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El mundo
doblemente al revés
Roberto Regalado
ALAI AMLATINA, 22/12/2016.- A mediados de 1998,
transcurridas más de tres
décadas de globalización imperialista, dos de apogeo del
neoliberalismo y casi
una del derrumbe del bloque socialista europeo, el insigne
escritor uruguayo
Eduardo Galeano, fallecido en 2015, publicó el libro: Patas arriba. La escuela del mundo al revés. En
sus páginas
introductorias, Galeano escribió una nota titulada, «Si Alicia
volviera»,
en referencia al conocido cuento infantil Alicia
en el país de las maravillas. Esa nota dice:
Hace
ciento treinta años, después de visitar el país de las
maravillas, Alicia se
metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia
renaciera en
nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le
bastaría con asomarse
a la ventana.
Al
fin del milenio, el mundo al revés está a la vista […].
En el capítulo titulado «Los
modelos del éxito», Galeano sentenciaba:
El mundo
al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el
trabajo,
recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus
maestros
calumnian la naturaleza: la injusticia, dicen, es la ley
natural. Milton
Friedman, uno de los miembros más prestigiosos del cuerpo
docente, habla de «la
tasa natural de desempleo». Por ley
natural, comprueban Richard Herrstein y Charles Murray, los
negros están en los
más bajos peldaños de la escala social. Para explicar el éxito
de sus negocios,
John D. Rockefeller solía decir que la naturaleza recompensa a
los más aptos y
castiga a los inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños
del mundo
siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus libros para
anunciarles la
gloria.
A dieciocho años de la publicación de la
citada obra de Galeano, el mundo sigue estando al revés, pero
eso ya no está
tan a la vista. Digamos que durante esos más de tres lustros,
quienes pusieron
el mundo al revés, y lo siguen manteniendo al revés, desataron
una campaña de
saturación ideológica y mediática para ocultarlo.
El neoliberalismo es
una doctrina concebida para imponer y legitimar la desigualdad
social extrema. En
los años setenta, ochenta y noventa del siglo XX, los ideólogos
neoliberales decían
públicamente lo que pensaban, entre otras cosas, que la
desigualdad social,
llevada a sus extremos más atroces, era buena y necesaria y, por
tanto, debía
ser fomentada por el Estado. Así repetían lo que habían
aprendido de su maestro:
en el pequeño libro considerado como obra fundacional del
neoliberalismo, Camino de
Servidumbre, impreso en 1944,
el padre de esa doctrina, Friedrich Hayek, afirmaba: «toda
política directamente dirigida a un ideal sustantivo de justicia
distributiva
tiene que conducir a la destrucción del Estado de Derecho».[1] Repárese en que Hayek planteaba que la justa
distribución de la riqueza conduce a la destrucción del Estado
de Derecho, es
decir, que la justicia social es incompatible con la democracia
liberal
burguesa o, dicho a la inversa, que la democracia liberal
burguesa es
incompatible con la justicia social.
En esa misma línea de
pensamiento, el autor del capítulo sobre los Estados Unidos del
Informe de la
Comisión Trilateral, publicado en 1975, el profesor Samuel
Huntington, decía:
La
operación efectiva del sistema político democrático usualmente
requiere mayor
medida de apatía y no participación de parte de algunos
individuos y grupos. En
el pasado, toda sociedad democrática ha tenido una población
marginal, de mayor
o menor tamaño, que no ha participado activamente en la
política. En sí misma,
esta marginalidad de parte de algunos grupos es inherentemente
no democrática,
pero es también uno de los factores que ha permitido a la
democracia funcionar
efectivamente.[2]
Huntington no lo menciona de manera
explícita, pero queda bien claro que, para él, el funcionamiento
de la democracia
requiere que los sectores populares sean apáticos, que no se
organicen, que no
postulen a sus propios candidatos y candidatas, y que no voten
por ellos. Para
Huntington, el problema del mundo era una exacerbación de lo que
él llamaba «igualitarismo
democrático» de incontables «grupos
de interés» que asediaban al
Estado con demandas que este no estaba en condiciones de
satisfacer. Con otras
palabras, para él, el problema del mundo eran las
reivindicaciones
socioeconómicas de los sectores populares que el Estado burgués
no puede ni quiere
atender, porque su función es defender los intereses del
imperialismo y la
oligarquía.
Para combatir a esos
sectores populares, la Comisión Trilateral, integrada por
oligarcas e
intelectuales de derecha de los Estados Unidos, Europa
Occidental y Japón, abogaba,
en forma totalmente pública, a viva voz, por fomentar el
gobierno de las
élites, promover la apatía de las mayorías, limitar las
expectativas de las
capas sociales bajas y medias, aumentar el poder presidencial
(es decir, el
presidencialismo), fortalecer el apoyo del Estado al sector
privado y reprimir
a los sectores radicalizados del movimiento sindical, entre
muchas otras
medidas y acciones de igual corte antidemocrático, elitista,
excluyente y
discriminatorio.
Sirvan estas
menciones a Hayek y Huntington para fundamentar la afirmación de
que, entre las
décadas de 1970 y 1990, los ideólogos neoconservadores y
neoliberales decían
abiertamente lo que pensaban. Lo hacían con el objetivo de que
los estratos más
favorecidos de la sociedad lo asumieran como propio y lo
practicaran, y de que
los estratos más desfavorecidos lo aceptaran con resignación,
por ser
supuestamente inevitable.
El imperialismo
mundial y las oligarquías de Asia, África y América Latina,
siguen pensando y
actuando exactamente igual. La diferencia es que hoy, no solo no
lo dicen, sino
que mienten con impudicia. En los dieciocho años transcurridos
desde que
Galeano denunciara que el mundo está al revés, los ideólogos de
la derecha
aprendieron a esconder su verdadero pensamiento y a asumir, de
modo hipócrita,
por una parte, los principios y valores de la democracia liberal
burguesa
emanados de la Ilustración y la Gran Revolución Francesa del
1789, principios y
valores de los cuales Hayek, Huntington y todos los de su clase,
renegaron y
execraron y, por la otra, se han apropiado y han profanado
principios y valores
de los movimientos populares y las fuerzas políticas de la
izquierda del siglo
XX, como la defensa de los derechos humanos.
¿Por qué ese cambio? Debido
a que pocos meses después de la publicación de esta obra de
Galeano, a finales
del propio año 1998, el comandante Hugo Chávez Frías abrió en
América Latina
una larga cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos de
izquierda y
progresistas; debido a que, en virtud del acumulado de lucha de
los pueblos,
del rechazo universal a los métodos represivos históricamente
empleados por las
clases dominantes, y a las atroces consecuencias de las
políticas neoliberales,
movimientos populares y fuerzas políticas de izquierda y
progresistas han sido electas
y reelectas al gobierno en un considerable número de países de
América Latina, por
los medios y métodos de la democracia liberal burguesa. De modo
que el cambio
se debe a que los movimientos populares y fuerzas de izquierda
de América
Latina crearon las condiciones para utilizar, a su favor, los
medios y métodos
de un sistema político que había sido concebido para excluirlos
del poder, para
excluirlos del gobierno, para excluirlos del Estado, para
excluirlos de toda
participación política efectiva.
Por este motivo, los
ideólogos de la derecha ya no pueden decir públicamente que la
justicia social
es incompatible con la democracia liberal burguesa o, vuelvo a
decirlo a la
inversa, porque se entiende mejor, que la democracia liberal
burguesa es
incompatible con la justicia social. Tampoco pueden decir
públicamente que la
exclusión de los sectores populares es una premisa del
funcionamiento efectivo
de ese sistema político democrático burgués.
En los países donde
la izquierda ejerce el gobierno, las oligarquías, sus centros de
propaganda,
sus medios de comunicación y sus jueces y demás instrumentos,
junto a las
embajadas de los Estados Unidos y demás potencias imperialistas,
se lavan las
manos, como Poncio Pilatos, y culpan a la izquierda de todas las
lacras, vicios
y deformaciones inherentes al sistema político imperante:
enlodan las palabras
democracia, transparencia, probidad, derechos humanos,
ciudadanía, libertad de
expresión, división de poderes, Estado de Derecho, y muchas
otras. Pero, en los
países donde la derecha sigue gobernando, esos temas ni los
mencionan.
Los ideólogos de la
derecha no dicen que sus antepasados del siglo XVIII fueron
enemigos a muerte de
la construcción del sistema político democrático liberal
burgués, enemigos a
muerte del concepto de ciudadanía y del sistema de partidos
políticos. Tampoco dicen
que durante toda la segunda mitad del siglo XIX se opusieron al
voto para todos
los hombres, y que, hasta ya adentrado el siglo XX, se siguieron
oponiendo al
voto para las mujeres; no dicen que sus antepasados fueron
enemigos jurados de
que las mujeres y los hombres del pueblo, las ciudadanas y los
ciudadanos, se
organizaran en partidos políticos para conquistar y defender sus
derechos
políticos, económicos, sociales y culturales. No dicen una
palabra de Hayek o
de Huntington, ni de Friedman, de Herrstein, de Murray o de
Rockefeller. No mencionan
a Ronald Reagan ni a Margaret Thatcher, los principales
promotores de la
universalización del neoliberalismo en la década de 1980.
Tampoco mencionan a
los gobernantes latinoamericanos de inicios de los años noventa,
causantes de
la exclusión y la marginación de millones de latinoamericanos y
latinoamericanas, como Carlos Andrés Pérez, Carlos Salinas de
Gortari, Carlos
Saúl Menem o Alberto Fujimori.
Parafraseando a
Galeano, hoy podemos decir que el mundo está doblemente al
revés, porque no
solo siguen reinando los antivalores que él denunció, sino que,
además, se
justifica y defiende ese reinado con la mentira grosera. Hoy
vienen a los
países gobernados por partidos de izquierda y progresistas los
heraldos de las
internacionales de derecha (liberales, conservadores, demócrata
cristianos y
socialdemócratas, entre otros), y sus ONG’s financiadas con
dinero de los
monopolios transnacionales, a embaucar a nuestra juventud y a
nuestro pueblo en
general con las ideas fundacionales más avanzadas del
pensamiento político
liberal de los siglos XVIII y XIX, sin decirles que no fueron
graciosas dádivas
de sus antepasados oligarcas, sino conquistas arrancadas a ellos
por nuestros
antepasados, es decir, por los movimientos obreros, socialistas
y femeninos de
aquella época. Hoy vienen a embaucar a nuestra juventud y a
nuestro pueblo en
general, como si aquellas ideas fundacionales de la democracia
liberal burguesa
todavía fuesen puras, inmaculadas, respetadas y vigentes, como
si el
pensamiento neoconservador y neoliberal del siglo XX no hubiese
renegado y
abjurado de ellas. Hoy vienen a embaucar a nuestra juventud y a
nuestro pueblo
en general, como si no hubiesen sido las luchas de los
movimientos populares y
las fuerzas políticas de izquierda y progresistas las que les
arrancaron a
ellos los espacios democráticos existentes en la actualidad.
Ahora bien, esa
manipulación hipócrita de los principios fundacionales de la
democracia liberal
burguesa y de algunas banderas de la izquierda solo impera en
los países
gobernados por fuerzas de izquierda y progresistas, mientras
dichas fuerzas se
mantienen en el gobierno. Cuando la derecha neoliberal logra
recuperar el
control del Poder Ejecutivo del Estado, como sucedió en
Argentina y Brasil, de
inmediato renacen los espectros de Hayek, Huntington, Friedman,
Herrstein,
Murray, Rockefeller, los espectros de Reagan y Thatcher, los
espectros de Pérez,
Salinas de Gortari, Menem, Fujimori y otros. De inmediato cesa
la verborrea
contra la supuesta partidocracia, desaparecen de escena las
organizaciones
pretendidamente defensoras de la ciudadanía, y los magistrados
venales pasan,
de la judicialización de la política, a la criminalización de
las lideresas y
los líderes de izquierda y progresistas, como hacen hoy en
Argentina contra la
expresidenta Cristina Fernández y muchas figuras de su gabinete
y del Frente
para la Victoria, y como hacen hoy en Brasil contra los
expresidentes Luiz
Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff y muchas figuras de sus
gabinetes y del
Partido de los Trabajadores. Y,
también
de inmediato regresan las privatizaciones, la negación de los
derechos
sindicales, los despidos masivos, las reducciones salariales,
los incrementos
de precios, la entrega del país a los monopolios
transnacionales, y todo lo
demás que ya conocimos y sufrimos. Esos son los objetivos que la
derecha
persigue hoy con su campaña desestabilizadora contra los
gobiernos de los
presidentes Nicolás Maduro en Venezuela, Evo Morales en Bolivia,
Rafael Correa
en Ecuador, y Salvador Sánchez Cerén en El Salvador. A raíz de
la reciente
reelección del presidente Daniel Ortega, ahora están
recrudeciendo esa campaña
en Nicaragua.
- Roberto Regalado es Doctor
en Ciencias Filosóficas, Licenciado en Periodismo, miembro de la
Sección de
Literatura socio-histórica de la Unión Nacional de Escritores y
Artistas de
Cuba.
[1] Friedrich
Hayek: Camino de Servidumbre, Alianza Editorial,
Madrid, 1976, p. 111.
[2] Samuel
Huntington, citado por
Holly Sklar, en: «Trilateralism: managing
dependence and democracy –an overview», en Holly Sklar (editor) Trilateralism:
The Trilateral Commission and Elite Planning for World
Management, South
End Press, Boston, 1980, pp. 5‑6.
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