Un intelectual destructivo
Autor(es): Arantes, Paulo
Arantes,
Paulo . Nacido en Brasil 1942, es uno de los más importantes filósofos
brasileños contemporáneos. Se doctoró en la Universidad París X con una
tesis sobre Hegel, desde el punto de vista del joven Marx. Fue
coordinador del programa de postgraduación en Filosofía en la
Universidad de San Pablo (USP). Continúa desempeñándose como profesor
jubilado en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la
USP. Dirige la colección “Zero à esquerda” de la editorial Vozes y la
colección “Estado de Sítio” en la editorial Boitempo. Entre sus libros
más recientes se encuentran Hegel: l’ordre du temps (2000), Zero à
esquerda (2004), Extinção (2007) y O novo tempo do mundo e outros
estudos sobre a era da emergencia (2014)
Durante toda su trayectoria, su actuación siempre se mantuvo
discreta, ocupando el espacio esperado de un académico brasileño. En su
caso, de un intelectual marxista. Hoy, su papel está próximo a lo que
podríamos llamar activismo, haciendo de la filosofía un deporte de
combate, para parafrasear a Pierre Bourdieu, que, en los últimos años,
da un salto desde el trabajo exclusivamente académico al compromiso “de
tiempo completo”. Es decir, fuera de la esfera partidaria,
institucional. ¿De qué manera, en su caso, es posible explicar ese
pasaje desde el intelectual “ajustado” hasta el desajuste; un pasaje que
deriva en la exposición pública y la ruptura con colegas y miembros de
su generación?
No sé si es tal como usted describe. De cualquier modo, no fue
premeditado, esas cosas no se programan. Independientemente de que me
encuadre o no en el perfil que usted está sugiriendo, no deja de ser
curioso ese inesperado contrapunto entre el intelectual discreto y el
activismo filosófico como deporte radical. Un adorniano incondicional
tendería a estar de acuerdo con usted, a costa de mí. Diría que yo
habría hecho mejor si me hubiera mantenido retirado,1
como se dice en buen portugués; lo cual, traducido a la lengua de
Adorno, sonaría más o menos así: “¿Quiere dar pruebas de solidaridad?
Entonces, por una simple cuestión de pudor ante el desastre, se
recomienda la más inviolable discreción; no se comprometa, ya que, en
una sociedad totalmente administrada, no hay ya nada inofensivo; hasta
el propio uso público de la razón corre el riesgo de convertirse en
colaboración, en participación en la injusticia; en reafirmación de la
sociedad en su confortable horror terminal”. Ahora, entre nosotros,
usted tiene que estar de acuerdo con que una figura de intelectual tal
en Brasil, por ser una total imposibilidad, sería un escándalo
explosivo. Aunque se haya encarado con la mayor naturalidad el disparate
inverso: con la misma implacable conciencia de la negatividad
recomendada por Adorno, se sigue dando apoyo (“reforma” de esto o
aquello, etcétera) a todo lo que no produce demasiado revuelo, ya que lo
peor siempre está acechando. Volviendo sobre el salto participante que
usted concretamente me atribuye, yo salto más allá del discreto recinto
cerrado, aunque sumamente exigente, del marxismo cultural: en un mundo
tal, sin alternativas, no hay algo más patéticamente ridículo –ni más
prematuro– que una tal conversión al compromiso integral. En suma,
habría hecho mejor si hubiera manteniendo una discreta distancia. En
cuanto activista, corro el riesgo de volverme un atareado emprendedor
más de iniciativas en general. Tiendo a estar de acuerdo, no sin antes
recordar que Adorno no olvidaba agregar que los campeones del
distanciamiento máximo en lo general suelen considerarse a sí mismo
bizcochos hechos con una mejor harina y utilizar su intratable crítica
de la sociedad como un ingrediente más en una trayectoria elegante y
discreta.
No son circunloquios, sino una traducción plausible del prisma a
través del cual usted me ve; para mí, es en todo caso sorprendente, ya
que me considero un intelectual brasileño incluso muy normal. Esto
mismo, a fin de estar disponible para cualquier tarea y estar casi
siempre implicado. Para ser históricamente más exacto, el intelectual en
Brasil está siempre implicado en alguna construcción nacional,
imaginaria o real, si bien siempre bajo constante amenaza de
interrupción y reversión colonial. La novedad tremenda es que por
primera vez los de mi tribu, progresistas o seudomarxistas, invirtieron
el signo de ese compromiso constructivo atávico, pasando a cabalgar con
el deslumbramiento de todo arribista sobre la ola mundial de las
desintegraciones que conocemos. Aún no cambia el alegato; por lo demás,
no cambia nunca; siempre tenemos que hacer frente a alguna actualización
faltante, un postrero nicho de hiberismo a occidentalizar. En esa hora,
aquel que se baja del tren es tachado de… frankfurtiano, apocalíptico o
lo que sea, lo que no deja de tener su gracia, en vista de la evocación
de hace poco.
Dicho esto, puedo incluso admitir que haya cambiado de registro.
Sería más correcto hablar en alternancia, lo que me devolvería a la fosa
común de mis cófrades, ahora escépticos a más no poder, para que más
adelante sean poseídos por alguna manía constructiva –hoy, el sarampión
del día es declararse republicano cada dos por tres–. Antes de que usted
me pida que no continúe saliéndome de la pista, retomo el camino.
Pensándolo bien, en una imagen para su perfil, tal vez fuera oportuno
evocar al “radical de ocasión” retratado hace tiempo por António
Cândido.2
Un tipo bien de clase media, a mil leguas del revolucionario militante,
como se decía antiguamente. Un personaje, en general, conformado y
exprimido entre los dueños del mundo y los desposeídos; por eso mismo,
oscilante y que, con todo, acosado por alguna circunstancia escandalosa,
por el descalabro o la injusticia atroces, interrumpe sus paseos por la
isla –no la del Caribe, sino la otra, con la cual también sueñan los
comprometidos, hasta los más agudos participantes: la isla imaginada por
Drummond, escaldado por las barbaridades de la línea justa de su
tiempo– y se vuelve en contra de todo el orden social, que entonces se
le aparece, sin apelación ni defensa posibles, como una construcción
desesperadamente errada. Así, un risible dandi como João do Rio,3 en reacción a la noticia de la masacre del Domingo Sangriento,4
estopín de la Revolución Rusa de 1905. Como corresponde a la naturaleza
de esos ímpetus radicales el hecho de que no se unan entre sí, nuestro
personaje se sosiega nuevamente en los márgenes del orden. Como Nabuco5
después de la Abolición. Otro rasgo característico de este tipo de
intelectual es, a veces, funcionar como precursor de una transformación
social de la cual no tiene la menor idea y que tal vez sea incapaz de
reconocer si, por acaso, se topa un día con tal maremoto. Él nunca sabe
si tiene o no a la Historia a su favor, ni tampoco se cuida de eso; de
ahí la multiplicidad de sus circunstanciales fidelidades. Por último, el
radical de ocasión se explica por el colosal conservadurismo de la
sociedad brasileña, una muralla de dominación prácticamente sin brechas,
salvo, justamente, esas traiciones de clase ocasionales.
Los tiempos cambiaron, pero no tanto; para variar la brutalidad de
ese orden no igualitario sin remisión, se presenta con el ropaje
familiar de la modernidad galopante. Aquí entramos nosotros, quiere
decir, si ese modelo atiende a su golpe de vista. La ocasión que hace al
radical de ahora es que el escándalo del nuevo espíritu del capitalismo
local corresponde a la letra de la fina marxología de por aquí.
Abreviando, está claro que ni la onda mental legitimadora de la
acumulación es una exclusividad local, ni la glamorización de la
economía de mercado es de exclusiva responsabilidad de las
idiosincrasias de una cierta tradición marxista que llegó al poder
alegando una intimidad privilegiada e ilustrada con la dinámica de la
globalización. No me parece que se trate de volver una vez más a esa
aberración, a un original marxismo occidental de clase dominante, algo
así como el ornamento crítico de una sociedad post catástrofe. Cuando
mencioné el hecho, en una entrevista aparecida en esta publicación, en
septiembre de 2002, aún faltaba que se completara el cuadro: la
reunificación del Partido Intelectual, cuando a la mezcla tucana6 de inteligentzia
paulista y altas privatizaciones vino a sumarse finalmente la otra
mitad de la naranja, los orgánicos del lulismo, una sociedad y tanto.
Nuevamente, sin brechas. Necesitamos otra teoría crítica para lidiar con
ese aterrador monstruo de siete cabezas. A falta de esto, los Joões do
Rio van explotando como pueden, se vuelven militantes imaginarios.
Concluyo recordando que un radical, incluso el de ocasión, no se
hace de la noche a la mañana; a pesar de que esa liberación ocasional
sea un estallido que puede muy bien ser, además, discreto, demanda toda
una educación sentimental al revés. Me explico pensando en mi antigua
profesión de filósofo de la Universidad de San Pablo, ya un poco
discordante por el simple hecho de interesarme en el sistema de
alienaciones productivas que se derivaron de la aclimatación brasileña
de la cultura filosófica europea. Había en aquello mucha impertinencia
en más de un sentido. Cuando caí en la cuenta, estaba roto el pacto de
las formaciones nacionales, había sido desacatado un cierto decoro en la
descripción de aquellas alienaciones que lindaban con la parodia, no
había sido percibida algo así como la etiqueta de la construcción
nacional –el mandamiento de aportar su granito de arena y, sobre todo,
no escarnecer las “capacidades” de la patria–. Tomando impulso, la
colisión era cuestión de tiempo. La ocasión vino con el Febeapá7 de la nueva izquierda ajustada.
¿Qué es un intelectual destructivo?
Voy a hacerme el desentendido. Goethe, Hegel y Thomas Mann dirían
que es el diablo en persona; a fin de cuentas, el intelectual
propiamente dicho, dispensando así el calificativo, por redundante. Pero
son idos ya esos tiempos en que la negación demoníaca removía los
escombros del camino, en que el proceso real acarreaba la norma de su
propia superación. En vista del colapso de la civilización
liberal-capitalista, iluminado por el apocalipsis nazi, alguien observó
que seguir hablando a esa altura como negación superadora ya era una
indecencia. Esos mismos observadores tampoco se dejaron ofuscar por el
consenso keynesiano de la posguerra. Por las razones opuestas, los
neoliberales en el ostracismo también lo hicieron treinta años después;
salvo que vencieron. Era precisa mucha ceguera para no ver, en la
afluencia de las economías centrales, un pacto diabólico; esta vez,
entre el capital y la bomba. El pleno empleo se fue para siempre; sin
embargo, los impulsores del pacto continúan por ahí, contrato en mano.
¿Alguna sorpresa ante la llegada del terrorismo? Es un amigo de la casa,
de ahí que haya venido para quedarse. El eje más débil de la cadena
imperialista hoy es el hombre bomba en el que se encarnó el programa
suicida del capitalismo. De momento, esto es materia de especulación: ¿y
si él fuera el último intelectual? Paño rápido. Bar de chopp bien
brasileño: si alguien le dice que la crítica es solo constructiva:
escena sangrienta en un bar de la avenida São João.
“Um intelectual destrutivo. Entrevista à Cult, em agosto de 2004”. En: Arantes, Paulo, Extinção. San Pablo: Boitempo, 2004, pp. 229-234. Trad. y publ. por gentil autorización de Paulo Arantes. Trad. de Miguel Vedda.
Ilustración: Joaquín Zelaya
1 En el original: “se tivesse ficado quieto em meu canto” (nota del trad.).
2
Nacido en 1918, Antônio Cándido es uno de los mayores críticos
brasileños; autor, entre otras muchas obras importantes, del clásico
libro Formação da literatura brasileira: momentos decisivos (1959) (nota del trad.).
3
Seudónimo de João Paulo Emílio Cristóvão dos Santos Coelho Barreto
(1881-1921), un periodista, cuentista y dramaturgo brasileño (nota del
trad.).
4
La matanza llevada a cabo por la Guardia Imperial rusa contra
manifestantes políticos conducidos por el padre Gapón. Tuvo lugar en
San Petersburgo el 22 de enero de 1905; al cabo de ella, murieron más
de 200 manifestantes y unos 800 resultaron heridos (nota del trad.).
5
Joaquim Aurélio Barreto Nabuco de Araújo (1849-1910): político,
diplomático, historiador y periodista brasileño. Dedicó varios de sus
escritos a condenar la práctica de la esclavitud (nota del trad.).
6
Son designados popularmente como “tucanos” los militantes y adeptos
del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) (nota del trad.).
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