- - - Servicio Informativo "Alai-amlatina" - - -
Síganos en Facebook: www.facebook.com/America.Latina.en.Movimiento
y Twitter: @ALAIinfo
Síganos en Facebook: www.facebook.com/America.Latina.en.Movimiento
y Twitter: @ALAIinfo
El Fidel que conocí
Ignacio
Ramonet
ALAI
AMLATINA, 26/11/2016.- Fidel ha muerto, pero es
inmortal. Pocos hombres conocieron
la gloria de entrar vivos en la leyenda y en la historia. Fidel
es uno de
ellos. Perteneció a esa generación de insurgentes míticos –
Nelson Mandela,
Patrice Lumumba, Amilcar Cabral, Che Guevara, Camilo Torres,
Turcios Lima,
Ahmed Ben Barka – que, persiguiendo un ideal de justicia, se
lanzaron, en los
años 1950, a la acción política con la ambición y la esperanza
de cambiar un
mundo de desigualdades y de discriminaciones, marcado por el
comienzo de la
guerra fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos.
En aquella época, en más de la
mitad del planeta, en
Vietnam, en Argelia, en Guinea-Bissau, los pueblos oprimidos se
sublevaban. La
humanidad aún estaba entonces, en gran parte, sometida a la
infamia de la colonización.
Casi toda África y buena porción de Asia se encontraban todavía
dominadas,
avasalladas por los viejos imperios occidentales. Mientras las
naciones de
América Latina, independientes en teoría desde hacía siglo y
medio, seguían
explotadas por privilegiadas minorías, sometidas a la
discriminación social y
étnica, y a menudo marcadas por dictaduras cruentas, amparadas
por Washington.
Fidel soportó la embestida de
nada menos que diez
presidentes estadounidenses (Eisenhower, Kennedy, Johnson,
Nixon, Ford, Carter,
Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo). Tuvo relaciones con
los principales líderes
que marcaron el mundo después de la Segunda Guerra mundial
(Nehru, Nasser,
Tito, Jrushov, Olaf Palme, Ben Bella, Boumedienne, Arafat,
Indira Gandhi,
Salvador Allende, Brezhnev, Gorbachov, François Mitterrand, Juan
Pablo II, el
rey Juan Carlos, etc.). Y conoció a algunos de los principales
intelectuales y
artistas de su tiempo (Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir,
Arthur Miller,
Pablo Neruda, Jorge Amado, Rafael Alberti, Guayasamín,
Cartier-Bresson, José
Saramago, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Noam Chomsky,
etc.).
Bajo su dirección, su pequeño
país (100 000 km2, 11 millones
de habitantes) pudo conducir una política de gran potencia a
escala mundial,
echando hasta un pulso con Estados Unidos cuyos dirigentes no
consiguieron
derribarlo, ni eliminarlo, ni siquiera modificar el rumbo de la
Revolución
cubana. Y finalmente, en diciembre de 2014, tuvieron que admitir
el fracaso de
sus políticas anticubanas, su derrota diplomática e iniciar un
proceso de
normalización que implicaba el respeto del sistema político
cubano.
En octubre de 1962, la Tercera
Guerra Mundial estuvo a punto
de estallar a causa de la actitud del gobierno de Estados Unidos
que protestaba
contra la instalación de misiles nucleares soviéticos en Cuba.
Cuya función
era, sobre todo, impedir otro desembarco militar como el de
Playa Girón (bahía
de Cochinos) u otro directamente realizado por las fuerzas
armadas
estadounidenses para derrocar a la revolución cubana.
Desde hace más de 50 años,
Washington (a pesar del
restablecimiento de relaciones diplomáticas) le impone a Cuba un
devastador
embargo comercial -reforzado en los años 1990 por las leyes
Helms-Burton y
Torricelli- que obstaculiza su desarrollo económico normal. Con
consecuencias trágicas
para sus habitantes. Washington sigue conduciendo además una
guerra ideológica
y mediática permanente contra La Habana a través de las potentes
Radio “Martí”
y TV “Martí”, instaladas en La Florida para inundar a Cuba de
propaganda como
en los peores tiempos de la guerra fría.
Por otra parte, varias
organizaciones terroristas – Alpha
66 y Omega 7 – hostiles al régimen cubano, tienen su sede en La
Florida donde
poseen campos de entrenamiento, y desde donde enviaron
regularmente, con la
complicidad pasiva de las autoridades estadounidenses, comandos
armados para
cometer atentados. Cuba es uno de los países que más víctimas ha
tenido (unos 3
500 muertos) y que más ha sufrido del terrorismo en los últimos
60 años.
Ante tanto y tan permanente
ataque, las autoridades
cubanas han preconizado, en el ámbito interior, la unión a
ultranza. Y han
aplicado a su manera el viejo lema de San Ignacio de Loyola: “En
una
fortaleza asediada, toda disidencia es traición.” Pero
nunca hubo, hasta la
muerte de Fidel, ningún culto de la personalidad. Ni retrato
oficial, ni
estatua, ni sello, ni moneda, ni calle, ni edificio, ni
monumento con el nombre
o la figura de Fidel, ni de ninguno de los líderes vivos de la
Revolución.
Cuba, pequeño país apegado a su
soberanía, obtuvo bajo la
dirección de Fidel Castro, a pesar del hostigamiento exterior
permanente,
resultados excepcionales en materia de desarrollo humano:
abolición del
racismo, emancipación de la mujer, erradicación del
analfabetismo, reducción drástica
de la mortalidad infantil, elevación del nivel cultural general…
En cuestión de
educación, de salud, de investigación médica y de deporte, Cuba
ha obtenido
niveles que la sitúan en el grupo de naciones más eficientes.
Su diplomacia sigue siendo una
de las más activas del
mundo. La Habana, en los años 1960 y 1970, apoyó el combate de
las guerrillas
en muchos países de América Central (El Salvador, Guatemala,
Nicaragua) y del
Sur (Colombia, Venezuela, Bolivia, Argentina). Las fuerzas
armadas cubanas han
participado en campañas militares de gran envergadura, en
particular en las
guerras de Etiopia y de Angola. Su intervención en este último
país se tradujo
por la derrota de las divisiones de élite de la Republica de
África del Sur, lo
cual aceleró de manera indiscutible la caída del régimen racista
del apartheid.
La Revolución cubana, de la cual
Fidel Castro era el
inspirador, el teórico y el líder, sigue siendo hoy, gracias a
sus éxitos y a
pesar de sus carencias, una referencia importante para millones
de desheredados
del planeta. Aquí o allá, en América Latina y en otras partes
del mundo,
mujeres y hombres protestan, luchan y a veces mueren para
intentar establecer regímenes
inspirados por el modelo cubano.
La caída del muro de Berlín en
1989, la desaparición de
la Unión Soviética en 1991 y el fracaso histórico del socialismo
de Estado no modificaron
el sueño de Fidel Castro de instaurar en Cuba una sociedad de
nuevo tipo, más
justa, más sana, mejor educada, sin privatizaciones ni
discriminaciones de ningún
tipo, y con una cultura global total.
Hasta la víspera de su
fallecimiento a los 90 años,
seguía movilizado en defensa de la ecología y del medio
ambiente, y contra la globalización
neoliberal, seguía en la trinchera, en primera línea,
conduciendo la batalla
por las ideas en las que creía y a las cuales nada ni nadie le
hizo renunciar.
En el panteón mundial consagrado
a aquellos que con más
empeño lucharon por la justicia social y que más solidaridad
derrocharon en
favor de los oprimidos de la Tierra, Fidel Castro - le guste o
no a sus
detractores - tiene un lugar reservado.
Lo conocí en 1975 y conversé con
él en múltiples
ocasiones, pero, durante mucho tiempo, en circunstancias siempre
muy
profesionales y muy precisas, con ocasión de reportajes en la
isla o la participación
en algún congreso o algún evento. Cuando decidimos hacer el
libro “Fidel
Castro. Biografía a dos voces” (o “Cien horas con Fidel”),
me invitó
a acompañarlo durante días en diversos recorridos. Tanto por
Cuba (Santiago, Holguín,
La Habana) como por el extranjero (Ecuador). En coche, en avión,
caminando,
almorzando o cenando, conversamos largo. Sin grabadora. De todos
los temas
posibles, de las noticias del día, de sus experiencias pasadas y
de sus
preocupaciones presentes. Que yo reconstruía luego, de memoria,
en mis
cuadernos. Luego, durante tres años, nos vimos muy
frecuentemente, al menos
varios días, una vez por trimestre.
Descubrí así un Fidel íntimo.
Casi tímido. Muy educado.
Escuchando con atención a cada interlocutor. Siempre atento a
los demás, y en
particular a sus colaboradores. Nunca le oí una palabra más alta
que la otra.
Nunca una orden. Con modales y gestos de una cortesía de antaño.
Todo un
caballero. Con un alto sentido del pundonor. Que vive, por lo
que pude
apreciar, de manera espartana. Mobiliario austero, comida sana y
frugal. Modo
de vida de monje-soldado.
Su jornada de trabajo se solía
terminar a las seis o las
siete de la madrugada, cuando despuntaba el día. Más de una vez
interrumpió
nuestra conversación a las dos o las tres de la madrugada porque
aún debía
participar en unas “reuniones importantes”…Dormía sólo cuatro
horas, más, de
vez en cuando, una o dos horas en cualquier momento del día.
Pero era también un gran
madrugador. E incansable.
Viajes, desplazamientos, reuniones se encadenaban sin tregua. A
un ritmo insólito.
Sus asistentes – todos jóvenes y brillantes de unos 30 años –
estaban, al final
del día, exhaustos. Se dormían de pie. Agotados. Incapaces de
seguir el ritmo
de ese infatigable gigante.
Fidel reclamaba notas, informes,
cables, noticias, estadísticas,
resúmenes de emisiones de televisión o de radio, llamadas
telefónicas... No
paraba de pensar, de cavilar. Siempre alerta, siempre en acción,
siempre a la
cabeza de un pequeño Estado mayor – el que constituían sus
asistentes y
ayudantes – librando una batalla nueva. Siempre con ideas.
Pensando lo
impensable. Imaginando lo inimaginable. Con un atrevimiento
mental
espectacular.
Una vez definido un proyecto.
Ningún obstáculo lo
detenía. Su realización iba de sí. “La intendencia seguirá”
decía
Napoleón. Fidel igual. Su entusiasmo arrastraba la adhesión.
Levantaba las
voluntades. Como un fenómeno casi de magia, se veían las ideas
materializarse,
hacerse hechos palpables, cosas, acontecimientos.
Su capacidad retórica, tantas
veces descrita, era prodigiosa.
Fenomenal. No hablo de sus discursos públicos, bien conocidos.
Sino de una
simple conversación de sobremesa. Fidel era un torrente de
palabras. Una
avalancha. Que acompañaba la prodigiosa gestualidad de sus finas
manos.
La gustaba la precisión, la
exactitud, la puntualidad.
Con él, nada de aproximaciones. Una memoria portentosa, de una
precisión insólita.
Apabullante. Tan rica que hasta parecía a veces impedirle pensar
de manera
sintética. Su pensamiento era arborescente. Todo se encadenaba.
Todo tenía que
ver con todo. Digresiones constantes. Paréntesis permanentes. El
desarrollo de
un tema le conducía, por asociación, por recuerdo de tal
detalle, de tal situación
o de tal personaje, a evocar un tema paralelo, y otro, y otro, y
otro. Alejándose
así del tema central. A tal punto que el interlocutor temía, un
instante, que
hubiese perdido el hilo. Pero desandaba luego lo andado, y
volvía a retomar,
con sorprendente soltura, la idea principal.
En ningún momento, a lo largo de
más de cien horas de conversaciones,
Fidel puso un límite cualquiera a las cuestiones a abordar. Como
intelectual
que era, y de un calibre considerable, no le temía al debate. Al
contrario, lo
requería, lo estimulaba. Siempre dispuesto a litigar con quien
sea. Con mucho
respeto hacia el otro. Con mucho cuidado. Y era un discutidor y
un polemista
temible. Con argumentos a espuertas. A quien solo repugnaban la
mala fe y el
odio.
-
Ignacio Ramonet es Director de "Le Monde diplomatique en
español",
autor de Fidel Castro:
biografía a dos
voces.
URL de este artículo: http://www.alainet.org/es/articulo/181964
Contribuciones: http://alainet.org/donaciones.php
Mas informacion: http://alainet.org
FaceBook: http://facebook.com/America.Latina.en.Movimiento
Twitter: http://twitter.com/ALAIinfo
RSS: http://alainet.org/rss.phtml
______________________________________
Agencia Latinoamericana de Informacion
email: info@alainet.org
Suscripciones: http://listas.alainet.org/listas/subscribe/alai-amlatina
No hay comentarios:
Publicar un comentario