La religión puede hacer el bien mejor y también el mal peor
La
mayor expresión del fundamentalismo guerrero y exterminador es el
representado por el Estado Islámico que hace de la violencia y del
asesinato de los diferentes, expresión de su identidad.
Pero
hay también otro vicio religioso, muy presente en los medios de
comunicación de masas especialmente en la televisión y en la radio: el
uso de la religión para reclutar gente, predicar el evangelio de la
prosperidad material, sacar dinero a los feligreses y enriquecer a sus
pastores y auto-proclamados obispos. Tenemos que ver con religiones de
mercado que obedecen a la lógica del mercado que es la competencia y el
reclutamiento del mayor número posible de personas con la máxima
acumulación de dinero líquido posible.
Si
nos fijamos bien, en la mayoría de estas iglesias mediáticas el Nuevo
Testamento raramente es mencionado. Lo que predomina es el Antiguo
Testamento. Se entiende el por qué. En el Antiguo Testamento, excepto
los profetas y otros textos, se resalta especialmente el bienestar
material como expresión del agrado divino. La riqueza gana centralidad.
El Nuevo Testamento exalta a los pobres, predica la misericordia, el
perdón, el amor al enemigo y la solidaridad ilimitada con los pobres y
caídos en el camino. ¿Dónde se oye, hasta en los programas católicos,
las palabras del Maestro: “Felices vosotros, pobres, porque vuestro es
el Reino de Dios”?
Se
habla demasiado de Jesús y de Dios como si fuesen realidades
disponibles en el mercado. Tales realidades sagradas, por su naturaleza,
exigen reverencia y devoción, silencio respetuoso y unción devota. El
pecado que más se da es contra el segundo mandamiento: “no usar el santo
nombre de Dios en vano”. Ese nombre está pegado en los vidrios de los
automóviles y en la propia cartera del dinero, como si Dios no estuviese
en todos los lugares. Y Jesús para acá y Jesús para allá en una
banalización desacralizadora irritante.
Lo
que más duele y escandaliza verdaderamente es que se use el nombre de
Dios y de Jesús para fines estrictamente comerciales. O peor, para
encubrir desfalcos, robo de dineros públicos y blanqueo de dinero. Hay
quien tiene una empresa cuyo título es “Jesús”. En nombre de “Jesús” se
amasan millones en sobornos, escondidos en bancos extranjeros y otras
corrupciones que atañen a los bienes públicos. Y esto se hace con el
mayor descaro.
Si Jesús estuviera todavía
entre nosotros, sin duda haría lo que hizo con los mercaderes del
templo: tomó el látigo y los puso a correr además de derribar sus
puestos de dinero.
Por
estas desviaciones de una realidad sagrada, perdemos la herencia
humanizadora de las Escrituras judeocristianas y especialmente el
carácter liberador y humano del mensaje y la práctica de Jesús. La
religión puede hacer el bien mejor pero también puede hacer el peor mal.
Sabemos
que la intención original de Jesús no era crear una nueva religión.
Había muchas en aquel tiempo. Tampoco pensaba reformar el judaísmo
vigente. Quería enseñarnos a vivir guiados por los valores presentes en
su mayor sueño, el reino de Dios, hecho de amor incondicional,
misericordia, perdón y entrega confiada a un Dios, llamado "papá" (Abba
en hebreo) con características de madre de bondad infinita. Él puso en
marcha la gestación del hombre nuevo y de la mujer nueva, eterna
búsqueda de la humanidad.
Como
muestra el libro de los Hechos de los Apóstoles, el cristianismo
inicialmente era más movimiento que institución. Se llamaba el "camino
de Jesús", realidad abierta a los valores fundamentales que él predicó y
vivió. Pero a medida que el movimiento fue creciendo, se convirtió
inevitablemente en una institución con reglas, ritos y doctrinas. Y
entonces el poder sagrado (sacra potestas)
pasó a ser el eje organizador de toda la institución, ahora llamada
Iglesia. El carácter del movimiento fue absorbido por ella. Por la
historia sabemos que allí donde prevalece el poder, desaparece el amor y
se desvanece la misericordia. Eso es lo que por desgracia pasó. Hobbes nos advirtió de que el poder sólo se asegura buscando más y más poder.
Y
así surgieron iglesias poderosas en instituciones, monumentos, riquezas
materiales e incluso bancos. Y con el poder la posibilidad de
corrupción.
Estamos
presenciando algo nuevo que hay que saludar: El Papa Francisco nos está
recuperando el cristianismo más como movimiento que como institución,
más como encuentro entre las personas y con el Cristo vivo y la
misericordia sin límites que como disciplina y doctrina ortodoxa. Ha
puesto a Jesús, a la persona en el centro, no el poder, ni el dogma, ni
el marco moral. Con eso permite que todos, aun los que no se incorporan a
la institución, puedan sentirse en el camino de Jesús en la medida en
que optan por el amor y la justicia.
Leonardo BOFF
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