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La
polarización y la cuestión caribe
Reinaldo
Iturriza López
ALAI
AMLATINA, 08/05/2017.- El
texto que
publico a continuación es el que abre la primera parte del libro
“El chavismo
salvaje”, intitulado “¿Qué es la polarización?”. He considerado
necesario
agregarle una breve introducción, en la que hago un ejercicio
muy conciso de
actualización. Las circunstancias lo exigen.
Puesto
que las de hoy son circunstancias muy similares a las de 2002,
año del golpe de
Estado contra Hugo Chávez. El mismo odio, el mismo miedo, el
mismo espíritu de
venganza. Los mismos crímenes atribuidos automáticamente al
chavismo, no
importando si luego las investigaciones arrojan conclusiones que
lo desmienten.
Las mismas brutales golpizas a personas por el simple hecho de
“parecer”
chavistas. El mismo furor antipolítico, el mismo envilecimiento
de una minoría
muy violenta, rechazada por la mayoría de la población
venezolana, incluyendo
la mayor parte de la base social del antichavismo.
La
misma impostura sobre la polarización entendida como
enfrentamiento irracional
de dos fuerzas equivalentes, con la salvedad de que ya no se
trataría
exactamente de dos fuerzas: del lado del chavismo apenas
persistiría un
Gobierno muy débil que ha “traicionado el legado” de Chávez,
razón por la cual,
de acuerdo a lo que plantean los análisis más condescendientes,
solo faltaría
resolver el misterio de cómo es que todavía una pequeña parte
del pueblo y, más
curioso, del movimiento popular, le sigue apoyando.
Los
ejemplos sobran, pero con fines estrictamente ilustrativos
podrían citarse tres
de ellos: Eleonora Cróquer Pedrón se refiere al “gobierno
caótico y
delincuencial de Maduro” (1), y describe así la situación
política en
Venezuela: “por un lado, los excesos de un ‘gobierno’ espectral,
mercenario y
totalitario; y, por el otro, los despropósitos e inconsistencias
de una
‘oposición’ negadora y debilitada por el logos
nostálgico y
profundamente autoritario que la rige” (2). Es también el caso
de Emiliano
Terán Montavani, para quien “el horizonte compartido de los dos
bloques
partidarios de poder es neoliberal” (3) o el caso de Keymer
Ávila, quien, a
propósito de la convocatoria a Asamblea Nacional Constituyente
hecha por el
presidente Maduro, ha escrito: “Si este proceso lo ganan (sic)
cualquiera de
los dos polos aparentemente antagónicos perderemos todos, la
Constitución hay
que protegerla de ambos bandos” (4).
Con
sus honrosas excepciones, y con notables desniveles en cuanto a
rigurosidad
analítica, quienes reproducen las diversas variantes de este
discurso de la
polarización incurren en los mismos errores o despropósitos de
hace quince
años: en su afán por marcar distancia del conflicto político,
terminan suscribiendo
las posiciones del antichavismo, incluso del más
antidemocrático, o asumiendo
posturas que le son completamente funcionales.
Se
ha dicho demasiadas veces que hay hechos históricos trágicos que
se repiten
como farsa. En el caso del manido discurso de la polarización,
habría que decir
que hay errores que son aún más trágicos cuando se repiten.
Es
el tipo de error que se comete, por ejemplo, cuando no se
distingue entre la
“política boba”, que enfrenta a las líneas de fuerza más
conservadoras y
autoritarias del chavismo con lo más ruin del antichavismo (5),
y el conflicto
histórico en desarrollo actualmente en la sociedad venezolana,
que enfrenta dos
proyectos políticos antagónicos.
Incluso
a quienes hemos combatido desde siempre a los policías del
pensamiento y la
política entendida como ejercicio paranoico, nos resulta
sospechosa la total
ligereza con la que son tratados asuntos tan decisivos como la
guerra económica
contra la población venezolana y su relación directa con los
esfuerzos imperiales
por retomar el control total de nuestros recursos (en este
punto, Terán
Mantovani es una excepción). No vale excusarse, a estas alturas,
en las
deficiencias de la vocería oficial y su propensión a reducir la
interpretación
de la realidad a mera propaganda. Cuestiónese la propaganda,
pero no se incurra
en el mismo error de anular la realidad.
Algo
muy similar cabe decir a propósito de quienes, como nos
corresponde a todos y
todas, repudian las violaciones de derechos humanos, algunas de
ellas graves,
que se producen cuando el Gobierno nacional actúa para mantener,
controlar o
restablecer el orden público, pero guardan un silencio casi
sepulcral frente al
ataque sistemático de centros de salud públicos, unidades
educativas públicas,
unidades e instalaciones de transporte públicos, centros de
distribución de
alimentos públicos, sedes u oficinas de instituciones públicas,
actos de
sabotaje del servicio eléctrico y, lo peor, el asesinato de
personas que no
estaban manifestando en contra del Gobierno nacional; actos
criminales que,
dicho sea de paso, son perpetrados muchas veces con la
complicidad de
autoridades regionales o locales opositoras al Gobierno
nacional, incluyendo
los cuerpos policiales bajo su responsabilidad. ¿O es que,
cuando de derechos
se trata, unos son más humanos que otros?
La
indignación selectiva, esa que nos hace lamentar la muerte de
unos seres
humanos e ignorar la de otros, es una expresión clara y terrible
de los niveles
de degradación que puede alcanzar el conflicto político, que es
lo que ocurre
inevitablemente, por cierto, cuando el conflicto no se dirime
democráticamente.
Pero peor aún es pretender que, en nombre del rechazo a la
indignación
selectiva, se puede silenciar el hecho de que durante las mal
llamadas
“guarimbas” de febrero a junio de 2014, treinta y seis personas
murieron como
consecuencia de acciones de los “guarimberos” y siete a manos de
efectivos
policiales o efectivos militares (6). ¿Cómo guardar silencio
frente al hecho de
que este patrón se está repitiendo en 2017, con el agravante de
que, en tan
solo un mes, la cantidad de víctimas mortales casi alcanza a la
de 2014? (7).
Es cierto: las víctimas mortales caen “de lado y lado”. Pero hay
que tener muy
poco coraje para no reconocer que esto ni siquiera está cerca de
ocurrir
proporcionalmente.
Tratar
tan ligeramente asuntos tan decisivos o permanecer callados
frente a hechos tan
graves solo puede ser funcional a las fuerzas políticas más
retrógradas: esas
que celebran por adelantado la supuesta inminente restauración
de la
democracia, cuando lo que están es cerca de aniquilarla; las
mismas que
intentan crear un clima de crispación tal, que resulte
absolutamente natural
hablar de “matar chavistas” como si de matar moscas se tratara;
las mismas que
están haciendo todo lo posible porque haya un baño de sangre en
Venezuela; las
mismas que, sin vergüenza alguna, hacen bandera política de
personas
presuntamente asesinadas por partidarios del antichavismo (8).
Porque
una cosa es la obligación que tiene el chavismo de asumir la
responsabilidad
que le corresponde y otra muy distinta es acusarle de ser el
“culpable” de
cuanto ocurre en Venezuela. En 2002, cuando al menos resultaba
novedosa, esta
postura era ya sencillamente inaceptable: era la “sociedad
civil” atribulada
por la “tragedia” que significaba la presencia intolerable de la
barbarie
chavista. En 2017 la “tragedia” es de mayores proporciones: es
todo el “pueblo”
levantado contra la “dictadura”, un Gobierno que desconoce la
voluntad popular,
neoliberal, totalitario, criminal, etc. De aquel fuego
revolucionario, de aquel
pueblo politizado, solo quedarían las cenizas, y un país en
ruinas.
Antes
de terminar con esta introducción, quisiera traer a colación una
entrevista a
William Ospina publicada en El Espectador el 12 de enero de 2013
(9), en la que
el escritor era interpelado en términos más bien severos por el
contenido de un
artículo de su autoría, publicado exactamente una semana antes
en el mismo
periódico, e intitulado “A las puertas de la mitología” (10).
El
artículo en cuestión, en el que Ospina realizaba una elocuente
defensa de Hugo
Chávez (“Yo creo que ha sido un gran hombre, que ha amado a su
pueblo, y que ha
intentado abrir camino a un poco de justicia en un continente
escandalosamente
injusto”), iniciaba con la siguiente anécdota: “Alguna vez le
pregunté a García
Márquez si no había sido muy difícil ese momento en que buena
parte de la
intelectualidad latinoamericana rompió con la Revolución cubana,
y sólo él y
unos pocos siguieron siendo sus amigos. Gabo no respondió con
una teoría sino
con algo más visceral: ‘Para mí, dijo, lo de Cuba fue siempre
una cuestión
caribe’. A mi parecer, ello quería decir que no se trataba de
marxismo o
teorías revolucionarias sino de la lucha de un pueblo por su
soberanía y su
cultura frente al asedio de unos poderes invasores” (11).
Volviendo
a la entrevista, en algún punto del careo con la periodista,
Ospina dejó colar
la siguiente frase: “Venezuela es el único país de América
Latina en donde los
pobres están contentos y los ricos están molestos. Eso debería
significar algo”
(12).
Poco
más de cuatro años después, muchos pobres están molestos y
muchos ricos están
contentos. Eso debería significar algo.
Pero
además, para entender lo que acontece a Venezuela hay que
preguntarse: ¿quiénes
desean la guerra y los sepulcros, y quiénes la paz y la
justicia?
Lo
de Venezuela fue con Hugo Chávez y sigue siendo con Nicolás
Maduro una cuestión
caribe. No importa cuántos rompan con nosotros, y si nos
quedamos con pocos
amigos.
********
¿Qué
es la polarización? (13)
Recuerdo
ese balcón en Sabana Grande, casi sobre la Casanova, la noche
del viernes 6 de
diciembre de 2002. Los alaridos de horror, la sorpresa, el
estupor: todo podía
percibirse con una nitidez paralizante. Al cabo de pocos
segundos, la explosión
de cólera, bramidos aislados e imprecaciones que fueron
convirtiéndose en un
coro que pedía venganza. Un desquiciado acababa de abrir fuego
contra el
antichavismo congregado en la Plaza Francia. La noche apenas
comenzaba.
Me
tocó lanzarme a la calle, rumbo a Plaza Venezuela, donde
agarraría el autobús
hacia San Antonio de Los Altos. Tal vez fueron los minutos más
largos de mi
vida. Lo que sí es seguro es que nunca como entonces alcancé a
sentir algo
parecido a aquel odio que circulaba a corrientazos, como
latigazos en la nuca,
como el mar embravecido golpeando con todas sus fuerzas las
paredes de un
malecón. El aire pesado, a punto de desplomarse y aplastarnos a
todos, era
sostenido a duras penas por el chillido de algún carro, el
taconeo nervioso, el
rumor colectivo. Odio, mucho odio. Y miedo. En las inmediaciones
de la Plaza
Francia, un buhonero con apariencia de chavista había sido
golpeado
salvajemente. El recorrido a casa, que en condiciones ideales
puede completarse
en menos de treinta minutos, me tomó cuatro o cinco horas
interminables.
Barricadas en la Panamericana, alimentadas por árboles que eran
talados con
motosierras por tipos musculosos que vestían a la última moda.
Puñetazos y
patadas contra los carros de quienes se atrevían a reclamar, por
más
tímidamente que fuera, contra aquellos métodos de protesta.
Gente en las
calles, desaforada. Escaramuzas. Noticias de intentos de
agresión física contra
personas de pública filiación chavista. San Antonio es como una
gran
urbanización del este de Caracas: furibunda y militante. Aquel
día, una parte
de la sociedad venezolana, minoritaria pero muy beligerante,
acusó
automáticamente a su contraparte política de ser la responsable
de un
abominable crimen en el que, sin embargo, no tuvo participación
alguna. Sin
pruebas, por supuesto. Sin enmienda posterior. Lo hizo antes y
lo continuó
haciendo después. Esta falta, más bien este exceso, el conjunto
de
circunstancias que eximían al antichavismo de reconocer la
dignidad e incluso
la humanidad de su oponente, era consecuencia de la
polarización.
Pero
la polarización es una añagaza. El vocablo suele remitir a
crispación,
predominio de las emociones sobre la razón, intolerancia,
invasión de la
política en todas las esferas de la vida, etc. Añagazas todas.
Trampas de la
retórica para cazar incautos o desprevenidos, incluso para
movilizar
voluntades. Un engaño. En la Venezuela en tiempos de chavismo,
el uso del
término tiene su origen en una enorme impostura. A grandes
rasgos, ésta
consiste en aparentar distancia frente al conflicto político, en
ubicarse más
allá de las dos grandes líneas de fuerzas enfrentadas, para
tomar partido por
una de ellas, de manera subrepticia.
No
en balde, el discurso de la polarización cobró mayor auge justo
a partir de
2002, cuando el Gobierno de Chávez estuvo más asediado, y cuando
el chavismo
fue más vilipendiado, estigmatizado, criminalizado, demonizado.
En tal
contexto, la noción de polarización traducía el enfrentamiento
irracional,
fuera de todo cause democrático, lejos de todo respeto por las
formas
civilizadas de la política, entre dos fuerzas equivalentes, en
cuanto a métodos
y propósitos: la aniquilación del adversario mediante el
insulto, la
provocación o la descalificación, primero, y luego mediante la
violencia
fratricida. En otras palabras, se trata de un discurso que,
pretendiéndose como
el único autorizado para dibujar un mapa realmente fiel de la
conflictividad
política, hacía exactamente lo contrario: borronearlo, salvando
la
responsabilidad histórica de una minoría dispuesta literalmente
a todo con tal
de desconocer la voluntad mayoritaria del pueblo venezolano, y
caricaturizando
grotescamente al chavismo, en lugar de hacer un mínimo esfuerzo
por retratarlo
con justicia.
Además
de tamaña impostura, más bien predominante en predios
académicos, todavía
preocupados por aparentar “objetividad”, tal discurso encierra
una gran
paradoja, sobre todo cuando se despliega a través de un
periodismo que
demasiado pronto se liberó de ataduras éticas: la figura de
Chávez es a la vez
demonizada y endiosada. Chávez sería responsable, antes que
cualquier otra
cosa, de estimular el “odio social”, “dividiendo” al país en
ricos y pobres,
oligarcas y bolivarianos (de allí provendría, fundamentalmente,
su capital
político). Luego, sería el líder mesiánico, vista su
extraordinaria habilidad
para la manipulación de las masas resentidas y postergadas. Sin
embargo, puesto
todo el empeño en facilitar el avance de la cruzada moral que él
mismo anuncia,
concentrado en la distribución de culpas, este discurso supone
lo que hay que
explicar: cómo se constituye el sujeto chavista. Esta
polarización que atizaría
Chávez con su “lenguaje violento” sólo es posible haciendo
desaparecer al
chavismo, es decir, reduciéndolo a una masa manipulable,
maleable, pasiva,
rabiosa, irracional, que poco o nada juega en esta historia.
Así, Chávez es
convertido por sus más acérrimos enemigos en un demiurgo que
vendría a ordenar
lo informe (las masas) para volver a promover el caos. En otras
palabras, y
para colmo de ironías, en nombre de la polarización, el
antichavismo hace
aquello de lo que acusa a Chávez: le niega al chavismo su
condición de sujeto
político, porque de alguna forma hay que explicar el origen de
esa fuerza
sobrenatural (léase apoyo popular), que exhibe la deidad
maligna.
Al
menos en su versión más difundida, el discurso de la
polarización es
hagiografía pura y dura. Pero en este caso, no para justificar a
los monarcas,
como diría Wallerstein, o como una práctica estimulada por las
élites que
controlan a su antojo las estructuras de poder, sino para
suscitar al sujeto
encargado de superar la situación de polarización y poner las
cosas en su
sitio: la “sociedad civil”. Una suerte de hagiografía a la
inversa que legitima
la lucha contra el “absolutismo” de Chávez. La “sociedad civil”
no sólo es
anverso, en tanto que encarna los intereses de las élites que
comienzan a ser
desplazadas, sino también el reverso del sujeto “pueblo”
chavista que, no
obstante, permanece invisibilizado, reducido, oculto.
Incapacitado, o más bien
indispuesto para reconocer lo que pudiera haber de singularidad
en el chavismo,
concluye invariablemente que Chávez es una reedición del pasado
secular, más de
lo mismo, el caudillo que siempre vuelve (junto a su montonera)
para
recordarnos cuánto de barbarie sigue habiendo entre nosotros.
Si
Gramsci hablaba de pesimismo de la inteligencia, nuestros
hagiógrafos
personifican la inteligencia desencantada: la realidad nunca
está a la altura
de sus expectativas. Actúan como los “historicistas” que
retrataba Benjamin,
que andan “en el pasado como en un desván de trastos, hurgando
entre ejemplos y
analogías”. Chávez es inscrito en la regularidad de los
caudillos que van y
vienen, mientras la decepción crece, porque el presente es
siempre una promesa
incumplida. Pero si este discurso se conforma con una “imagen
‘eterna’ del
pasado”, para seguir con Benjamin, nos corresponde levantar “una
experiencia
única del mismo, que se mantiene en su singularidad”. Mientras
dejamos “que los
otros se agoten con la puta del ‘hubo una vez’, en el burdel del
historicismo”,
nosotros permanecemos dueños de nuestras fuerzas: lo
suficientemente hombres
“como para hacer saltar el continuum de la historia”.
Corregir
la falta de carácter que supone este discurso de la polarización
como
hagiografía, que atenaza y deshumaniza la figura de Chávez
(endiosándolo y
demonizándolo al mismo tiempo) y relega al chavismo al
ostracismo, expulsándolo
del “paraíso terrenal” de la política, implica de hecho
desacralizar la
política venezolana: la manera como se cuenta su historia, la
forma como es
concebida y practicada. Desacralizar significa aquí reconocer el
conflicto como
fundamento de la política y no marcar distancia frente a él en
razón de una
pretendida superioridad moral ni borronearlo en nombre de la
“objetividad”
científica o periodística. Justamente porque ambas imposturas se
fundan en una
condena moral del conflicto (“empatía con el vencedor”, lo
llamaba Benjamin),
el sujeto de la lucha desaparece de la escena, o solo aparece
como muñeco de
ventrílocuo. Esto es lo que significa el chavismo: es el sujeto
de la lucha.
Desacralizar significa por tanto hacer visible a este sujeto,
rescatarlo de la
oscuridad, lo que por cierto no equivale a retratarlo como el
ángel que ha
venido a redimirnos o como el profeta en la cruz dispuesto a
expiar nuestros
pecados. Al contrario, quiere decir retratar al chavismo en toda
su profanidad,
con sus grandezas y sus miserias. Desacralizar significa también
humanizar la
figura de Chávez, lo que implica, al menos para el campo popular
y
revolucionario, aproximarse sin complejos al esquivo asunto del
liderazgo.
Se
dice, por ejemplo, que el gran problema del chavismo, su
principal debilidad,
la causa de su fracaso inevitable, es que está aprisionado en la
figura de
Chávez, que es incapaz de superar ese límite. Una posición tal
presupone,
obviamente, que el chavismo sólo puede relacionarse con su líder
desde una posición
subordinada, expresada en el apoyo ciego y la incondicionalidad.
Prácticamente
no existe diferencia entre esta posición y la asumida desde el
comienzo por el
antichavismo más rancio. De hecho, puede decirse que no es más
que su variante
“progre”. Una vez más, lo que permanece oculto es el chavismo
como sujeto de la
lucha, el hecho de que su propia constitución como sujeto
político no hubiera
sido posible sin beligerancia, sin conflicto, sin interpelación.
Chávez ha
prestado su apellido y su liderazgo, pero su liderazgo no es
nada sin el
chavismo. Son dos procesos simultáneos y dependientes uno del
otro:
subjetivación política del chavismo e irrupción del Chávez
líder.
Una
vez desacralizada, podemos hablar de la polarización como el
resultado de una
interpelación mutua y permanente entre Chávez y el pueblo
chavista. La
consecuencia es un nuevo universo político: durante largo tiempo
reducido a la
nada, invisibilizado, silenciado, marginado, el pueblo irrumpe
en la escena
política para trastocarlo todo. El chavismo encandila: con él se
hacen
escandalosamente visibles las contradicciones de clase y casta,
las injusticias
de todo tipo. Una política aletargada y estancada se ve
arrollada por un sujeto
que agita y se moviliza, demanda y antagoniza. En abierta
oposición a la razón
desencantada de nuestros hagiógrafos, el chavismo encarna la
razón estratégica,
como la concebiría Daniel Bensaïd. Con el chavismo, la sociedad
venezolana se
repolitiza, se reconoce en la actualidad del conflicto, dejando
atrás la
mojigatería de las formas “civilizadas” de la política, que
relegaban al
pueblo, en el mejor de los casos, al patético papel de actor de
reparto.
Con
el chavismo cambió la historia de la política. Por eso, en
previsión de las
falsificaciones al uso, vale todo el esfuerzo que se haga para
contar, tantas
veces como sea posible, la historia de cómo es que cuando
decidimos luchar, ya
nunca más fuimos los mismos. Fuimos mejores. Lo que seguimos
siendo, pese a
todo.
Notas
(1)
Eleonora Cróquer Pedrón. Violencia y
espectacularización: del impase de la política a la política del
impase en la
Venezuela contemporánea. Frontal 27. 22 de abril de 2017. http://frontal27.com/violencia-y-espectacularizacion-del-impase-de-la-politica-a-la-politica-del-impase-en-la-venezuela-contemporanea/
(2)
Eleonora Cróquer Pedrón. Violencia y
espectacularización: del impase de la política a la política del
impase en la
Venezuela contemporánea. Frontal 27. 22 de abril de 2017. http://frontal27.com/violencia-y-espectacularizacion-del-impase-de-la-politica-a-la-politica-del-impase-en-la-venezuela-contemporanea/
(3)
Emiliano Terán Mantovani. Venezuela
desde adentro: siete claves para entender la crisis actual.
América Latina en
Movimiento. 20 de abril de 2017. http://www.alainet.org/es/articulo/184922
(4)
Keymer Ávila. La Constitución como
pharmakos. Contrapunto. 3 de mayo de 2017.
(5)
Reinaldo Iturriza López. El chavismo
salvaje. Editorial Trinchera. 2017. Págs. 104-106, 160-161.
(6)
AVN. Defensor del Pueblo: Fascismo
fue causa principal de las 43 víctimas de la guarimba. 18 de
enero de 2016. http://m.avn.info.ve/contenido/defensor-del-pueblo-fascismo-fue-causa-principal-43-v%C3%ADctimas-guarimba
(7)
Luigino Bracci Roa. Lista de
fallecidos por las protestas violentas de la oposición
venezolana, abril y mayo
de 2017 (Actualizado). Alba Ciudad. 4 de mayo de 2017. http://albaciudad.org/2017/05/lista-fallecidos-protestas-venezuela-abril-2017/
(8)
El 6 de mayo de 2017, el partido
opositor Voluntad Popular, a través de su cuenta oficial en
Twitter, exigía
justicia para “Carlos Eduardo, Paola, Kenyer, Almelina y
Miguel”, y acusaba al
presidente Nicolás Maduro de “asesino”. Los presuntos asesinos
de Paola Ramírez
Gómez y Almelina Carrillo son partidarios del antichavismo. https://twitter.com/VoluntadPopular/status/860801195383934976
(9)
Cecilia Orozco Tascón. “Chávez
entrará a la mitología de los altares callejeros”. El
Espectador. 12 de enero
de 2013. http://www.elespectador.com/noticias/elmundo/chavez-entrara-mitologia-de-los-altares-callejeros-articulo-396288
(10)
William Ospina. A las puertas de la
mitología. El Espectador. 5 de enero de 2013. http://www.elespectador.com/opinion/las-puertas-de-la-mitologia-columna-395237
(11)
William Ospina. A las puertas de la
mitología. El Espectador. 5 de enero de 2013. http://www.elespectador.com/opinion/las-puertas-de-la-mitologia-columna-395237
(12)
Cecilia Orozco Tascón. “Chávez
entrará a la mitología de los altares callejeros”. El
Espectador. 12 de enero
de 2013. http://www.elespectador.com/noticias/elmundo/chavez-entrara-mitologia-de-los-altares-callejeros-articulo-396288
(13)
Reinaldo Iturriza López. El
chavismo salvaje. Editorial Trinchera. 2017.
Págs. 23-28.
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