EL MACHO ALFA, Y EL OTRO
En
animales sociales, alfa es el individuo en la comunidad con mayor
rango, a quien los otros siguen. A veces lo siguen todos, o casi todos,
porque si no tuviera competencia potencial o real, en la medida en que
perdiera sus cualidades de conducción no tendría sucesor en su
condición.
En
el género humano, es el hombre que todos los hombres aspiran llegar a
ser: el presidente, el capitán de la industria, la estrella de la
pantalla grande, el periodista que impone rumbos al pensamiento ajeno,
el que lleva el timón del barco, el líder del grupo. Él es el macho
alfa: los hombres quieren ser como él y las mujeres quieren estar con
él. O al menos eso es lo que cree al asumir la condición de macho alfa.
Hay
un recetario clásico para ser (o convertirse en) un macho ALFA: ser
seguro de sí mismo; asumir su posición en la sociedad; usar el humor a
su favor; dejar que el cuerpo hable por él; no tener miedo de llenar
cualquier lugar con su presencia; escuchar; mirar a los demás; unirse a
un gimnasio; ser honesto; vestirse bien; aprender a coquetear;
desarrollar nuevas habilidades; y, sobre todo, CONVERTIRSE EN UN LIDER.
Si
todo esto fuera cierto, el convertirse en un líder no sería el
resultado sino parte de las recetas de conducta y de actitud para llegar
a ser, o a ser reconocido, como un macho ALFA.- Pero como el liderazgo
puede ser comprado, desde la adquisición de la conducción de un club
hasta la máxima jerarquía en la escala política formal de un estado, no
alcanza para configurar el prototipo.
Hay
quienes se consideran MACHOS ALFA (naturalmente también mujeres alfa)
por alcanzar ese último eslabón de la receta y asumen tal posición en la
sociedad, así no sean seguros de sí mismos, ni tengan el menor sentido
del humor, ni poseen la mínima condición para que sus cuerpos hablen por
ellos, por ejemplo en el baile; no llenan espacios con su presencia,
porque eso los fatiga y los pone en evidencia con sus falencias; no
escuchan sino a quienes les rinden pleitesía, o a aquellos machos alfa
de jerarquía superior a los que ellos mismos se supeditan; no son
honestos, ni lo fueron para escalar hasta el liderazgo; no se visten
bien, porque llegan a pretender como su privilegio incompartible el
exhibirse en remera y descalzos; coquetean con promesas falsas e
inconsistentes, no son capaces de desarrollar nuevas habilidades, o las
que poseen y adquieren son ilegales, clandestinas u ocultas.
Creo, con lo dicho, que acabo de descubrir una nueva categoría de machos: EL MACHO ANALFA.
Puesto
que ALFA, en esa descripción, se corresponde con la primera letra del
alfabeto griego, y BETA la segunda, es muy simple explicar qué es un
individuo ALFABETO, o alfabetizado, que en términos contemporáneos es
algo más que la persona que simplemente sabe leer y escribir; y, por
consiguiente, ANALFABETO es algo más que quien no posee esos dos
conocimientos elementales. Por eso actualmente hablamos de analfabetos
funcionales refiriéndonos a todos quienes podrán leer con mayor o menor
dificultad y escribir con o sin horrores ortográficos y sintácticos,
pero que no tienen las aptitudes para manejar las fuentes de
incorporación de conocimiento con las tecnologías universales vigentes; o
incluso de aquellos que por defectos de su formación no poseen el
número mínimo suficiente de símbolos empleados en un sistema de
comunicación: un vocabulario precario, limitado al uso impreciso y hasta
polisémico por su pobreza, de no más de 200 o 300 palabras de su
idioma, es un buen ejemplo de ese analfabetismo funcional.
Quienquiera
lo intente, estoy seguro, encontrará ejemplos de MACHOS ANALFA en
nuestra sociedad contemporánea. Como el liderazgo no es para muchos, no
les será muy difícil la tarea de individualizarlos. Yéndome un poco
lejos en el espacio, yo encontré a Donald Trump. Pero estoy convencido
de que los hay mucho más cerca de lo que se pudiera suponer a priori, en
nuestro propio territorio.
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