Boletín diario del Portal Libertario OACA |
- [Madrid] Como era de esperar, prorrogan la privatización del laboratorio central
- La revolución cubana: una mirada libertaria
- [Novedad editorial] Cervantes libertario. Cervantes antisistema o por qué los anarquistas aman a Cervantes
- Confederalismo ibérico. La plurinacionalidad viable
- [Dossier] ¡Qué vienen los anarquistas!
Posted: 29 Nov 2016 01:47 PM PST
Como era de esperar, el gobierno del PP ha hecho valer la cláusula que le permitía prorrogar la privatización del Laboratorio Central (actualmente en manos de Ribera Salud y Unilabs) por dos años más, hasta 2018.
La renovación lleva aparejada la asignación de una partida de casi 38
millones de € para “atender” las pruebas de 1,2 millones de madrileños
dependientes de los hospitales de propiedad privada de modelo PFI.
Es necesario hacer historia para conocer como se ha llegado a la situación actual. En junio de 2009 tuvo lugar la apertura del Laboratorio Central de Referencia en San Sebastián de los Reyes. Este centro fue construido en terrenos públicos, cedidos a la empresa privada por acuerdo unánime en pleno municipal de PP, PSOE, IU e Izquierda Independiente de San Sebastián de los Reyes. El laboratorio citado fue adjudicado hasta 2016, con una prórroga de 2 años mas, para su explotación a Ribera Salud, que recibiría 125 millones de € por los primeros 8 años. A cambio, procesaría las muestras de más de un millón de personas, para lo que se cerraron los laboratorios públicos de Coslada, Aranjuez, Vicente Soldevilla- Vallecas (abierto solo 4 años antes) y Virgen de la Torre-Vallecas (convirtiéndose en el primer hospital sin laboratorio). Estos laboratorios públicos venían funcionando perfectamente, tenían mayor proximidad a los centros sanitarios desde donde se les enviaban las muestras, y era posible un contacto directo ante cualquier problema que pudiera surgir. En septiembre de 2009, los sindicatos de la Mesa Sectorial (CCOO, UGT, CSIT-UP, FEMYTS y SATSE), firmaron el Acuerdo que permitió a Esperanza Aguirre “trasladar forzosamente” a los más de 90 trabajadores de los laboratorios públicos y hacer efectivo el cierre y la derivación de muestras al privado. En noviembre de 2012 Unilabs entró en el negocio al comprar por 5 millones € a Balagué Center y AMS –presentes en la UTE junto a Ribera Salud- las acciones de los anteriores. Curiosamente en el consejo de administración de Unilabs estaba por esas fechas el ex consejero de sanidad Juan José Güemes, que había privatizado el servicio. Ante las críticas surgidas, en 2013 Juan José Güemes presentó la dimisión, no sin antes defender que no había existido trato de favor hacia Unilabs. Desde el inicio de su andadura este laboratorio ha estado en el punto de mira de las quejas de los profesionales debido al mal servicio prestado, lo que solo ha dado lugar a una multa de 90.000 € en 2013 por las demoras en los resultados o por hacer pruebas no solicitadas, multa irrisoria que nunca fue pagada ya que fue perdonada por el presidente autonómico Ignacio González. En definitiva, la existencia del laboratorio privado central ha sido resultado de la colaboración de diferentes “agentes sociales” (algunos de los cuales no tienen la más minima vergüenza de difundir luego comunicados contra la privatización), pero sobre todo es resultado de la existencia de la Ley 15/97, ley básica que garantiza seguir poniendo en manos de empresas privadas de todo tipo las partes rentables del sistema sanitario de administración estatal. Read more ... |
Posted: 29 Nov 2016 11:03 AM PST
La
revolución cubana, al igual que ha ocurrido con la llamada
"bolivariana" más reciente, ha producido pasiones y rechazos por
doquier; tantas veces, sin posibilidad de matizar entre los dos
extremos. La realidad es que el comunismo originado en Marx ha visto
fracasado una y otra vez, tanto su teoría supuestamente científica, como
sus experiencias políticas; hablamos de fracaso en términos
auténticamente revolucionarios y socialistas, por supuesto.
A pesar de esta praxis fallida, con un negación de la libertad en todos los ámbitos de la vida, y con una cuestionable política económica (que, en cualquier caso, nunca fue autogestión por parte de los trabajadores ni pareció haber caminado hacia ello) cierta izquierda encontraba nuevos referentes una y otra vez en estas esperiencias de Estado. Veamos cómo ha visto el movimiento anarquista, partidario del socialismo autogestionario, este más de medio siglo de "revolución cubana". En la lucha contra Batista, como es lógico, los anarquistas tuvieron un papel activo. Muy pronto, con la llegada de Fidel Castro al poder, encontrarán una represión en sus filas; en sus publicaciones, advertirán sobre el autoritarismo, el centralismo estatal y la hegemonía del Partido Comunista y reclamarán democracia en los sindicatos. Los anarquistas, al igual que deberían hacerlo los marxistas, apostaban por la autogestión y por la emancipación de los trabajadores. No obstante, la vía del Estado cubano derivó, con su falta de libertad y de iniciativa propia, en el totalitarismo y la dependencia del modelo soviético. Al ser conscientes de este desastre, en 1960 los anarquistas hicieron una declaración de Principios mediante la Agrupación Sindicalista LIbertaria; en ella, se atacaba al Estado, al centralismo agrario propuesto por la reforma del gobierno, así como al nacionalismo, al militarismo y el imperialismo. Los libertarios se mantenían fieles a su concepción de la libertad individual, como base para la colectiva, del federalismo y de una educación libre. Las habituales acusaciones, que llegan hasta nuestros días, de estar a sueldo de Estados Unidos u otros elementos reaccionarios no tardarían en llegar. Después de aquello, la represión castrista hizo que el anarcosindicalismo no tuviera lugar al erradicarse la libertad de prensa y no pudiera hacer propaganda ideológica. Se inició el éxodo anarquista en los años 60, quedando pocos militantes en Cuba y sufriendo un miserable despotismo. En aquellos primeros años de la revolución cubana, se crearon organizaciones en el exterior, como el Movimiento Libertario Cubano en el Exilio (MLCE), y hubo otros manifiestos libertarios criticando la deriva totalitaria. Una obra anarquista destacada es Revolución y dictadura en Cuba, de Abelardo Iglesias, publicada en 1961 en Buenos Aires. La posición anarquista, al menos por parte de la mayor parte del movimiento, estaba clara. La incansable actividad intelectual de algunos anarquistas cubanos hace que se exponga con claridad meridiana conceptos como los siguientes: "expropiar empresas capitalistas, entregándolas a los obreros y técnicos, eso es revolución"; "pero convertirlas en monopolios estatales en los que el único derecho del productor es obedecer, esto es contrarrevolución". A pesar de estos esfuerzos, a finales de la década de los 60, el castrismo parecía estar ganando la propaganda ideológica, lo que provocó que algunos medios libertarios, en Europa y en América Latina, tendían cada vez más a apoyar a la revolución cubana. Un punto de inflexión para esta situación será la publicación en 1976 en Canadá del libro The Cuban Revolution: A Critical Perspective (La Revolución cubana: un enfoque crítico), de Sam Dolgoff, excelentemente distribuido y que "hizo un impacto demoledor entre las izquierdas en general y los anarquistas en particular". El libro constituyó un certero enfoque crítico del castrismo, recogiendo la lucha del MLCE (reiteradamente acusado de estar al servicio de la reacción) y propiciando su reconocimiento internacional; el impacto sobre el anarquismo internacional, e incluso sobre otras corrientes de izquierda, fue considerable. En los siguientes años, es destacable la publicación Guángara libertaria, a cargo del MLCE, iniciado en 1979 y que llegó hasta 1992. En los últimos tiempos, destaca el boletín Cuba libertaria, del Grupo de Apoyo a los Libertarios y Sindicalistas Independientes en Cuba, cuyo primer número apareció en febrero de 2004. En la actualidad, es una obligación de los movimientos anarquistas internacionales apoyar la red del Observatorio Crítico Cubano, que implica proyectos socioculturales internos y externos, con un marcado carácter antiautoritario y autogestionario. Si algo ha alimentado el mito de la revolución cubana ha sido el criminal bloqueo de lo Estados Unidos, que llega hasta nuestros días a pesar del inicio de relaciones propiciado por Obama. Tan intolerable es ese bloqueo norteamericano como el que han establecido los Castro sobre la población cubana. Esa elección entre lo malo y peor, tendencia tantas veces de la mentalidad humana, es pobre y falaz; lo malo sigue siendo malo, hay que trabajar por una vía que asegure la justicia y la libertad. Así lo han hecho históricamente los anarquistas, desde la época colonial hasta el actual sistema totalitario. Desgraciadamente, los movimientos sociales son inexistentes en Cuba, ya que la única representación política es a través del Partido Comunista y de la Unión de Jóvenes Comunistas. El régimen cubano parece doblemente perverso, por su condición intrínseca, suavizada por la magnificación de sus logros, y por arrogarse una autoridad moral fundamentada en su supuesta naturaleza transformadora y progresista. Tras la muerte de Fidel Castro, el régimen ya ha tenido continuidad con el liderazgo de su hermano Raúl; es digna de asombro la capacidad del fallecido comandante para perpetuar su legado. El proceso que se ha abierto, en los últimos tiempos, con el inicio de relaciones con Estados Unidos y con algunas reformas internas aparentemente liberales (aunque asegurado el control estatal de la economía), parece una nueva etapa capitalista en la isla en la línea del "comunismo" chino, aunque claramente liderada por las mismas élites políticas y militares. Recordemos que en Cuba, a pesar de la dificultades del bloqueo, operan y han operado empresas del capitalismo internacional. Como en tantas otras experiencias marxistas, el supuesto socialismo ha acabado siendo capitalismo de Estado y una triste y perversa práctica totalitaria. En estos Estados totalitarios pseudosocialistas, al igual que en los "liberales", los paradigmas hegemónicos son la explotación y la dominación. La crítica anarquista a toda forma de poder se ha demostrado acertada.
Capi Vidal
Más recursos en el Portal Libertario OACA sobre el anarquismo en Cuba:Read more ... |
Posted: 29 Nov 2016 04:24 AM PST
«Alcanzar
libertad en esta vida» es un verso de Cervantes que encierra en sí
mismo todo un programa de vida y acción para una persona de su tiempo y
de todos los tiempos. Porque la riqueza cervantina está precisamente en
ese descubrimiento que cada generación hace de él amedida que
evolucionan nuevas sensibilidades, más allá de la mera erudición crítica
de los cervantistas, siempre desbordada por ellas. Cuatro días antes de
morirse, Cervantes mismo lo dice: «no son los tiempos unos», y que
vendrá un tiempo en el que la gente, anudando los rotos hilos sueltos de
sus historias, verá lo que quiso decir y, más aún, lo que convenía
decir.
Este libro de Emilio Sola —historiador con trabajos fundamentales sobre asuntos fronterizos y de información en la época de Cervantes, tanto en el Mediterráneo como en Extremo Oriente— es una invitación precisamente a esa interpretación más libre de las obras de Cervantes, a una lectura libertaria o liberadora que en su tiempo histórico —«no son los tiempos unos»—era inviable. Para horror del sistema, de los casticistas, de los bienpensantes y políticamente correctos, sobrevuela la sospecha de un Cervantes antisistema, imposible cortesano, zahiriente del «cambio injusto y trato con maraña» (la corrupción económica más elemental), un Cervantes aconfesional y hasta feminista del que no se habla en la pompa de los centenarios, y cuyomensaje principal se esforzó en construir a lo largo de su vida de manera consciente. Por ello, Cervantes, el libertario cuerdo o lúcido, tiene que inventarse a don Quijote, el libertario loco, para poder decir lo que quería decir, pura búsqueda de libertad de expresión para «alcanzar libertad en esta vida». Lecturas de Cervantes innumerables y siempre nuevas, renovables incluso a medida que cambien los tiempos, fundamentales para entender por ejemplo a Cervantes cuando dice que no vale para cortesano porque no sabe lisonjear, y cuyas quejas sobre la justicia son radicales, sin fisura, claramente antisistémicas, tal cual aparece en el discurso primero de la Edad de Oro, por boca de Quijote; o el Cervantes que en un análisis maestro de la modernidad que se avecinaba, compara la empresa económica moderna con la galeota corsaria, y lamenta que el nuevo dios de los nuevos tiempos sea el «interese», el dinero, de manera que «el cambio injusto y trato con maraña» sea la nueva ley de esos nuevos tiempos bárbaros; o el Cervantes feminista que en una sociedad patriarcal y macha hace decir a Marcela que ella nació libre y que pasa de que su enamorado no correspondido, Crisóstomo, se haya suicidado, porque era un acosador; o el Cervantes que, en una sociedad confesional fundamentalista como era la monarquía católica, hace despedirse a un moro y a un cristiano en una pieza teatral así: «Tu Cristo vaya contigo», dice el moro Ali; «Tu Mahoma, Ali, te guarde», dice el cristiano; formulación sin parangón en la literatura europea de entonces y casi de hoy, tal como van las cosas. Ese es el Cervantes que no parece que las élites culturales y los especialistas tengan ningún interés en glosar para que todos lo entiendan. El que no puede digerir una sociedad formal que en el fondo no entra de lleno en él porque, como en vida le sucedió, lo desprecia y oculta, lo difumina o ningunea, y sólo es capaz de reírle gracias al loco que dice tonterías, y que inventó por pura necesidad de libertad de expresión, en un artilugio literario que crea la novela moderna. Ese es, sin duda, el Cervantes personaje histórico que encandila a los anarquistas, a los libertarios, y por ello son radicalmente cervantistas, más que quijotistas, pues enamorados del Quijote, focalizan su interés en ese hombre que está detrás de la obra literaria misma, que le da vida, que la hace posible. Ese Don Quijote de Alcalá de Henares, como sintetiza, puro emblema, José María Pujol, en el título de un libro que publicó en 1947 y que firma sencillamente PUYOL; un exiliado libertario que llegó a Argelia en el barco Stanbrook huyendo de la represión franquista, cuya pasión por Cervantes se narra también en «Por qué los anarquistas aman a Cervantes». El libro se cierra con un repaso a las afinidades del movimiento libertario con el Quijote y su autor. Emilio Sola Castaño (Asturias, 1945), historiador y escritor, fue profesor en las Universidades Complutense y Autónoma de Madrid, así como en la Universidad de Orán (Argelia), y sobre todo, desde 1990, profesor de Historia Moderna de la Universidad de Alcalá de Henares, de la que hoy es emérito. Entre sus trabajos como historiador destacan: Un Mediterráneo de piratas: corsarios, renegados y cautivos (1988), Cervantes y la Berbería. Cervantes, mundo turco-berberisco y servicios secretos en la época de Felipe II (1995), Los que van y vienen. Información y fronteras en el Mediterráneo clásico del siglo XVI (2005), La Conjura de Campanela (2007), Uchalí, el Calabrés Tiñoso o el mito del corsario muladí en la frontera (2010). Novelista del ciclo utópico libertario de novelas que componen El Paraíso de las Islas, y poeta con libros ya míticos como La Isla, además de agitador de experiencias culturales multidisciplinares desde los años setenta hasta hoy, Emilio Sola dirige en la actualidad el Centro Europeo para la Difusión de las Ciencias Sociales (CEDCS) y coordina el Archivo de la Frontera, entorno colaborativo y fuente de información compartida.
Cervantes libertario
Cervantes antisistema o por qué los anarquistas aman a Cervantes
Emilio Sola
Coeditan Corazones Blindados y Fundación Anselmo Lorenzo
Páginas: 136
12 x 17 cm.
Rústica con solapas, cartulina verjurada, cosido hilo.
Madrid - Granada, diciembre 2016
ISBN: 978-84-86864-95-8 PVP: 9 euros Read more ... |
Posted: 29 Nov 2016 02:33 AM PST
El
problema territorial en el Estado Español ha pasado a convertirse en
una de las más candentes cuestiones de la actualidad. El procés catalán,
masivamente apoyado en las calles por un parte muy importante de la
ciudadanía, junto a los históricos reclamos de autonomía e independencia
en Euskadi o Galicia, conforman los hitos principales de una situación
que puede conducir a una quiebra desordenada del Régimen del 78, tanto
como a su restauración autoritaria sobre la excusa de la unidad
nacional.
Entendámonos: los procesos soberanistas, así como las ansias unitarias, de distintos sectores de la clase política, están repletos de contradicciones y ambivalencias. El independentismo se alimenta de un interclasismo dirigido por sectores importantes de las burguesías locales con intereses muy ligados a la búsqueda de la continuidad de los regímenes de acumulación del capital en sus espacios territoriales, que se considera estarían mejor salvaguardados por una relación directa con la Unión Europea que eliminase la “parasitaria” intervención de las élites madrileñas que, con la excusa, más o menos venal, de la redistribución, vehiculan parte del excedente a la supervivencia de sus redes de corrupción. Este independentismo burgués se ve acompañado, también, por amplios sectores de los movimientos populares periféricos, que ven en el proceso de ruptura unilateral una ocasión a la medida para la apertura de procesos constituyentes de profundización democrática, tanto a nivel local, como en el conjunto del Estado (o lo que quede del Estado tras la fractura). Una estrategia que muestra su debilidad en la ausencia de articulaciones mutuas y en la imposibilidad, en ese contexto, de construir una izquierda antagonista, a nivel estatal, que vaya más allá de lo mediático, así como un discurso compartido que supere el nivel de la máxima abstracción, expresada en conceptos como “la plurinacionalidad de España”, que siendo fundamentalmente acertados, nunca arriesgan a descender a lo concreto para diseñar una propuesta articulada y coherente. El unitarismo, por su parte, se repliega sobre la mítica narración de la salvaguarda de España como unidad de destino por medio del Estado centralizado, sólo sostenible desde un repliegue autoritario y autocrático, o sobre un brindis al constitucionalismo ligado a la supervivencia del Régimen del 78 como único horizonte, sin haber desarrollado nunca (en los últimos 40 años) un pensamiento federalista a la altura de las circunstancias. El análisis de la situación parece bascular entre los extremos. Por un lado tenemos el jacobinismo centralista, herencia del franquismo y su imaginería patriotera, del PP y Ciudadanos, que sólo podría sostenerse desde el autismo democrático y la negación obtusa de la realidad, construyendo un proceso de recentralización autoritario y, en última instancia, profundamente desestabilizador del propio Régimen. Por el otro lado, tenemos las tensiones centrífugas del independentismo, ambivalente y contradictorio a nivel social, que, si siguen siendo encauzadas por las burguesías locales, podrían iniciar un proceso de fragmentación y voladura controlada (por las instancias del capital) del Régimen del 78, dejando inermes a los pueblos ibéricos frente a las oligarquías globales y a los flujos financieros transnacionales, convirtiéndolos en una suerte de protectorados “de facto” de las instituciones europeas, hegemonizadas por fuerzas neoliberales. Entremedias, PSOE y Podemos, pese a hablar tímidamente de federalismo o plurinacionalidad, no pasan de propuestas genéricas y poco claras, respetuosas en esencia con el statu quo que ha conducido a esta situación. Esa indefinición histórica, marcada por la apuesta decidida por el Régimen y la Constitución del 78, realizada en la Transición, del Partido Socialista, es la que ha llevado a que el federalismo se vea, por los movimientos populares de las naciones periféricas, como una opción vacía de significado y sobrepasada por la realidad. ¿Caben alternativas a la recentralización autoritaria o a la fragmentación en manos de las burguesías locales? Cabría imaginar la continuidad del régimen, aún malherido, durante un tiempo más o menos dilatado, gracias a la inconsecuencia y pusilanimidad de las burguesías periféricas. Lo que, sin duda, alimentaria las tendencias autoritarias y antidemocráticas de la oligarquía central. También cabe imaginar una fragmentación en la que, en algún espacio territorial concreto, el independentismo popular obtuviese la hegemonía e iniciase un proceso de profundización democrática que sirviese de ejemplo y acicate al resto de la Península. Este escenario es, en las actuales circunstancias, bastante improbable dada la limitada audiencia de los movimientos populares, que parecen tener su propio techo, y, además, ante la radical dificultad, en ese escenario hipotético, de la construcción de una izquierda transformadora a nivel peninsular (sobre todo en las zonas no independizadas), implicaría el aislamiento y posterior derrota del experimento popular por parte de las oligarquías globales. ¿Existen otras alternativas? Los movimientos populares de la Península Ibérica, podrían perfectamente, bucear en su historia en su búsqueda. Para el republicanismo federal, uno de las principales vertientes del republicanismo histórico anterior a la Guerra Civil, de tendencias fuertemente municipalistas y socializantes, la pluralidad de España, que había dado lugar a tensiones crecientes, sólo se podía solucionar desde la perspectiva federal. Un concepto que bebía de dos fuentes diferentes pero confluyentes: la propia trama histórica española, de la que los federales extraían referentes a los que adscribirse como el de la revuelta de las comunidades castellanas, o el de las germanías; y el novedoso desarrollo del llamado “principio federativo” por parte de los republicanismos internacionales de la época y, muy especialmente, por una lectura atenta de ese teórico radical, republicano y primer anarquista, llamado Pierre Joseph Proudhon, al que Pi i Margall había sido el primero en traducir al castellano. El federalismo era, en todo caso, lo que se denominaba como un “federalismo sinalagmático”, basado en el libre pacto, con una fundamentación mucho más profunda que el federalismo limitado del que suelen hablar los aficionados a las constituciones neoliberales. Se basaba en las autonomías municipales, y en su asociación, más que en la conformación de fuertes Estados federados centralizados. La cadena federal iba desde el individuo a la Confederación, pero tenía su centro en el municipio como lugar de expresión de la más profunda democracia local, donde las oligarquías podían ser sometidas a un control más estricto por las masas populares. La idea era que los distintos niveles de actuación del principio federativo (municipio, Estado federado, Federación o Confederación) se construían sobre la base del derecho a decidir, en base a competencias que se mantenían, en su mayor parte, en los escalones inferiores, donde el ejercicio del poder estaba más apegado a la voluntad y participación del ciudadano. El federalismo fue, además, aún más creativo desde el punto de vista del análisis territorial: muchas de sus corrientes lanzaron o siguieron también las ideas del “latinismo” y del “iberismo”, como alternativas a un Estado Español débil, sometido, ya entonces, a las intereses geopolíticos de las potencias del Norte, y convertido en el paria conservador y reaccionario de Europa. Es el propio Emilio Castelar, por ejemplo, el que, en una entrevista para un periodista extranjero, en 1872, afirma que es necesaria una alianza de los pueblos latinos para combatir el “germanismo”, que él identifica con el absolutismo y el atraso de los pueblos de la Periferia Europea. “Es la única forma de rejuvenecer a estos viejos pueblos y de restaurar el Occidente”, llega a decir. Estos criterios latinistas, que pretenden un nuevo renacimiento de la “civilización mediterránea” no eran ajenos a las cavilaciones de ciertos cenáculos intelectuales, tanto radicales como conservadores, de España y de Francia. Castelar ya había planteado esto varias veces, tanto en el Ateneo de Madrid, como en las Cortes. Más fundamentación en la historia española tenía el iberismo. La Unión Ibérica fue un ideal compartido por muchos intelectuales del siglo XIX español, aunque en Portugal sólo encontró eco entre los escritores republicanos de la “generación de Coimbra”, también muy influenciados por Proudhon. Las iniciales tentativas de Castelar, cuando fue presidente de la República, de caminar en esa dirección, encontraron los límites de las fuertes presiones de Inglaterra y Francia en su contra, y de la desconfianza del gobierno portugués. Las grandes potencias no querían algo así, y menos cuando, en el imaginario federal el iberismo estaba muy relacionado con la recuperación de la soberanía sobre Gibraltar. Pero, pese a ello, el iberismo no fue nunca abandonado del todo por los federales. Podemos reencontrarlo en las tentativas organizativas llevadas a cabo por el republicanismo más radical y filo-libertario de la Segunda República: el Partido Social Ibérico, de Salvador Cervantes, en Madrid, o el Partido Republicano Federal Ibérico, que organizará Eduardo Barriobero en Cataluña, al hilo de la Guerra Civil. Es más, desde el republicanismo federal el iberismo se filtrará en los medios obreros libertarios, no como una propuesta del todo coherente, pero sí como una especie de música recurrente, íntimamente relacionada con la idea del internacionalismo proletario, pero partiendo de lo cercano. No en vano encontramos referencias claras en los nombres de las organizaciones libertarias como la Federación Anarquista Ibérica (FAI) o la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL), o en obras importantes de militantes anarcosindicalistas decididamente iberistas, como el libro “Hacia una federación de autonomías ibéricas” de Felipe Alaiz, director del principal periódico de la CNT, “Solidaridad Obrera” y, previamente miembro del grupo aragonés de intelectuales “Talión”, junto a Angel Samblancat, Gil Bel, Ramon Acín, Joaquín Maurín o Ramón J. Sender. La musicalidad política y cultural del federalismo y el iberismo, conformaba una línea esencial del pensamiento de muchos militantes obreros. Desde el Salvador Cervantes que vinculaba la profundidad democrática de las colectivizaciones con el “espíritu ibérico” de sus autores, al Abel Paz, que en uno de sus libros de memorias escribía, ya en los años noventa: "Se ha hecho muchas veces referencia al individualismo ibérico, dándose con ello una falsa idea de él. El verdadero sentido de ese individualismo reside en la idea enraizada del ser ibérico de que nadie decida por él, estando, a la vez, siempre maduro para compartir con los demás penas o glorias. Es sociable y busca en la organización con los demás el apoyo mutuo. Pero la idea esencial, lo que persiste, es el afán de afirmación personal, ni superior ni inferior, trato igualitario. Este rasgo esencial del ser ibérico es por el que puede explicarse su historia social, identificada con el anarquismo y reacio a todo encuadramiento en partidos políticos por su estructura jerárquica". Después, el iberismo sería continuado por autores de la talla de José Saramago que en su libro “La balsa de piedra” reivindicaba la esencial afición a la protesta de los pueblos peninsulares. ¿Es el federalismo municipalista y socializante una propuesta a la altura de las necesidades populares del día de hoy? Tras las últimas elecciones locales, y en el contexto de la recuperación, en el seno de los movimientos sociales no institucionales, del pensamiento municipalista y ecologista de autores como Murray Bookchin y Janet Biehl, parece que sí. Incluso, los experimentos sociales de Chiapas (los municipios autónomos zapatistas) o Rojava (el confederalismo democrático kurdo) parecen presentar el federalismo y el municipalismo, sobre la base del protagonismo popular y el recurso a la democracia económica y la autogestión, como las alternativas esenciales al concepto dominante del Estado neoliberal, ante la casi segura imposibilidad de recuperar el Estado keynesiano como horizonte real en esta fase del capitalismo senil. ¿Tiene algún sentido el iberismo en este escenario? Despojados de todo esencialismo nacionalista, que ve en abstracciones y linajes reales el origen de los pueblos, para mejor entregarlos rendidos ante las oligarquías locales, la perspectiva de una Federación o Confederación, basada en el derecho a decidir, de los pueblos de Iberia, es la única que puede ahuyentar al tiempo los fantasmas del autoritarismo centralista y de la fragmentación autista, conformando un espacio practicable para la plurinacionalidad de base democrática. No negamos la existencia de España. No negamos la existencia de Catalunya. No negamos la existencia de Portugal. Sólo decimos que, en un mundo de tiburones globales y oligarquías transnacionales que pueden derribar a los gobiernos moviendo sus capitales en fracciones de segundo, o imponerles rescates y recortes antisociales, sólo la solidaridad y el apoyo mutuo entre los pueblos de Iberia, y entre sus movimientos populares, puede construir una alternativa creíble. La plurinacionalidad es una realidad. Los vínculos en común, también. El principio federativo y la escala ibérica, necesidades de los tiempos para construir un espacio realmente democrático en nuestra sociedad. Confederalismo ibérico, pues, y municipalismo democrático, también en lo económico, como primeros puntos de apoyo para conformar una Europa radicalmente diferente y un Mediterráneo distinto. Un camino de apertura para la transición a una sociedad de lo cercano, la sostenibilidad y la participación popular.
José Luis Carretero Miramar
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Posted: 29 Nov 2016 12:39 AM PST
Como
en cualquiera de nuestros dossiers, intentamos recopilar datos que nos
aproximen al debate en cuestión. Este nuevo dossier surge de la noticia
aparecida en los medios de comunicación el 15 de junio de 2016 en la que
se anunciaba el archivo de la segunda parte de la denominada por el
Ministerio del Interior como «Operación Pandora». Hemos revisado la
información al respecto que teníamos a nuestro alcance y la ponemos en
común para que quede constancia documental de una cronología de hechos
luctuosos, protagonizada por las fuerzas de seguridad del Estado y la
judicatura.
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Grupo Libertario Pensamiento Crítico
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