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Los
años Trump por venir
ALAI
AMLATINA, 05/12/2016.- La idea de que el
futuro está hacia adelante es una
construcción imaginaria, como casi todo, y procede de la acción
de caminar.
Pueblos más contemplativos consideraban que el tiempo fluía
desde nuestras
espaldas, razón por la cual sólo el pasado se puede ver, no el
futuro. Por el
pasado juzgamos lo que puede estar por pasar, pero con
frecuencia vemos
aparecer dragones, unicornios y todo tipo de seres y hechos
inesperados.
Nadie
puede ver el futuro como vemos el pasado, y quizás por esta
razón se deba que
el solo intento de predecirlo resulta antipático, sino
arrogante. Pero no deja
de ser un ejercicio necesario. Empecemos echando una mirada al
pasado, que no
siempre es del todo nítida.
El
llamado nacionalismo islámico que vemos hoy no era tal a
mediados del siglo
pasado cuando muchos gobiernos de grandes países de África del
Norte y Medio
Oriente eran seculares y en algunos casos también eran
democráticos. Sólo que
tuvieron la suertedesgracia de estar sobre grandes
reservas de petróleo.
Fueron las potencias occidentales las que jugaron un rol
decisivo
interviniendo, destruyendo sus precarias democracias y
estimulando el
nacionalismo étnico y religioso a fuerza de humillaciones. La
inestabilidad y
las guerras civiles y militares terminaron desplazando a
millones de personas,
una parte menor de ellos hacia Europa.
Paradójicamente,
este proceso fue, a su vez, la principal causa de la actual ola
de
nacionalismos de esas mismas potencias occidentales que,
obviamente, toman su
inspiración de sus propios pasados, desde las Cruzadas y la
Inquisición hasta
los fascismos de la convulsionada Europa de los años treinta y
cuarenta. Para
bien y para mal, Europa y Estados Unidos crearon esa
globalización que ahora
rechazan por catastrófica para la existencia de sus “esencias
nacionales”; se
sienten invadidos por los inmigrantes de piel oscura y
religiones falsas,
robados por el libre mercado que ellos mismos impusieron por
generaciones a
fuerza de cañón y conspiraciones.
Esta ola
de nacionalismos en las potencias militares del mundo (Rusia,
Europa, Estados
Unidos) se extenderá a otras regiones del mundo como India,
China, Japón y,
probablemente con menos fuerza, a la región menos nacionalista
del mundo:
América Latina. Así se comenzará a construir un orden altamente
inestable,
proclive a nuevas guerras al estilo del siglo XX.
En
Estados Unidos, el presidente electo Donald Trump no cumplirá
completamente ninguna
de sus promesas electorales pero en su intento por hacerlo se
encontrará con
resultados contradictorios.
Al
principio de su mandato, la economía mostrará signos de
fortaleza. El parámetro
más tradicional y engañoso, el PIB, recibirá un estímulo de no
menos
tradicionales medidas de la escuela Reagan-Bush (ej. recortes de
impuestos),
las que en su tiempo mejoraron la economía y aumentaron la
pobreza (1981-1993).
Por no hablar de los logros del segundo Bush (2001-2009). Pero
también
aumentarán la inflación y, en consecuencia, la tasa de intereses
de la FED, lo
cual fortalecerá el dólar haciendo las exportaciones
estadounidenses más caras
para el resto del mundo y aliviando las industrias del llamado
Tercer mundo.
Los
intentos de aislacionismo nacionalistas, paradójicamente,
aumentarán la
agresión internacional de las viejas potencias, ya que dejarán
espacios libres
a otros protagonistas, como China, para ocupar los mercados
vacantes. China
necesitará hacerlo desesperadamente, ya que la estabilidad
social de su sistema
depende de su economía y ésta será seriamente amenazada por una
población
envejecida. Los inmigrantes serán la peor solución para un
sistema comunista
autoritario, cerrado a su propia sociedad y abierto al
capitalismo que no lo
amenaza sino que lo sostiene, como lo ha hecho antes con muchas
otras
dictaduras de derecha en América latina.
Habrá una
recesión económica en el primer periodo de Trump, lo cual creará
tensión
ideológica y étnica: por un lado los demócratas se beneficiarán
en la disputa
dialéctica y por el otro Trump responderá con la creación de
dicotomías y
conflictos internos y externos, al mejor estilo Vladimir Putin.
Dentro de
Estados Unidos la antigua herida producida por la guerra civil
del siglo XIX se
abrirá y sangrará como nunca antes. El sistema electoral que
llevó a Trump a la
presidencia habiendo perdido la elección general por dos
millones de votos, fue
creado para preservar los intereses del sistema esclavista del
siglo XVIII; ese
mismo pasado sobrevive de muchas otras formas.
En el
exterior, los conflictos en Medio y extremo Oriente servirán
para disimular los
problemas económicos y sociales internos.
Como
consecuencia, nuevos movimientos al estilo de los años sesenta
contra la guerra
de Vietnam surgirán de forma más organizada y, en casos,
violenta.
A largo
plazo, el futuro de Donald Trump es oscuro. Su presidencia
estará marcada por
los escándalos, esta vez sin el apoyo y la impunidad de una
población que quiso
castigar a los políticos con alguien peor, con un falso profeta.
Grupos cada
vez más radicales de corte neonazi y confederados, legitimados y
luego
marginados por un líder que prometió e incumplirá tanto como
presidente
improvisado como lo hizo como empresario con un lago historial
de bancarrotas y
manipulaciones legales.
Trump ha
navegado toda su vida entre la ilegitimidad y la discutible
legalidad de sus
negocios; como presidente se sentirá más protegido, pero estará
más expuesto
también. Es probable que se haya metido él solo en una trampa y
que lo sepa.
Su
partido perderá la mayoría en al menos una de las cámaras del
congreso y él
mismo se enfrentará a intentos de impeachment, no solo por sus
propios méritos
sino por el deseo de los conservadores de dejar a Mike Pence en
el poder, un
personaje menos payasezco y un conservador mucho más radical, al
mejor estilo
Savonarola.
México
sentirá la incertidumbre de un Gran Hermano más inestable y más
hostil. Su
comercio sufrirá al comienzo y más tarde sus industrias se verán
beneficiadas
por el peso barato. Los mexicanos pobres se repartirán entre
nuevos puestos de
trabajo en su país y el estímulo de un dólar fuerte del otro
lado. En cualquier
caso, la reducción de la inmigración ilegal presionará aún más
la inflación en
Estados Unidos y la caída de competitividad de sus
manufactureras que deberán
radicalizar el proceso de automatización y despidos de
trabajadores --votantes
de Trump.
Si no se
produce un conflicto sangriento, dentro o fuera de fronteras,
Trump no será
reelecto en 2020. Un candidato joven de la izquierda sucederá al
senador Bernie
Sanders y explotará cierto grado de nostalgia por los años de
Obama que, luego
del descrédito inicial en la Era Trump, comenzará a crecer en
las décadas por
venir.
Nuevas
formas de organización sociales alejadas de las redes sociales
buscarán
convertir al espectador (apasionado, pasivo y acrítico) de las
redes en
protagonistas circunstanciales de la historia.
A más
largo plazo, este orden basado en nacionalismos étnicos en un
mundo
globalizado, es suicida. Si sobrevivimos como especie a la
catástrofe
ambiental, acelerada por los negacionistas, y a las
nuevas guerras
tribales, la humanidad volverá al camino de la consolidación de
una conciencia
más global, de una justicia internacional y de democracias más
directas y más
responsables.
Aunque,
claro, con demasiada frecuencia, hasta el más humilde optimismo
sobre la
especie humana suele probarse exagerado.
- Jorge Majfud es
escritor uruguayo estadounidense,
autor de Crisis y otras novelas.
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