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Venezuela
eligió: Ahora que los medios no justifiquen el fin
Javier
Tolcachier
ALAI
AMLATINA, 21/05/2018.- Algo más de ocho millones seiscientos mil
venezolanos
han participado en la elección presidencial de este domingo,
cuyo resultado ha
sido la renovación de mandato al actual presidente Nicolás
Maduro. También se
eligieron los nuevos consejos estaduales, aunque la mira estuvo
puesta en el
máximo cargo ejecutivo del Estado.
El actual
gobernante obtuvo 68% de los votos válidos emitidos, frente a
21% de su
principal contrincante, Henri Falcón. Javier Bertucci fue
apoyado por un 11% de
las preferencias y el cuarto en la contienda, Reinaldo Quijada
cosechó algo
menos de 35 mil votos.
El acto
electoral transcurrió de manera inobjetable y sin incidencias
mayores, según
atestiguan los observadores internacionales invitados a
participar. En
comparación con las flagrantes irregularidades ocurridas en las
recientes
elecciones hondureñas o las denunciadas por el candidato Efraín
Alegre en
Paraguay, el evento eleccionario puede ser caracterizado como
absolutamente
legítimo.
Tampoco
puede acusarse al gobierno bolivariano de forzar a los electores
a concurrir a
las urnas, ya que el voto en la nación caribeña es optativo,
distinto al caso
argentino en el que la población debe asistir compulsivamente a
votar.
En razón de
esta libertad para ejercer o no el derecho a voto, es que la
oposición más
radical no puede autoadjudicarse por completo la abstención,
aunque su
llamamiento haya propiciado dicha actitud.
La cifra de
votantes que acudió a votar fue, en proyección del CNE, del 48%,
algo más de
seis puntos mayor que la registrada el año pasado en ocasión de
la elección de
la Asamblea Nacional Constituyente.
Sin duda que
el boicot de la derecha nacional e internacional incidió, con
mayor impacto en las
clases medias y altas, aunque sin duda no en la medida esperada
por sus
dirigentes. Por lo demás, la abstención debe ponderarse teniendo
en cuenta
también cierto cansancio electoral en la población – convocada
cuatro veces en
un año a las urnas –, el existencia de un número incierto de
venezolanos
inscritos en el padrón que han emigrado y algunas acciones de
amedrentamiento o
boicot, lo cual reduce el universo total posible de votantes.
Estos
avatares, si bien evidencian el conocido antagonismo de una
porción de la
sociedad frente a la Revolución Bolivariana, no hacen mella en
la legitimidad
misma del comicio.
En término
de caudal propio de votos, Nicolás Maduro obtuvo una cifra
cercana a los seis
millones de sufragios (5.823.728 en el primer corte con el 92%
escrutado),
perdiendo una parte de los siete millones y medio de votos
obtenidos en 2013.
Es lícito
pensar, en un primer acercamiento, que entre ellos hay un
contingente de
adherentes disconformes con la conducción actual y que cierta
parte de la población
acusa el embate de las dificultades cotidianas, junto al
desgaste natural de
todo gobierno. Por otra parte, el alto número de votos obtenidos
y la claridad
del triunfo hablan de la mantención de un amplio núcleo duro de
apoyo al
chavismo en la población venezolana.
Si se trata
de atender a críticas externas, como las expresadas por parte
del recientemente
re-electo presidente Sebastián Piñera, Chile es uno de los
países con mayor
abstención del mundo, un 51% en la última elección.
Algo similar
se manifiesta históricamente en Colombia, otros de los países
inquisidores de
la calidad democrática venezolana. El presidente saliente Juan
Manuel Santos
fue electo con algo más de la mitad de los votos del 48% de los
votantes.
Porcentaje idéntico al registrado en la elección en Venezuela,
algo superior al
promedio de la historia electoral colombiana entre 1978 y 2010,
según datos de
un informe de la propia Registraduría Nacional.
¿Y qué hay
de los Estados Unidos, el autodenominado guardián universal de
la democracia?
En la última elección presidencial hubo un 55.4% de votos
válidos sobre el
total de inscriptos, pero debido a un sistema de elección
indirecto, gobierna
allí el candidato que sacó una menor votación popular que su
contendiente (46%
Trump frente a 48% Clinton).
Incluso la
acusación de utilizar un sistema clientelar o de voto cautivo,
debería
ruborizar a los gobiernos de América Latina erigidos en fiscales
de la
democracia venezolana. Una extensa galería de esas prácticas
puede ser
estudiada en el enorme prontuario antidemocrático mexicano, otro
de los
gobiernos que apoya la embestida contra Venezuela.
La condena a
la maquinaria de movilización popular desarrollada por el
chavismo, que le ha
garantizado tantas victorias electorales, se explica por el
desprecio
interesado de los críticos por la organización popular -
decisiva para lograr
conquistas sociales largamente negadas a las mayorías
postergadas.
El triunfo
electoral de Nicolás Maduro y de la Revolución Bolivariana, es
muy relevante,
ya que se inscribe en un contexto de guerra económica, de
sanciones
comerciales, de intento de asfixia financiera, de especulación
monetaria aguda,
de acaparamiento intencionado de bienes de consumo básicos o su
comercialización ilegal, de acoso y difamación a sus principales
figuras
emblemáticas. En suma, un cuadro similar a las
desestabilizaciones que
sufrieron muchos gobiernos progresistas o de izquierdas, que se
opusieron a la
sinrazón colonialista del estado del Norte.
El principal
problema de la democracia en Venezuela, no es producto de sus
desavenencias
políticas internas, ciertamente existentes, sino que proviene de
afuera.
El problema
no es Venezuela, sino la política exterior estadounidense
No hay bases
sólidas para deslegitimar la reelección de Nicolás Maduro para
otro período de
gobierno. Sin embargo, el “régimen” estadounidense (apelativo
que suele usarse
en la prensa hegemónica de derecha para gobiernos no afines),
insiste y
conspira para el no reconocimiento del gobierno electo por
amplia mayoría en Venezuela.
Para ello, cuenta con un séquito de voces conservadoras en
América Latina y
Europa, cuyos méritos democráticos, pero sobre todo sociales,
son escasos.
Muestra
sobrada ha dado el gobierno español de Rajoy reprimiendo a la
población de
Cataluña luego del referendo ganado por el independentismo,
encarcelando a
varios líderes y obligando al exilio a su presidente electo.
Europa entera se
encuentra asediada por una ola de extremismo neofascista
producto del severo
ajuste al que el sistema de usura internacional ha sometido a su
población. No
está en condiciones de dar lecciones de ninguna naturaleza.
El
extremismo ha sido también la característica sobresaliente del
gobierno de
Trump, poniendo al borde de un cataclismo nuclear al planeta. La
amenaza de borrar
de la faz de la tierra a Corea del Norte, la ruptura del Acuerdo
con Irán sobre
su producción nuclear, el abandono del Acuerdo de París sobre
Cambio Climático,
el recrudecimiento de sanciones contra Cuba, Rusia y la misma
Venezuela,
indican a las claras el sesgo unilateral de la actual política
exterior
norteamericana.
El aumento
del gasto en armamento y la exigencia a sus aliados en la NATO
de hacer lo
propio, los ataques contra Siria, la complicidad con el régimen
israelí,
culpable del asesinato y el apartheid del pueblo palestino, la
alianza con la
monarquía saudita, responsable de múltiples violaciones a los
derechos humanos
en su propio país y de la muerte de cientos de miles de
yemenitas, constituyen
evidencia franca del cariz violento de los que hoy ocupan la
Casa Blanca.
En América
Latina, luego de repetidos intentos por doblegar y derrocar
antidemocráticamente al gobierno electo, el encono geopolítico
norteamericano
se ha transformado en amenaza explícita de intervención armada.
La
experiencia acumulada por los EEUU en un gran número de
conspiraciones
anteriores, hace pensar en la confluencia de tácticas ilícitas
diversas, entre
las cuales se encontrarían operaciones de bandera falsa,
financiamiento de
grupos mercenarios, cooptación de miembros de las Fuerzas de
Seguridad o
constitución de supuestas “alianzas de la comunidad
internacional o
latinoamericana”. Incluso no pueden descartarse los intentos de
magnicidio.
Más allá de
alcanzar o no el objetivo de remover al gobierno bolivariano, lo
que se
persigue con toda esta presión es instituir una suerte de
castigo ejemplar -
tan antiguo como la historia misma – para intimidar a todo aquel
que ose
rebelarse contra la injusticia instituida.
Lo más
probable es que por ahora no se llegue a una agresión abierta,
que no cuenta
con consenso ni siquiera entre los gobiernos de derecha y que
seguramente sería
fuertemente resistida. Pero no hay duda alguna que EEUU
continuará operando
para cerrar un cerco férreo sobre Venezuela, táctica que no
solamente
ocasionará agudos problemas a la población que supuestamente se
dice querer
ayudar sino que, tal como ocurrió con Cuba en los años 60’,
tendrá como
contrapartida el reforzamiento de alianzas del gobierno
venezolano con Rusia,
China, Turquía, Irán y otros actores de la multipolaridad
emergente.
Medios que
justifican el fin
La
enciclopedia en línea Wikipedia señala que la expresión “el
fin justifica
los medios” - cuyo origen fue injustamente atribuido a la
orden jesuita por
sus detractores - fue estampada por Napoleón en la última página
de un ejemplar
de “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo, presumiblemente como
síntesis de su
lectura. Sin duda que el principio puede ser atribuido al
filósofo político
florentino, sobre todo en atención al contenido del capítulo
XVIII de esa obra.
El pasaje más elocuente del mismo: “Dedíquese, pues, el príncipe a superar siempre las
dificultades y a
conservar su Estado. Si logra con acierto su fin, se tendrán
por honrosos los
medios conducentes al mismo”.
Siglos después, en una igualmente
pragmática inversión
del aforismo, son los medios los llamados a justificar el fin.
Los medios
masivos de difusión.
Es a través de ellos, con propaganda,
información
sesgada y apelando a elaborados guiones cinematográficos, que se
intenta convencer
a los públicos sobre las bondades del sistema capitalista, la
cultura
occidental y sobre la necesidad y justeza de las guerras
(¿cruzadas?) que son
emprendidas en su nombre.
Dichos medios, propiedad de unos pocos
grupos
económicos, monopolizan el espectro concentrando abrumadoramente
las
audiencias. Deciden cuáles contenidos deben mostrarse y cuáles
no, ejerciendo
una indebida pero efectiva manipulación y censura informativa.
Sus líneas
editoriales impiden el libre ejercicio de la profesión
periodística, expulsando
de sus filas a todo aquel que no se avenga a militar
ideológicamente sus
propósitos comerciales y políticos, traicionando elementales
principios
deontológicos.
Estos vehículos audiovisuales
hegemónicos son los
habitualmente utilizados para generar sentidos comunes previos a
una agresión
contra un país. La demonización del enemigo, la insidiosa
caricaturización de
alguno de sus aspectos, son las técnicas usadas para generar
aversión y espanto
en el desprevenido espectador.
Esta agresión comunicacional es siempre
el primer paso
para ablandar la opinión pública, para producir una matriz de
aceptación, a fin
de justificar el inmenso sufrimiento que traerá a su paso la
devastación
bélica.
Así sucedió con Libia, con Irak, con
Siria – por sólo
mencionar eventos recientes – y la misma añeja estratagema se
está utilizando
contra Venezuela.
Por ello, como defensa preventiva y
efectiva de la
paz, es preciso detener la oleada de desinformación que
preanuncia el conflicto
y resistir sus efectos nefastos. Si para las personas de buena
voluntad es
universalmente aceptado que el fin no justifica de ningún modo
los medios, se
hace necesario instituir también la máxima inversa. Los medios
no deben servir
para justificar ningún fin.
- Javier Tolcachier
es un
investigador perteneciente al Centro Mundial de Estudios
Humanistas, organismo
del Movimiento Humanista.
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