“La Imitación de Cristo”: el libro más leído después de la Biblia
2016-12-09
Al completar más de 50 años de labor teológica, me puse un desafío:
retraducir la “Imitación de Cristo” del latín medieval, retocando el
estilo en el sentido de superar el tradicional dualismo de la visión
clásica y añadiéndole al final una parte escrita dentro de la moderna
cosmología que procura articular e incluir todas las dimensiones, más
adecuada al espíritu contemporáneo. Fue una tarea minuciosa que me costó
dos años de trabajo. Sería mi canto de cisne de la teología más
sistemática, mi “nunc dimittis, Domine” bíblico (“ahora, Señor, puedo partir”).
Hay más de mil ediciones de la “Imitación de Cristo” repartidas por el mundo y en el British Museum se coleccionan más de mil ejemplares.
El libro se compone de cuatro partes a las cuales me atreví a añadir una quinta, usando el mismo estilo del autor. Le di como título “El seguimiento de Jesús por los caminos de la vida”. El seguimiento completa la imitación, de forma que por la imitación se busca alcanzar el Monte Tabor del alma y por el seguimiento, la llanura y el valle donde luchan y laboran los seres humanos.
Tomás de Kempis tenía una mente libre. Incluso dentro del espíritu de la tendencia espiritual más difundida de la época, llamada Devotio Moderna, no se dejó influenciar por ninguna escuela teológica o tendencia mística. Por el contrario, muestra cierta distancia y también una sospecha velada sobre todo saber teológico y teórico y sobre revelaciones particulares. Lo que cuenta para él es la experiencia del encuentro con Cristo, con su cruz, con su obediencia al Padre, con su humildad, con su misericordia, con el amor incondicional y con su pasión y cruz valerosamente soportadas. El tema del despojamiento de sí mismo y de todos los apegos del ego adquiere relevancia especial hasta el punto de haber despertado la atención de los más agudos analistas de la condición humana.
¿En qué reside la singularidad de la Imitación de Cristo? El camino de la “Imitación de Cristo” se centra en el Cristo de la fe y sus virtudes: su humildad, su amor a los pobres y pecadores, su compasión con los enfermos y discriminados, su actitud ante la condición humana que él compartió con nosotros. La Epístola a los Hebreos dice claramente que él “pasó por las mismas pruebas que nosotros” (4,15), estaba “rodeado de flaqueza” (5,2) y “aprendió la obediencia por medio del sufrimiento” (5,8).
San Pablo va más lejos al invitarnos a “tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús tuvo: no se aprovechó del hecho de ser Dios, sino que por solidaridad con nosotros asumió la condición de siervo, presentándose como un simple hombre y se humilló hasta aceptar la muerte de cruz” (cf. Flp 2, 5-8), castigo infame para la época. No se “avergonzó de llamarnos hermanos y hermanas” (Hbr 2,11) y en el juicio final se refiere a los pobres y marginados llamándolos “mis hermanos y hermanas más pequeños” (Mt 25,40).
Estas son las actitudes que propone el autor a sus oyentes para alcanzar un alto nivel de vida espiritual. Cristo habla a la subjetividad de la persona en busca de un camino espiritual y la lleva a descubrir todos los meandros de la malicia humana pero también toda la grandeza de la posibilidad de conquistar un alto nivel de vida interior.
Tomás de Kempis, mejor que cualquier psicoanalista entiende los meandros más secretos del alma humana, las solicitaciones del deseo, las angustias que produce, pero también indica caminos de cómo enfrentarlas confiados siempre en la gracia de Dios, en la misericordia de Jesús y en el completo despojamiento de sí mismo. Procura consolar al fiel imitador con el ejemplo de Cristo, le muestra la alegría inaudita de la intimidad con Él y, por fin, la grandeza de la recompensa eterna que le está preparada en la eternidad.
El libro ofrece una espiritualidad cristalina como el agua de la fuente detrás de casa. Orienta y alimenta todavía en nuestros días la búsqueda humana de un encuentro con el Misterio de todas las cosas: el Dios interior y exterior que llena todo.
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