayoría de académicos e historiadores profesionales. En el actual estado de las investigaciones, el libro de Pous/Sabaté sobre Antonio Martín y la Guerra civil en la Cerdaña, así como la machacona repetición de sus tesis y afirmaciones por casi todos los historiadores que han tratado ese tema, es el ejemplo más destacado y extremo que ilustra la Historia Oficial de que se habla en este Manifiesto. LA HISTORIA OFICIAL ES LA HISTORIA DE CLASE DE LA BURGUESÍA. La objetividad, como idea platónica, no existe en la realidad de una sociedad dividida en clases sociales. En el caso concreto de la Guerra civil, la Historia Oficial se caracteriza por su EXTRAORDINARIA ineptitud y su no menos EXTRAVAGANTE actitud. La INEPTITUD radica en su incapacidad absoluta para alcanzar, o siquiera intentarlo, un mínimo rigor científico. La ACTITUD viene dada por su consciente IGNORANCIA o NEGACIÓN de la existencia de un potentísimo movimiento revolucionario, mayoritariamente libertario, que condicionó, se quiera o no, todos los aspectos de la Guerra civil. Estos funcionarios de la burguesía, en el campo de la historia, incurren en diversas aberraciones intelectuales (aberrantes incluso desde una perspectiva burguesa): EXALTAN Y ELOGIAN los métodos y la eficacia represiva de guardias de asalto y guardia civil (rebautizada ésta Guardia Nacional Republicana) o de la policía política (Servicio de Información Militar o SIM). Quizás no son demasiado conscientes de que con ello están elogiando la tortura. Pero es éste un aspecto que, como ningún otro, delata la influencia de la perspectiva e intereses de clase en el trabajo histórico, porque ese elogio de la eficacia de la tortura y la represión policiaca y judicial republicana contra los revolucionarios, corre paralelo al horror mostrado ante la violencia de clase, desencadenada en julio de 1936 por los "incontrolados" contra la burguesía. Pueden ser especialistas en el tema de la violencia, contables eficientes de muertes violentas, que muestran sin embargo una total parcialidad cuando califican de "terror" anarquista o "eficacia" policíaca lo que no deja de ser siempre violencia de una clase contra otra. Sólo que para ellos la violencia obrera es terror, y en cambio, la violencia estatal o del SIM, del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), de Esquera Republicana de Catalunya (ERC) y Estat Catalá es eficacia. No hay más razón que su perspectiva de clase. La violencia se mide por un doble rasero, según toma y daca de quien la ejerza o la sufra. NIEGAN, aunque prefieren IGNORAR, porque resulta más cómodo, efectivo y elegante, la fuerza decisiva en la zona republicana de un movimiento revolucionario, mayoritariamente anarquista. NIEGAN, o disminuyen hasta límites que falsifican los hechos, documentalmente probados, el enorme papel represivo, reaccionario y cómplice de la Iglesia Católica en el golpe de estado militar, y su participación activa en la preparación, desencadenamiento y bendición de la posterior represión fascista. LAMENTAN que George Orwell escribiera un "maldito" libro que jamás debió leerse, y Ken Loach filmara una "horrorosa" película que jamás debió verse. Queremos lanzar una señal de ALARMA contra una creciente marea de historiadores revisionistas de la Guerra civil española. ALARMA por la decidida falsificación de los hechos históricos de que hacen gala, pese a la documentación disponible. Los hechos mismos pasan a la clandestinidad y los documentos son ignorados, o malinterpretados. La historiografía sobre la Guerra civil ha pasado de ser una historia militante, hecha por protagonistas y testigos de la guerra civil, con todos los riesgos que ello supone, pero también con la pasión insustituible de quien no juega con palabras porque antes se ha jugado la vida, a ser una historia académica inepta y obsoleta, caracterizada por el disparate, la incomprensión e incluso el desprecio a los militantes y organizaciones del movimiento obrero. ALARMA ante la creciente banalización de la Historia Oficial, y la metódica marginación de las investigaciones que ponen de relieve el decisivo papel histórico del movimiento obrero, por más rigurosas que sean. En realidad, existe una absoluta incapacidad por parte de los historiadores burgueses no ya para comprender, sino siquiera aceptar la existencia histórica de un movimiento revolucionario de masas en la España de 1936. Nos hallamos ante una historia negacionista del movimiento revolucionario que se desarrolló durante el período de la Guerra civil. La Historia Oficial plantea la Guerra civil como una dicotomía entre fascismo y antifascismo, que facilita el consenso entre los historiadores académicos de izquierda y derecha, los nacional-catalanistas y los neoestalinistas que, todos juntos, coinciden en descargar el fracaso republicano en el radicalismo de anarquistas, poumistas y masas revolucionarias, que se convierten de este modo en la víctima propiciatoria común. Con la ignorancia, omisión o minimización de las connotaciones proletarias y revolucionarias que caracterizaron el período republicano y la Guerra civil, la Historia Oficial consigue ponerlo todo del revés, de forma que sus principales popes se imponen la tarea de reescribirlo todo DE NUEVO, y consumar de este modo la expropiación de la memoria histórica, como un acto más del proceso de expropiación general de la clase trabajadora. Pues, a fin de cuentas, la historiografía académica es quien elabora la Historia. Si, al mismo tiempo que desaparece la generación que vivió la guerra, los libros y manuales de la Historia Oficial ignoran la existencia de un magnífico movimiento anarquista y revolucionario, dentro de diez años se atreverán a decir que ese movimiento NO HA EXISTIDO. Los mandarines creen firmemente que NUNCA ha existido aquello sobre lo que ELLOS no escriben: si la historia cuestiona el presente, la niegan. La función de la historia revolucionaria consiste en mostrar que leyendas, libros y manuales engañan, que los políticos se enmascaran, que el poder ilusiona y que casi todos los historiadores burgueses mienten, falsifican, manipulan y se someten a la burocrática y clasista disciplina académica. Ante el creciente desprestigio de la profesión de historiador, y pese a las honrosas y sobresalientes excepciones existentes, Antonio Gascón y Agustín Guillamón, con el objetivo de evitar indeseables y desagradables confusiones, renunciamos al apelativo de historiadores; razón suficiente para reclamar la honesta actividad de coleccionistas de testimonios y papeles viejos: traperos de la historia. Después de la derrota política (que no militar) de los anarquistas en mayo de 1937, en Barcelona y en toda Cataluña, la represión contra el movimiento libertario durante el verano de 1937 fue acompañada por una campaña de infamias, degradaciones, falacias, insultos y criminalización, que sustituyó la realidad social e histórica por una nueva realidad: la leyenda negra antilibertaria, que desde entonces se convirtió en la única explicación admisible, en la única historia vivida. Por primera vez en la historia una campaña de propaganda política sustituía la realidad de lo acaecido por una realidad inexistente, artificialmente construida. George Orwell, testigo y víctima de esa campaña denigrante de falsedades y demonización, llevó a sus novelas al omnipotente Gran Hermano. Los historiadores académicos podían reescribir el pasado una y otra vez, según los intereses sectarios y políticos de cada momento, las iras del dios que adorasen o el gusto y capricho del amo de turno. Como escribía en su novela 1984:“Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado”. La Sagrada Historia de la burguesía heredó, profundizó y completó desde el campo de la historiografía esa campaña difamatoria estalinista y republicana, que es necesario denunciar, criticar y destruir. La historia es un combate más de la guerra de clases en curso. A la historia de la burguesía oponemos la historia revolucionaria del proletariado. A las mentiras se las derrota con la verdad; a los mitos y a la leyenda negra con los archivos. Hay una contradicción flagrante entre el oficio de recuperación de la memoria histórica, y la profesión de servidores de la Historia Oficial, que necesita olvidar y borrar la existencia en el pasado, y por lo tanto la posibilidad en el futuro, de un temible movimiento obrero revolucionario de masas. Esta contradicción entre el oficio y la profesión se resuelve mediante la ignorancia de aquello que saben o deberían saber; y eso les convierte en INÚTILES. La Historia Oficial pretende ser objetiva, imparcial y global. Pero se caracteriza por su incapacidad para reconocer el carácter clasista de su pretendida objetividad. Es necesariamente parcial, y no puede adoptar más perspectiva que la perspectiva de clase de la burguesía. Es necesariamente excluyente, y excluye del pasado, del futuro y del presente a la clase obrera. La Sociología Oficial insiste en convencernos que ya no existe la clase obrera, ni el proletariado, ni la lucha de clases; a la Historia Oficial le toca convencernos de que nunca existió. Un presente perpetuo, complaciente y acrítico banaliza el pasado y destruye la conciencia histórica. Los historiadores de la burguesía tienen que reescribir el pasado, como lo hacía una y otra vez el Gran Hermano. Necesitan ocultar que la Guerra civil fue una guerra de clases. Quien controla el presente, controla el pasado, quien controla el pasado, decide el futuro. La Historia Oficial es la historia de la burguesía, y hoy tiene por misión mitificar los nacionalismos, la democracia y la economía de mercado, para convencernos de que son eternos, inmutables e inamovibles. Antonio Gascón y Agustín Guillamón, impulsores de este Manifiesto, constituidos en Comité de Defensa de la Historia, declaran su beligerancia en este COMBATE POR LA HISTORIA. Por esta razón, y como hemos demostrado en el libro Nacionalistas contra anarquistas en la Cerdaña, publicado por Ediciones Descontrol (editorial@descontrol.cat), DECLARAMOS PROBADO: Que la represión de curas y derechistas en la Cerdaña desde el 20 de julio de 1936 hasta el 8 de septiembre de 1936 fue dirigida por el alcalde de Puigcerdá, Jaime Palau, militante de ERC. Que la lista de los 21 ciudadanos derechistas de Puigcerdá “que debían ser eliminados” fue debatida y elaborada en el Casal de Esquerra Republicana de Cataluña, y su presidente Eliseo Font Morera “aprobó la lista de víctimas”. Las personas que figuraban en esa lista fueron detenidas y asesinadas en la noche del 9 de setiembre de 1936. Que en la constitución del Consejo Administrativo del Pueblo de Puigcerdá del 20 de octubre de 1936, los anarquistas obligaron a que participase ERC con los dos protagonistas principales de la represión contra los derechistas: Jaime Palau y Eliseo Font. Que ANTONIO MARTÍN ESCUDERO, el durruti de la Cerdaña, fue asesinado en el puente de Bellver, el 27 de abril de 1937, en una emboscada preparada por ERC y Estat Catalá. El asesinato se debía al férreo control ejercido por los anarquistas en la frontera, que perjudicaba el contrabando ejercido por estalinistas y nacionalistas. Que a partir del 10 de junio de 1937, tras la derrota política de los anarquistas en los Hechos de Mayo, les llegó el turno a los anarquistas. Siete libertarios fueron asesinados en La Serradora por estalinistas y nacionalistas. Se constituyó un Comité Ejecutivo, formado por estalinistas y nacionalistas, para coordinar y dirigir la represión antilibertaria en la Cerdaña. La represión y la difamación iban íntimamente unidas. La matanza del 9 de setiembre de 1936, todos los asesinatos cometidos en la comarca, todos los robos y crímenes encontraron un mismo chivo expiatorio y falso culpable: los anarquistas. De este modo se desviaba la autoría criminal de PSUC-ERC y se criminalizaba al enemigo de clase: los anarquistas. Que la mayoría de los historiadores mienten, manipulan o falsifican, algunos de forma consciente, los más inconscientemente; está en la naturaleza y condición del oficio que les paga el sueldo. La Sagrada Historia de la burguesía es una falacia, construida para exculpar a nacionalistas y estalinistas de los desmanes de los primeros tiempos de la Revolución. Y un buen ejemplo es la vigente historiografía sobre Puigcerdá y la Cerdaña, que ha logrado ocultar, durante más de 80 años, que los protagonistas del golpe de 1934 fueron duramente represaliados por la derecha españolista en 1935; que esa represión provocó la participación vengativa de los golpistas catalanistas de 1934 en los abusos y arbitrariedades que, después de julio de 1936, siguieron a la derrota de los militares en Barcelona y el resto de Cataluña. Y en particular que más de uno de ellos o era miembro de Estat Catalá, o mayoritariamente miembros reconocidos de ERC, citados en la Causa General como responsables de las matanzas locales. Que el mito de los fusilamientos masivos en la collada de Tosas, ordenados por el Comité de Puigcerdá, se desmorona ante la precisión y contundencia de un documento de la Causa General que concluye, una vez desenterrados y analizados los 26 cadáveres existentes, que eran en su mayoría personas muy jóvenes, identificados algunos como derechistas y desertores, abatidos por los carabineros al intentar cruzar la frontera. Ni comité, ni fusilamientos; carabineros y desertores, y en todo caso muertes ajenas a la problemática interna de la Cerdaña que no deben contabilizarse como fruto de los conflictos sociales y políticos de esa comarca. Que a nadie se le debería escapar que la destrucción de la leyenda negra del anarquismo catalán en la Cerdaña, y muy concretamente de la fabulosa criminalización de Antonio Martín, efectuada irrefutablemente en nuestro libro sobre la Cerdaña, implica importantes consecuencias:
POR LO TANTO, CONCLUIMOS: Que la historia es un combate más de la guerra de clases en curso. A la historia de la burguesía oponemos la historia revolucionaria del proletariado. A las mentiras se las derrota con la verdad; a los mitos y a la leyenda negra con los archivos. Que la historia, como ciencia social, ya no es posible realizarla en las instituciones universitarias y académicas, donde los historiadores se transforman en funcionarios sometidos al poder y al orden establecido. La Historia honesta, científica y rigurosa, hoy, sólo es posible contra los historiadores académicos y al margen de las instituciones. Que la Historia burguesa tiene por misión mitificar los nacionalismos, el totalitarismo democrático y la economía capitalista, para convencernos de que son eternos, inmutables e inamovibles. Un presente perpetuo, complaciente y acrítico banaliza el pasado y destruye la conciencia histórica. De la Historia Sagrada estamos pasando a la poshistoria. Posverdad es un neologismo que describe una situación cognitiva, frecuente hoy, en la que el informador crea opinión pública subordinando los hechos y la realidad a las emociones, los prejuicios, las ideologías, la propaganda, los intereses materiales y la política. Si algo aparenta ser cierto y además halaga la vanidad, o satisface emociones, al tiempo que fortalece prejuicios o identidad, merece ser verdadero. Una buena campaña publicitaria convierte la mentira, la estafa y las falsificaciones en una agradable y conveniente posverdad. La poshistoria deja de ser la narración e interpretación de los hechos sucedidos en el pasado para convertirse en la narración que plumíferos de todo pelaje e ideología fabrican para el mercado editorial, más allá de los hechos y de la realidad histórica, considerados ya como simbólicos, secundarios, prescindibles, perjudiciales o clandestinos. POR LO TANTO, DEMANDAMOS: Que los paneles informativos levantados en el puente de Bellver sean quitados o corregidos. Que ERC asuma su responsabilidad en la matanza de Puigcerdá del 9-9-1936 y cese las infamias levantadas permanente y sistemáticamente por su organización contra los libertarios. Que Pous/Solé reconozcan formalmente sus errores e insuficiencias, y los hagan públicos y notorios, por dignidad propia y porque es de justicia. INICIAMOS la difusión de este texto con el objetivo de concienciar, eximir y librar a los libertarios del enorme perjuicio moral sufrido a causa de esa degradante campaña difamatoria, impulsada por estalinistas y nacionalistas. No es posible ningún pacto ni colaboración con el enemigo de clase. Convocamos a esa necesaria minoría ácrata y rebelde armada de principios, aún sin patria ni banderas, sin dioses ni fronteras, sin dejaciones ni renuncias, a que se sumen a estas demandas, enviando sus adhesiones a este Manifiesto al COMITÉ DE DEFENSA DE LA HISTORIA, e-mail: chbalance@gmail.com
Antonio Gascón y Agustín Guillamón.
Puigcerdá, 27 de abril de 2018
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Posted: 05 May 2018 05:25 AM PDT
Todo Por Hacer es una publicación anarquista que se edita mensualmente en Madrid. Se distribuye de forma gratuita en esta ciudad y se puede descargar en www.todoporhacer.org
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Contacto: todoporhacer@riseup.net www.todoporhacer.org La lucha sigue siendo el único camino.7 años del 15-M, 50 del mayo francés, 132 de los mártires de Chicago
Desde que en 1886, en Chicago, fueron ejecutados un grupo de sindicalistas anarquistas por pelear por la jornada de ocho horas, mayo ha sido un mes de conmemoración pero también de luchas obreras. Este año, los sindicatos libertarios han marchado, con el recuerdo fresco de la extraordinaria huelga feminista del 8 de marzo, para reivindicar un sindicalismo distinto: independiente y de ruptura, organizado por los/as propios/as afectados/os y alejado de las viejas estructuras sindicales que ponen frenos a las movilizaciones. Los motivos para salir a la calle y organizarse son evidentes: privatización y desmantelamiento de los servicios públicos, jornadas de trabajo interminables, precariedad laboral y mayor presencia de las ETT, aumento de los accidentes en el curro (618 muertes en 2017), desempleo masivo (más de tres millones setecientos mil parados/as), circunstancias, que como todo en esta sociedad patriarcal, afectan en mayor medida a las mujeres.
Ante esta situación de supuesto crecimiento económico y declive de nuestros salarios y derechos laborales, nos alegra ver cada vez más sectores en lucha. El mes pasado vivimos la huelga en los almacenes de Amazon, un conflicto que sigue activo por las represalias de la multinacional que despidió a cien temporales, la huelga masiva de oficinas y despachos en Bizkaia para exigir la negociación del convenio colectivo, los paros de pilotos de Vueling…
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Además, recogeremos la experiencia de las huelgas que este año se están extendiendo entre los/as trabajadores/as de la educación pública de Estados Unidos, que nos recuerdan algo que siempre tendremos que tener presente: El hecho de que el sistema dependa de nuestro trabajo nos otorga un inmenso poder estructural.
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