Transcripción
completa de la disertación del Vicepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera,
en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires,
Argentina, el viernes 27 de mayo de 2016
“Muy buenas tardes a todos, muy buenas
tardes a todas. Como buen populista, voy a hablar de pie. Quiero agradecer a
cada uno de ustedes que se han tomado el tiempo para hacerse presentes en este
hermoso escenario, para venir a dialogar y compartir las lecturas que tenemos
sobre lo que está pasando en nuestro continente. Agradecer infinitamente a los
compañeros de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. También a Carlos, que
cuando fue a Bolivia me dijo: tienes que venir Álvaro, y acá estamos, cumpliendo
con nuestro compromiso. Gracias por la invitación. Saludar también al compañero
Eduardo por sus reflexiones sobre el papel del Estado y su propuesta de este
republicanismo popular, plebeyo. Y al profesor Emir Sader, de quien hemos
aprendido mucho y de quien seguramente seguiremos aprendiendo más en el
porvenir.
Yo quisiera hacer una reflexión de lo
que está pasando en el Continente, de lo que veo que ocurre en el Continente.
No estamos en un buen momento. Tampoco es un momento terrible. Pero este es un
momento de inflexión histórica. Algunos hablan de un retroceso, de un avance
los restauradores. Lo cierto es que en el último año, después de diez años de
intenso avance, de irradiación territorial de gobiernos progresistas y
revolucionarios en el Continente, este avance se ha detenido, y en algunos
casos ha retrocedido, y en otros casos está en duda su continuidad. De manera
fría, como lo tiene que hacer un revolucionario, tiene que hacer un análisis de
plaza, en terminología militar, analizar las fuerzas y escenarios reales que
hay, sin ocultar nada, porque dependiendo de la claridad del análisis que uno
hace, es que sabrá encontrar las potencias, las fuerzas reales prácticas del
avance futuro.
No cabe duda que hay una limitación o
una contracción territorial de este avance de los gobiernos progresistas. Allá
donde han triunfado las fuerzas conservadoras, hay un acelerado proceso de
reconstitución de las viejas elites de los años 80 y 90, que nuevamente quieren
asumir el control de la gestión estatal, el control de la función estatal. En
términos culturales, hay un esfuerzo denodado desde los medios de comunicación,
desde las ONG, desde intelectuales orgánicos de la derecha, por devaluar, por
poner en duda, por cuestionar la idea y el proyecto de cambio y de revolución.
Todo esto dirige su ataque haciaa lo
que podemos considerar como la década dorada, la década virtuosa de América
Latina. Son más de diez años que el Continente, de manera plural y diversa,
unos más radicales que otros, unos más urbanos, otros más rurales, con
distintos lenguajes muy diversos, pero de una manera muy convergente, América
latina, dese los años 2000, ha vivido los años de mayor autonomía y de mayor
construcción de soberanía que uno pueda recordar desde la fundación de los
Estados en el siglo XIX.
Cuatro
cosas caracterizaron esta década virtuosa latinoamericana
Lo primero lo político: un ascenso en
lo social y fuerzas populares que asumen el control del poder del Estado,
superando el viejo debate de principios de siglo que si es posible cambiar el
mundo sin tomar el poder, los sectores populares, trabajadores, campesinos,
indígenas, mujeres, clases subalternas, superan ese debate teoricista y
contemplativo de una manera práctica. Asumen las tareas de control del Estado.
Se vuelven Diputados, asambleístas, senadores, asumen función pública, se
movilizan, hacen retroceder políticas neoliberales, toman gestión estatal,
modifican políticas públicas, modifican presupuestos, y en diez años asistimos
a lo que podría denominarse una presencia de lo popular, de lo plebeyo, en sus
diversas clases sociales, en la gestión del Estado.
Igualmente en esta década asistimos a
un fortalecimiento de la sociedad civil: sindicatos, gremios, pobladores,
vecinos, estudiantes, asociaciones, comienzan a diversificarse y a proliferar
por distintos ámbitos. Se rompe la noche neoliberal de apatía, de simulación
democrática, para recrear una potente sociedad civil que asume un conjunto de
tareas en conjunción con los nuevos Estados latinoamericanos.
En lo social, en Brasil, en Venezuela,
en Argentina, en Bolivia, en Ecuador, en Paraguay, en Uruguay, en Nicaragua, en
El Salvador, vamos a asistir a una potente redistribución de la riqueza social.
Frente a las políticas de ultra-concentración de la riqueza, que había convertido
al continente latinoamericano en uno de los continentes más injustos del mundo,
desde los años 2000, a la cabeza de gobiernos progresistas y revolucionarios,
asistimos a un poderoso proceso de redistribución de la riqueza. Esta
redistribución de la riqueza va a llevar a una ampliación de las clases medias,
no en el sentido sociológico del término, sino en el sentido de su capacidad de
consumo. Se amplía la capacidad de consumo de los trabajadores, de los
campesinos, de los indígenas, de distintos sectores sociales subalternos.
Igualmente, América Latina va a llevar
adelante la limitación de las desigualdades sociales que no habían podido
lograrse en los últimos 100 años. Las diferencias en los porcentajes entre el
10% más rico y el 10% de los más pobres, que arrojaba cifras de más de 100,
150, 200 veces en la década del 90, al finalizar la primera década del siglo
XXI, se ha reducido a 80, 60, a 40, de una manera que amplía la participación e
igualdad de los sectores sociales.
En lo económico, con mayor o menor
intensidad cada uno de los gobiernos de estos Estados va a ensayar propuestas
post-neoliberales en la gestión económica. No estamos hablando todavía de
propuestas socialistas. Estamos hablando de propuestas post-neoliberales, que
permiten que el Estado retome un fuerte protagonismo. Algunos países llevarán
adelante procesos de nacionalización de empresas privadas o llevarán adelante
la creación de empresas públicas, la ampliación del aparato estatal, la
ampliación de la participación del Estado en la economía, para generar formas
post-neoliberales de la gestión de la economía, recuperando la importancia del
mercado interno, recuperando la importancia del Estado como distribuidor de la
riqueza, recuperando la participación del Estado en áreas estratégicas de la
economía.
En política externa, se va a constituir
lo que podríamos denominar de una manera informal, una internacional
progresista y revolucionaria a nivel continental. No va a existir un COMITERN,
como en la vieja Unión Soviética, pero de alguna manera, el Presidente Lula, el
Presidente Kirchner, el Presidente Correa, el Presidente Evo, el Presidente
Chávez, van a asumir lo que podríamos llamar una especie de comité central, de
una internacional latinoamericana, que va a permitir pasos gigantescos en la
constitución de nuestra independencia. En esta década, la OEA, que
anteriormente decidía los destinos de nuestro continente bajo la batuta de
Estados Unidos, que ponían el dinero y ponían con eso todas las disposiciones,
surgirá la CELAC, surgirá la UNASUR, surgirá una integración propia de
latinoamericanos, sin Estados Unidos, sin la necesidad de tutelajes, sin la
necesidad de patrones.
Igualmente, la solidaridad entre los
gobiernos y entre los países para consolidar una política y externa se llevará
adelante. Recordaba el compañero Carlos Ghiroti, cuando él estuvo en Santa Cruz
cuando había un golpe de Estado en Bolivia. En ese entonces, 5 de los 9
departamentos que tiene Bolivia, estaban bajo control de la derecha. El
Presidente Evo, ni este Vicepresidente, podíamos aterrizar en esos
departamentos, no podíamos controlar las autoridades en esos departamentos, no
podíamos hacer gestión ahí, el país estaba dividido, la derecha había asumido
el control político, había dualizado el poder, amenazaba y llevaba adelante un
golpe de Estado, amenazaba con guerra civil. Y en estos tiempos, fue la UNASUR,
fue el Presidente Kirchner, fue el Presiente Chávez, fue el Presidente Correa,
fue el Presidente Lula, que nos ayudaron para restablecer el orden.
En conjunto, entonces, el continente,
en esta década virtuosa, llevó adelante cambios políticos: la participación del
pueblo en la construcción de Estados de nuevo tipo. Cambios sociales:
redistribución de la riqueza y reducción de las desigualdades. Economía: participación
activa del Estado en la economía, ampliación del mercado interno, creación de
nuevas clases medias. En lo internacional, integración política del Continente.
No es poca cosa en diez años, que son quizás los años, desde el siglo XIX, más
importantes de integración, de soberanía, de independencia, que ha tenido
nuestro continente.
Sin embargo, y hay que asumir de frente
el debate, en los últimos meses este proceso de irradiación y de expansión
territorial de gobiernos progresistas y revolucionarios, se ha estancado. Hay
un regreso de sectores de la derecha, en algunos países importantísimos y
decisivos del continente, hay amenaza de que la derecha retome el control en
otros países, es importante que nos preguntemos por qué. ¿qué ha sucedido para
que hemos llegado a esta situación? Evidentemente la derecha siempre va a
intentar y buscar sabotear los procesos progresistas. Es un tema de
sobrevivencia política de ellos, es un tema de control y disputa por el
excedente económico. La derecha en el mundo entero, y en el continente es
derecha y se vuelve empresarial, se vuelve millonaria, usufructuando los
recursos públicos. Está claro que la derecha siempre va a buscar conspirar y
ese es un dato de la realidad. Pero es importante que evaluemos qué cosas nosotros
no hemos hecho bien, dónde hemos tenido límites, tropiezos, que ha permitido o
quieren permitir que la derecha retome la iniciativa. Porque si nos damos
cuenta dónde está nuestra debilidad, está claro que podemos superar esa
debilidad e impedir ese regreso de la derecha o retomar nuevamente la
iniciativa, para sustituir a esa derecha nuevamente con la movilización
democrática del pueblo.
Yo marcaría cinco límites y cinco
contradicciones que se han hecho presentes, que han aflorado en esta década
virtuosa continental. No voy a marcar por orden de importancia sino simplemente
por orden lógico.
Una primera debilidad, una primera
falencia, que hemos tenido o podemos tener son las contradicciones al interior
de la economía. Es como si le hubiésemos dado poca importancia al tema
económico al interior de los procesos revolucionarios. Y ese es un peligro
porque no se olviden que Lenin decía: la política es economía concentrada.
Claro, en oposición, cuando uno es opositor no gestiona nada. Lanza un proyecto
de país, irradia una propuesta económica, pero no gestiona. Su convocatoria
hacia el pueblo es en función de propuestas, iniciativas, sugerencias, pero no
todavía en función de gestión. Entonces, cuando uno es opositor importa más la
política, la organización, las ideas, la movilización, acompañada de propuestas
de economía más o menos atractivas, creíbles, articuladoras. Pero cuando uno es
gestión de gobierno, cuando uno se vuelve Estado, la economía es decisiva. Y no
siempre los gobiernos progresistas y los líderes revolucionarios han asumido la
importancia decisiva de la economía cuando se está en gestión de gobierno. La
base económica de cualquier proceso revolucionario es la economía. Cuidar la
economía, ampliar los procesos de redistribución, ampliar el crecimiento, eran
también las preocupaciones de Lenin allá en 1919, 20, 21, 22, cuando pasado el
comunismo de guerra tiene que afrontar la realidad de su país destrozado. Ha
resistido la invasión de siete países, ha derrotado a la derecha, pero hay
siete millones de personas que han muerto de hambre. ¿Qué hace un
revolucionario, qué hace Lenin? La economía. Todos los textos de Lenin después
del comunismo de guerra es la búsqueda de un lado y del otro de cómo
restablecer la confianza de los sectores populares, obreros y campesinos, a
partir de la gestión económica, del desarrollo de la producción, de la
distribución e la riqueza, del despliegue de iniciativas autónomas de
campesinos, de obreros, de pequeños empresarios, incluso de empresarios, para
garantizar una base económica que de estabilidad, que de bienestar a su
población, habida cuenta que no se puede construir socialismo ni comunismo
desde un solo país, habida cuenta que hay mercado mundial que regula las
relaciones, que el mercado y la moneda no desaparecen por decreto, habida
cuenta que la moneda y el mercado no desaparecen estatizando los medios de
producción, habida cuenta que la economía social y comunitaria solamente podrán
surgir en un contexto de avance mundial y continental como es el mercado, como
es la moneda, y mientras tanto le toca a cada país resistir, crear condiciones
básicas de sobrevivencia, crear condiciones básicas de bienestar para su
población, pero eso sí, manteniendo el poder político en manos de los
trabajadores. Se puede hacer cualquier concesión, se puede dialogar con quien
sea que permita ayudar al crecimiento económico, pero siempre garantizando el
poder político en manos de los trabajadores y los revolucionarios.
La economía es decisiva. En la economía
nos jugamos nuestro destino como gobiernos progresistas y revolucionarios. Si
no hay los satisfactores básicos, no cuenta el discurso. El discurso habrá de
ser eficaz, puede crear expectativas positivas colectivas, sobre una base
material de satisfacción mínima de condiciones necesarias. Si no están esas
condiciones necesarias, cualquier discurso, por muy seductor, por muy
esperanzador que sea, se diluye ante la base económica.
Una segunda debilidad en el tema
económico. Algunos de los gobiernos progresistas y revolucionarios han adoptado
medidas que han afectado al bloque revolucionario, potenciando al bloque
conservador. Ciertamente que un gobierno debe gobernar para todos, es la clave
del Estado. El Estado es el monopolio de lo universal, ahí radica su fuerza y
su poderío, representar lo universal, sabiendo que lo universal es lo
particular irradiado y articulante en el resto de los sectores. Pero gobernar
para todos no significa entregar los recursos o tomar decisiones que por
satisfacer a todos debiliten tu base social que te dio vida, que te da sustento
y que te son al fin y al cabo los únicos que saldrán a las calles cuando las
cosas se ponen difíciles. ¿Cómo moverse en esa dualidad: gobernar para todos,
teniendo en cuenta a todos, pero en primer lugar, por siempre, como dice la
Iglesia Católica de base, tomando una opción preferencial, prioritaria por los
trabajadores, por los pobladores, por los campesinos? No puede haber ningún
tipo de política económica que deje de lado a lo popular. Cuando se hace eso,
creyendo que se va a ganar el apoyo de la derecha, o que va a neutralizarla,
cometió un error, porque la derecha nunca es leal. A los sectores empresariales
los podemos neutralizar, pero nunca van a estar de nuestro lado. Y vamos a
neutralizarlos siempre y cuando vean que lo popular es fuerte y movilizado. En
cuanto vean que lo popular es débil, o cuando vean que hay debilidad, los
sectores empresariales no van a dudar un solo instante para levantar la mano y
clavar un puñal a los gobiernos progresistas y revolucionarios.
Hay quienes dicen desde el lado de una
supuesta izquierda, más izquierda, que el problema fue que los gobiernos
progresistas no tomaron medidas más duras de socialización y de levantar el
comunismo y de acabar con el mercado y disolverlo, como si el problema fuera un
tema de voluntad o de decreto. Se puede sacar un decreto que diga que no hay
mercado, sin embargo, el mercado va a seguir. Podemos sacar un decreto que diga
acabar con las compañías extranjeras, sin embargo, las herramientas para los
celulares y para las máquinas, van a requerir el conocimiento universal y
planterio que los envuelve a todos. Un país no puede volverse autárquico.
Ninguna revolución ha aguantado ni va a sobrevivir en la autarquía ni en el
aislamiento. O la revolución es mundial y continental o es caricatura de
revolución.
Y en lo económico, evidentemente, los
gobiernos progresistas y revolucionarios significaron un empoderamiento de
trabajadores, de campesinos, de obreros, mujeres, jóvenes, con mayor o menor
radicalidad según el país que se tome en cuenta. Pero un poder político no va a
ser duradero si no viene acompañado de un poder económico de sectores
populares. ¿Qué significa eso? En cada país habrá que resolverlo. Pero poder
político tiene que ir acompañado de poder económico, porque si no se va a
seguir presentando la dualidad. Poder político en manos de los trabajadores,
poder económico en manos de los empresarios o el Estado. Pero el Estado no
puede sustituir a los trabajadores. Podrá colaborar, podrá mejorar, pero tarde
o temprano tiene que ir disolviendo poder económico en los sectores
subalternos. Creación de capacidad económica, creación de capacidad asociativa
productiva de los sectores subalternos, esa es la clave que va a decidir a
futuro la posibilidad de pasar de un post-neoliberalismo a un post-capitalismo.
El segundo problema que estamos
enfrentando los gobiernos progresistas es la redistribución de riqueza sin
politización social. ¿Qué significa esto? La mayor parte de nuestras medidas
han favorecido a las clases subalternas. En el caso de Bolivia el 20% de los
bolivianos ha pasado a las clases medias en menos de diez años. Hay una
ampliación del sector medio, de la capacidad de consumo de los trabajadores,
hay una ampliación de derechos, necesarios, sino, no seríamos un gobierno
progresista y revolucionario. Pero, si esta ampliación de capacidad de consumo,
si esta ampliación de la capacidad de justicia social no viene acompañada con
politización social, no estamos ganando el sentido común. Habremos creado una
nueva clase media, con capacidad de consumo, con capacidad de satisfacción,
pero portadora del viejo sentido común conservador.
¿Cómo acompañar a la redistribución de
la riqueza, a la ampliación de la capacidad de consumo, a la ampliación de la
satisfacción material de los trabajadores, con un nuevo sentido común? ¿Y qué
es el sentido común? Los preceptos íntimos, morales y lógicos con que la gente
organiza su vida. ¿Cómo organizamos lo bueno y lo malo en lo más íntimo, lo
deseable de lo indeseable, lo positivo de lo negativo? No se trata de un tema
de discurso, se trata de un tema de nuestros fundamentos íntimos, en cómo nos
ubicamos en el mundo. En este sentido, lo cultural, lo ideológico, lo
espiritual, se vuelve decisivo. No hay revolución verdadera, ni hay consolidación
de un proceso revolucionario, si no hay una profunda revolución cultural.
Porque es muy cierto que podemos
levantarnos y unirnos, como decía el compañero, cuando explicaba lo de la
democracia espasmódica, que me encantó esa frase, está bien, en un momento de
espasmo y arrebato nos unimos, deliberamos y tomamos decisiones, pero luego uno
regresa a la casa, regresa al trabajo, a la actividad cotidiana, a la escuela,
a la universidad, y vuelve a reproducir los viejos esquemas morales y los
viejos esquemas lógicos de cómo organizar el mundo. Y qué hemos hechos. Claro,
mi participación en la asamblea fue un espasmo, pero no fue profundidad que
democratizó mi ser interno. ¿Cómo llevar la democratización de la asamblea,
como espacio, como experiencia colectiva, a unademocratización del alma, al
espíritu de cada persona, en su universidad, en su barrio, en su sindicato,
gremio, barrio? Ese es el gran reto. Es decir, no hay revolución posible si no
viene acompañada de una profunda revolución cultural. Y ahí estamos atrasados.
Ahí la derecha ha tomado la iniciativa. A través de medios de comunicación, de
control de universidades, de fundaciones, de editoriales, de redes sociales, de
publicaciones, a través del conjunto de formas de constitución de sentido común
contemporáneas. ¿Cómo retomar la iniciativa? Esta angustia la comentábamos con
el Presidente Evo, cuando leíamos que muchos de nuestros hermanos que son
dirigentes sindicales, o que son líderes estudiantiles, como una especie de
ascenso social ven cuando llegan al Parlamento, o se convierten en dirigentes,
es la culminación de una carrera social. Tienen derecho, después de haber sido
siglos marginados de poder político, imaginarse que pueden ser dirigentes es un
hecho de justicia. Pero muchas veces, es más importante ser un dirigente de
barrio, ser un dirigente de universidad, ser un comentarista de radio, ser un
dirigente de base, que ser autoridad. Porque es en el trabajo cotidiano con la
base donde uno gesta la construcción de sentido común. Y cuando vemos camadas
enteras, cuando vemos a nuestros hermanos saliendo del barrio, de la comunidad,
del sindicato, para buscar con derecho legítimo ser autoridad, luego queda un
vacío y ese vacío lo llena la derecha. Y luego tendremos entonces, un buen
ministro o un buen parlamentario, pero tendremos un mal sindicalista, un mal
dirigente universitario, en general predispuestos a someterse a la derecha.
Vuelvo a decir, cuando uno está en gestión de gobierno es tan importante un
buen ministro o parlamentario como un buen dirigente revolucionario sindical,
barrial, estudiantil, porque ahí también se hace la batalla por el sentido
común.
Una tercera debilidad que estamos
presentando los gobiernos progresistas y revolucionarios es una débil reforma
moral.La corrupción es clarísimo que es un cáncer que corroe la sociedad, no
ahora, sino hace 15, 20, 100 años. Los neoliberales son ejemplo de una
corrupción institucionalizada, cuando amarraron la cosa pública y la
convirtieron en privada. Cuando amasaron fortunas privadas robando fortunas
colectivas a los pueblos de América Latina. Las privatizaciones han sido el
ejemplo más escandaloso, más inmoral, más indecente, más obsceno, de corrupción
generalizada. Y eso hemos combatido. Pero no basta. No ha sido suficiente. Es
importante que, así como damos ejemplo de restituir la res publica, los
recursos públicos, los bienes púbicos, como bienes de todos, en lo personal, en
lo individual, cada compañero, Presidente, Vice-Presidente, Ministros,
Directores, parlamentarios, gerentes, en nuestro comportamiento diario, en
nuestra forma de ser, nunca abandonemos la humildad, la sencillez, la
austeridad y la transparencia.
Hay una campaña de moralismo insuflado
últimamente en los medios. En el caso de Bolivia decimos: ¿Qué ministro, qué
viceministro, qué Diputado del pueblo, tiene una compañía en Panamá Papers?
Ninguno. Pero en cambio podemos enumerar Diputados, Senadores, candidatos,
Ministros, de la derecha que en fila inscribieron sus empresas en Panamá para
evadir impuestos. Ellos son los corruptos, ellos son los sinvergüenzas y nos
acusan a nosotros de corruptos, sinvergüenzas, que no tienen ninguna moral.
Pero, hay que seguir insistiendo en la campacidad de mostrar con el cuerpo, con
el comportamiento y con la vida cotidiana lo que uno procura. No podemos
separar lo que pensamos de lo que hacemos, lo que somos de lo que decimos.
Un cuarto elemento, que yo no diría de
debilidad, es un cuarto elemento que se presenta en la experiencia
latinoamericana, y que no la vivieron ni Rusia, ni Cuba, ni China, el tema de
la continuidad del liderazgo en regímenes democráticos. Cuando triunfa una
revolución armada, la cosa es fácil, porque la revolución armada logra
finiquitar, casi físicamente a los sectores conservadores. Pero en las
revoluciones democráticas, tienes que convivir con el adversario. Lo has
derrotado, lo has vencido, discursivamente, electoralmente, políticamente,
moralmente, pero ahí sigue tu adversario. Es parte de la democracia. Y las
Constituciones tienen límites, 5, 10, 15 años, para la elección de una
autoridad. ¿Cómo se da continuidad al proceso revolucionario cuando tiene esos
límites? Es un tema del que no se ocuparon otros revolucionarios, porque lo
resolvieron al principio el problema. Nosotros no. Forma parte de nuestra
experiencia revolucionaria. ¿Cómo se resuelve el tema de la continuidad del
liderazgo? Van a decir: lo que pasa que los populistas, los socialistas, son
caudillistas. Pero, qué revolución verdadera no personifica el espíritu de la
época. Si todo dependiera de instituciones, eso no es revolución. Ninguna
revolución late en las instituciones. No hay revolución verdadera sin líderes
ni caudillos. Es la subjetividad de las personas que se pone en juego. Cuando
ya son las instituciones que regulan la vida de un país, estamos ante
democracias fósiles. Cuando es la subjetividad de las personas las que define
los destinos de un país, estamos ante procesos verdaderos de revolución. Pero
el tema es cómo damos continuidad al proceso teniendo en cuenta que hay límites
constitucionales para un líder. Hay límites constitucionales para una persona.
Ese es un gran debate, no fácil resolverlo. No tengo yo la respuesta. Hay
varios países en los que se está atravesando ese proceso: Bolivia, Ecuador. Tal
vez la importancia ahí de liderazgos colectivos, de trabajar liderazgos
colectivos, que permitan que la continuidad de los procesos, tengan mayores
posibilidades en el ámbito democrático. Pero incluso a veces ni eso es
suficiente. Esta es una de las preocupaciones que corresponde ser resueltas en
el debate político. ¿Cómo damos continuidad subjetiva de los liderazgos revolucionarios
para que los procesos no se trunquen, no se limiten, y puedan tener una
continuidad en perspectiva histórica?
Por último, una quinta debilidad que
quiero mencionar de manera autocrítica pero propositiva, es la débil
integración económica y continental. Hemos avanzado muy bien en integración
política. Y los bolivianos somos los primeros en agradecer la solidaridad de
esta Argentina, de Brasil, de Ecuador, de Venezuela, de Cuba, cuando hemos
tenido que enfrentar problemas políticos. Y gracias a ellos estamos donde
estamos. El Presidente Evo está donde está gracias a la solidaridad política de
Presidentes y de los pueblos latinoamericanos. Pero integración económica. Esto
es mucho más difícil. Porque cada gobierno está viendo su espacio geográfico,
su economía, su mercado, y cuando tenemos que leer los otros mercados, ahí
surgen limitaciones. No es una cosa fácil la integración económica. Uno habla,
pero cuando tienes que ver la balanza de pagos, inversiones, tecnología, las
cosas se ralentizan. Este es el gran tema. Soy un convencido que América Latina
solo va a poder convertirse en dueña de su destino en el siglo XIX, si logra
constituirse en una especie de Estado continental, plurinacional, que respete
las estructuras nacionales de los Estados, pero que la vez con ese respeto de
las estructurales locales y nacionales, tenga un segundo piso de instituciones
continentales en lo financiero, en lo económico, en lo cultural, en lo político
y en lo comercial. ¿Se imaginan si somos 450 millones de personas? Las mayores
reservas de minerales, de litio, de agua, de gas, de petróleo, de agricultura.
Nosotros podemos direccionar los procesos de mundialización de la economía
continental. Solos, somos presas de la angurria y el abuso de empresas y países
del Norte. Unidos, América Latina, vamos a poder pisar fuerte en el siglo XXI y
marcar nuestro destino.
La derecha quiere retomar la
iniciativa. Y en algunos lugares lo han logrado, aprovechando alguna de estas
debilidades. ¿qué va a pasar, en qué momento estamos, qué viene a futuro? No
debemos asustarnos. Ni debemos ser pesimistas ante el futuro, ante estas
batallas que se vienen. Marx, en 1848, cuando analizaba los procesos
revolucionarios, siempre hablaba de la revolución como un proceso por oleadas.
Nunca imaginó como un proceso ascendente, continuo, de revolución. Decía, la
revolución se mueve por oleadas. Una oleada, otra oleada, y la segunda oleada
avanza más allá de la primera, y la tercera más allá de la segunda. Me atrevo a
pensar, profesor Emir, que estamos ante el fin de la primera oleada. Y está
viniendo un repliegue. Serán semanas, serán meses, serán años, pero está claro
que como se trata de un proceso, habrá una segunda oleada, y lo que tenemos que
hacer es prepararnos, debatiendo qué cosas hicimos mal en la primera oleada, en
qué fallamos, dónde cometimos errores, qué nos faltó hacer, para que cuando se
de la segunda oleada, más pronto que tarde, los procesos revolucionarios
continentales puedan llegar mucho más allá, mucho más arriba, que lo que lo
hicieron en la primera oleada.
Y esta segunda oleada podrá ir más
arriba porque tendrá unos soportes, un punto de partida que no lo vamos a
ceder. Tendrá a una Bolivia, a una Cuba, a una Venezuela, tendrá a un Ecuador,
firmes.
Tocan tiempos difíciles, pero para un
revolucionario los tiempos difíciles es su aire. De eso vivimos, de los tiempos
difíciles, de eso nos alimentamos, de los tiempos difíciles. ¿Acaso no venimos
de abajo, acaso no somos los perseguidos, los torturados, los marginados, de
los tiempos neoliberales? La década de oro del continente no ha sido gratis. Ha
sido la lucha de ustedes, desde abajo, desde los sindicatos, desde la
universidad, de los barrios, la que ha dado lugar al ciclo revolucionario. No
ha caído del cielo esta primera oleada. Traemos en el cuerpo las huellas y las
heridas de luchas de los años 80 y 90. Y si hoy provisionalmente,
temporalmente, tenemos que volver a esas luchas de los 80, de los 90, de los
2000, bienvenido. Para eso es un revolucionario.
Luchar, vencer, caerse, levantarse,
luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro
destino.
Algo que cuenta en nuestro favor: el
tiempo histórico está de nuestro lado. Ellos, lo decía el profesor Emir Sader,
no tienen alternativa, no son portadores de un proyecto de superación de lo
nuestro. Ellos simplemente se anidan en los errores, en las envidias, de lo
pasado. Ellos son restauradores. Ya conocemos lo que hicieron con el
continente. Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, sabemos lo que hicieron ellos,
porque gobernaron en los años 80 y 90. Y nos convirtieron en países miserables,
dependientes, nos llevaron a situaciones de extrema pobreza, de vergüenza
colectiva. Ya conocemos lo que ellos quieren hacer. No representan el futuro.
Ellos son zombis, muertes vivientes electoralmente. Nosotros somos el futuro.
Somos la esperanza. Hemos hecho en diez años lo que ni en cien años se
atrevieron a hacer ni dictadores ni gobiernos, porque nosotros hemos recuperado
la Patria, la dignidad, la esperanza, la movilización y la sociedad civil.
Entonces ellos tienen eso en contra. Son el pasado. Ellos son el pasado. Ellos
son el retroceso. Nosotros estamos con el tiempo histórico. Pero hay que ser
ahí muy cuidadosos. Aprender lo que aprendimos en los 80 y 90, cuando todo
complotaba contra nosotros. Acumular fuerzas, saber acumular fuerzas. Saber que
cuando uno se lanza a una batalla y la pierde, nuestra fuerza va hacia el
enemigo y se potencia y nosotros nos debilitamos. Que cuando hay que dar una
batalla, saber calcularla bien, saber obtener legitimidad, saber explicar a la
gente, saber conquistar nuevamente la esperanza, el apoyo, la sensibilidad, y
el espíritu emotivo de las personas en cada nueva pelea que hagamos. Saber que
nuevamente tenemos que entrar a la batalla minúscula y gigantesca de ideas, en
los medios de comunicación grandes, en los periódicos, en los pequeños
panfletos, en la Universidad, en los colegios, en lo sindicatos. Que hay que
volver a reconstruir nuevo sentido común de la esperanza, de la mística. Ideas,
organización, movilización”.
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