Macri, el iluminado
Por Juan Manuel Cincunegui |
El iluminado es aquel que posee
un conocimiento de lo real al que otros no tienen acceso. Dotado, no
sólo de una gnosis liberadora, sino también de una sensibilidad
compasiva, promete conducir a los dispuestos a seguirlo un futuro
prominente, un paraíso difuso, de orden y autenticidad. Pese al carácter
rústico de su saber empresarial, y su ignorancia evidente en asuntos de
Estado, Macri se hace pasar por el conocedor de un saber que, nosotros,
simples mortales, ciudadanos comunes, somos incapaces de comprender. A
ese saber práctico lo legitima el dinero y el poder.
La figura tiene una larga estirpe. El iluminado es aquel que posee un conocimiento de lo real al que otros no tienen acceso. Dotado, no sólo de una gnosis liberadora, sino también de una sensibilidad compasiva, el iluminado promete conducir a los hombres y a las mujeres dispuestos a seguirlo un futuro prominente, un paraíso difuso, de orden y autenticidad.
Pese al carácter rústico de su saber empresarial, y su ignorancia evidente en asuntos de Estado (del cual reiteradamente se enorgullece
haciéndose pasar por un extranjero de la política – pese a haber sido
durante casi una década el intendente del distrito más rico del país) Macri
se hace pasar por el conocedor de un saber que, nosotros, simples
mortales, ciudadanos comunes, somos incapaces de comprender. A ese saber práctico lo legitima el dinero y el poder,
y unas pretendidas dotes de dirección empresarial que le permitirían
eventualmente coordinar con éxito un equipo de especialistas.
A Mirtha Legrand le ofreció una expresión de esa sabiduría oriental con la cual envuelve su discurso pobre en sutilezas y nutrido por escasas lecturas. Eximiéndose de cualquier responsabilidad inmediata y futura, el presidente de los argentinos confesó: “No vengo a cambiar el país, sino a ofrecerles un camino para que ustedes lo cambien”.
La distancia entre el iluminado y
el pueblo llano se acentúa con la supina ignorancia del presidente y su
consorte sobre el día a día que padecen los ciudadanos de a pie.
A diferencia de Margarat Thatcher, con quien fue comparada en los
últimos días María Eugenia Vidal, que podía enumerar a los periodistas
los precios del mercado de la leche y la mantequilla en los barrios de
Londres, Macri vive en el universo astronómico de la economía de los más ricos entre los ricos.
La preocupación del filósofo y la desdicha de su madre
En una reciente entrevista radial, su “filósofo” fetiche, Alejandro Rozitchner
definió de manera concisa la autointerpretación que promueve el círculo
de sus elegidos respecto al actual presidente. Consultado acerca de sus
preocupaciones y apreciaciones personales sobre la imagen del
presidente, Rozitchner señaló que lo que más temía era que la
sociedad argentina no estuviera a la altura (“no tuviera la capacidad” –
agregó) de entender la visión del presidente.
Lo dijo su madre meses atrás, cuando expuso con especial impertinencia para una sociedad democrática, que los argentinos no merecían tener un presidente como su hijo, y agregó: “hace un enorme sacrificio”.
En esa misma estela, Rozichner presenta al presidente como un hombre
sensible, que quiere la felicidad del pueblo, pero como un padre severo
espera que la sociedad se haga cargo de sí misma para ser
“genuinamente”, “auténticamente”, feliz.
La felicidad de las mujeres del presidente
Obviamente, la felicidad es una noción
vacía que se llena con diversos contenidos materiales de acuerdo con las
convicciones existenciales y religiosas de los individuos. Sin embargo,
tenemos algunas pistas de lo que significa para Mauricio Macri la
felicidad que ofrece al pueblo argentino si analizamos su discurso
rudimentario pero reiterativo, o prestamos atención a los conceptos que
deslizan “sus mujeres” (Gabriela Michetti, Juliana Awada o María Eugenia Vidal), quienes compiten
en su esfuerzo por emular al líder frágil que las ha llevado a la
cúspide de sus respetivas carreras en este ciclo político.
La verdad os hará libres
El comienzo de la felicidad, dice Macri, es la verdad. La verdad entendida como “sinceramiento”. Un
sinceramiento que nos hará humildes como pueblo, que nos permitirá
dejar de exigir una transformación del orden natural que impone el
mercado, elevando de manera cuasi-darwiniana a los más aptos a
la cima de la riqueza, y hundiendo a los más perezosos e incapaces a la
periferia de lo social.
La verdad es el reconocimiento sin ambigüedad de lo que somos,
cuando desechamos la cosmética populista con la cual se empeñaron en
disfrazarnos quienes presidieron la Argentina durante los últimos años,
aprovechándose de las ilusiones infantiles de una población
irresponsable como la Argentina. El engaño fue hacernos creer
que somos seres dignos de ser respetados, protegidos y cuidados. El
engaño fue hacernos creer que somos seres capaces de respetar, proteger y
cuidar a los otros.
En la retórica neoliberal que el macrismo nos propone como futuro de felicidad, la vida es simplemente y llanamente una carrera de obstáculos, una competición agresiva en la que debemos esforzarnos sin piedad,
conscientes que si nos detenemos para asistir a aquellos que, por las
circunstancias que sean, se tropiezan en su camino, pondremos en peligro
nuestro propio progreso. Cada uno es un empresario de sí mismo, que
debe venderse en el mercado como otros productos, haciéndose más
atractivo, apetecible y funcional para los consumidores. Y si no hay
vendedor interesado en nosotros, debemos reinventarnos o morir.
El buen pastor
Por otro lado, en la retórica macrista
hay una clara asunción del dispositivo pastoral a la hora de ejercitar
el gobierno de las personas. Pese a su empeño por diferenciarse de eso
que, despectivamente, llaman “populismo”, el macrismo se esfuerza por apropiarse de esa discursividad, vaciándola, eso si, de su contenido popular.
A la deconstrucción jurídica de los
regímenes de derechos, y a la modificación burocrático-administrativa
que limita al poder financiero, y a la aceitada promiscuidad de un
estado al servicio del poder corporativo, el macrismo acompaña
un conjunto de estrategias culturales de gubernamentalidad que apuntan a
dar forma a un yo dócil que acepta finalmente la expropiación masiva de
sus riquezas colectivas y sus derechos.
Se trata de devolver a sus “genuinos” dueños esas riquezas que el populismo pretendió redistribuir, y de limitar aquellos derechos cuyas prerrogativas solo son legítimas en manos de unos pocos.
Se trata de devolver a sus “genuinos”
dueños esas riquezas que el populismo pretendió redistribuir, y de
limitar aquellos derechos cuyas prerrogativas solo son legítimas en
manos de unos pocos.
Resistencia social, violencia estatal y el panorama internacional
En este contexto, la revuelta social se convierte en un imperativo de supervivencia y dignidad.
El gobierno y los principales referentes sociales y corporativos que
acompañan y sostienen al gobierno han puesto ya las cartas sobre la
mesa. Por lo tanto, quienes miren para otro lado, se convierte
en cómplices de la estafa y explotación (incluso la violencia) que se
ejerce y se proyecta de manera amenazante sobre el pueblo argentino.
Por ese motivo, como se viene
advirtiendo con insistencia desde el comienzo de este ciclo, es preciso
estar atentos. El gobierno de Macri, como otro gobiernos de corte
autoritario tienen cautiva a través de una burda pero masiva
intoxicación mediática a una parte de la población que, recalcitrante,
pide sangre y se revuelve de manera enfermiza contra los derechos
humanos.
El gobierno de Macri, como otro gobiernos de corte autoritario tienen cautiva a través de una burda pero masiva intoxicación mediática a una parte de la población que, recalcitrante, pide sangre y se revuelve de manera enfermiza contra los derechos humanos.
En ese marco, el empeño del macrismo y
otros líderes políticos y sociales que lo acompañan, con mayor o menor
compromiso, en la implementación de su programa neoliberal, están
decididos a pagar un alto costo, si fuera necesario, incluida
una estrategia de violencia calibrada que pueda ocultarse
internacionalmente o mantenerse inane ante la profusión de estas
estrategias globalmente. La situación internacional, en este sentido,
está de su lado.
Pese a las medidas de fuerza de los trabajadores y la movilización social,
Mauricio Macri y otros funcionarios de gobierno, como María Eugenia
Vidal y sus ministros (algunos de ellos con un oscuro pasado ideológico y
lazos con las épocas de la Argentina genocida) han reafirmado su intransigencia en estos días.
El contrincante político convertido en enemigo (exterior al orden político) o delincuente
Pero el enfrentamiento de las fuerzas populares con un gobierno intransigente e insensible como el de Macri, un
gobierno que se niega a validar la realidad coyuntural de esos sectores
populares, que es capaz de elevar la tensión del conflicto de la manera
en que lo hace, amenaza convertir el antagonismo político en violencia
explícita.
El propio presidente y su
ministra han utilizado, para hablar de sus contrincantes políticos, los
gestos y las palabras que se utilizan para señalar al enemigo exterior.
Ir del antagonismo (institucionalmente reglado) de la política, a la
enemistad frente al agresor exterior o al delincuente interior al que se
encierra privándolo de derechos, es intentar un atajo prohibido por la
democracia y los derechos humanos. El gobierno ya ha comenzado a
transitar ese atajo.
La sociedad argentina está a punto de ebullición. El gobierno debería dejar de jugar con fuego y atender las demandas sociales.
La resistencia popular es absolutamente legítima en vista a los (1)
datos absolutos de empobrecimiento de la población y los recortes de
facto de derechos civiles y políticos y (2) los datos relativos que
muestran como contrapartida la generosidad que tiene esta administración
con el capital concentrado.
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