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Ecuador: El
berrinche de la derecha y la máquina de post verdades
Irene León
ALAI AMLATINA, 13/04/2017.- Lentas
son las reacciones de las gentes ‘progre’ frente a las post
verdades pues hasta
que ellas se indignen al conocer la tergiversación o la mentira,
se pongan de
acuerdo, escojan el argumento y nombren la vocería adecuada para
posicionar la
verdad, ya las raudas maquinarias de falsificar verdades para
provocar
emociones en la opinión pública, pasaron a otra mentira.
Es
un círculo vicioso interminable, para desgastar desmintiendo,
mientras a través
de los medios de comunicación y las redes sociales se multiplica
al infinito el
deslumbramiento efímero que producen las mentiras constantemente
renovadas. Por su parte
la verdad es
desmantelada en público, cuestionada y minimizada, a tal punto
que hasta las
evidencias tangibles se relativizan, dependiendo de quien las
mire y desde que
ángulo lo haga.
Es
un golpe a la ética en la política que los movimientos
progresistas han
procurado generar a través de sendas búsquedas de horizontalidad
y
transparencia. Es
también un atentado a
las culturas diversas, no inmersas en la inmediatez de la
comunicación
consumista, que siguen creyendo en la validez de lo relacional y
en la palabra
dada, mientras los cálculos de la post verdad hace de estas una
presa fácil.
Decenas
de ‘post verdades’ configuran el escenario post electoral
ecuatoriano, donde la
derecha insiste en posicionar la versión de un fraude en la
segunda vuelta (2
de abril 2017) de unas elecciones presidenciales observadas con
lupa por propios
y ajenos, que concluyó con la victoria de la candidatura de la
Revolución
Ciudadana, el binomio Lenín Moreno – Jorge Glas.
La
pieza central de esta avalancha de ardides es un postulado que,
más allá de lo
electoral, apunta a deslegitimar las instituciones públicas y la
institucionalidad democrática, para suplantarlas por instancias
privadas y
reglas del juego producidas por y para los poderes fácticos.
Así,
en el reciente ballotage, la derecha ecuatoriana pretendió
colocar por encima
del Consejo Nacional Electoral un ‘sistema electoral’ propio,
que tenía que
anunciar su victoria como único resultado posible. De hecho, con un guion
previamente anunciado,
se produjo la puesta en escena de una victoria apócrifa del
banquero Guillermo
Lasso (CREO), conferida por un medio de comunicación privado,
sobre la base de
los datos de una encuestadora también privada.
Fue
una suerte de reality
show, en el que
se consumó en vivo la designación presidencial mediática y su
fugaz
celebración, interrumpida por el retorno a la realidad que
impuso el resultado
del conteo de votos verídicos y los resultados oficiales. En el mismo programa de
televisión, el
banquero desacreditó al Consejo Nacional Electoral e invitó al
segundo episodio
del reality, también
previamente anunciado:
la batalla en las calles para denunciar un supuesto fraude.
Desde
las calles, sin ningún impedimento institucional de por medio,
se puso en
escena una tarima permanente para canalizar diversas
aproximaciones de lucha
contra la “dictadura” de la Revolución Ciudadana y por la
“recuperación de la
democracia”, allí se
evidenció inclusive
que el plan era desalojar al presidente
Rafael Correa y no sólo impedir la asunción de Lenín
Moreno a la
presidencia, para lo cual hasta se insistió en llamados a las
Fuerzas Armadas a
vulnerar la institucionalidad democrática.
Con
los medios y las redes sociales como co protagonistas, las post
verdades
pasaron a convertirse en referente, lo falso se mostró como más
sugerente que
la verdad. En la escena
siguiente, se
enarboló la figura del ‘resistente heroico’, en lucha callejera
para “defender
el voto e impedir el fraude” y, más aún, para echar a los
“fraudulentos
corruptos de Alianza País”, o quizá mejor encarcelarlos a todos
antes de que
escapen. El odio capturó
mentes y
corazones de un grupo pequeño pero proyectado mediáticamente,
sin proporción
alguna, como representativo de la mitad del país.
Nunca
llegó la derecha a documentar debidamente las presuntas
irregularidades para
sustentar el fraude, de modo que la impugnación a los resultados
planteada
ulteriormente, también se presentó como un episodio adicional
del show
mediático.
En
esa misma línea, los llamados a la violencia de Guillermo Lasso
y su binomio,
son invariablemente seguidos de un post que invita cordialmente
a lo contrario,
con una imagen siempre cuidadosamente trabajada. Es el reino del simulacro,
pues el mismo
Lasso que en una bravuconada machista llama agresivamente a la
movilización
hablando de ‘huevos’
metafóricos y reales, aparece en otra escena como una sosegada
víctima. La ambivalencia
es usada para lanzar mensajes
autoritarios, con juegos de imagen y apariencias que tienen que
convencer. Así, casi
todo el mundo sabe que la versión
de fraude es ficticia, pero es parte del juego aferrarse a
cualquier argumento
fraguado para conservar esa parodia. Es
fraude y punto, afirma alguien que convoca en las redes
sociales.
Bajo
esas modalidades, mientras más se comunica más los contenidos se
banalizan, los
conceptos y los símbolos se vuelven lugares comunes, la
democracia y las
libertades son evocadas para exigir a la autoridad electoral que
exhiba unos
resultados similares a los que fueron mostrados en el reality show que patrocinó el banquero. Pero como eso no sucede,
arden las redes
sociales y a través de ellas se estimula la adhesión grupal, que
es una de
amistades virtuales, invitadas a sumarse a algo y sublevarse por
algo. Son revueltas de
red social, que en campaña
política se convierten en un vertedero para arrojar los insanos
sentimientos despertados
por las post verdades, como también para botar simples mentiras,
odios y otras
inmundicias.
Con
las emociones removidas por las post verdades, la adhesión a los
llamados a la
violencia se potencian, la
adhesión
digital se amplifica y hasta se pretende suplantar, por esa vía,
a las causas
de verdad, con gente de verdad, con movimientos y procesos
organizativos de
verdad. A fuerza de
tweets y otros
mensajes, las afirmaciones de red se convierten en verdades y
cualquier trending topic
se posiciona como más
relevante que un hecho genuino.
Es
con ese `acumulado´ virtual y con gente pagada para movilizarse,
como se
evidenció en Quito en el campamento armado por la oposición
frente al Consejo
Nacional Electoral, que la derecha construye el simulacro del
país movilizado
para denunciar el ‘fraude’ y respaldar al banquero.
Paradójicamente,
al amparo del respeto al derecho a la resistencia y a la
libertad de expresión,
afianzados por la Revolución Ciudadana, la violencia crece y se
multiplica, las
demandas de la oposición incluyen llamados a incendiar Quito, a
arrastrar al
presidente Correa, a emplazar a las Fuerzas Armadas a tomar el
poder, entre
otros. El ex candidato a
la
vicepresidencia, Andrés Páez (CREO), que en 2015 lideró unas
movilizaciones de camisas
negras para desestabilizar al gobierno de Rafael Correa, no cesa
de repetir que
se trata de erradicar al `correismo´ y que para lograrlo esta es
una ocasión
irrepetible.
Para
sustentar esto último, aparecen a diario los más
sensacionalistas inventos, que
se suman a las decenas de “post verdades” que se fraguaron en
campaña, entre
ellas: que se habían vendido la provincia de Galápagos y la
región amazónica a
China, o que mercenarios caribeños atacaron a Lasso. Pero, sin
duda, una de las
post verdades más influyentes apareció en el marco de las
eliminatorias del
mundial de fútbol, con la exhibición de un cheque que se
presentó como la
evidencia de una supuesta compra de entradas por parte de “una
entidad del
gobierno” que nunca llegó a ser nombrada.
La mentira fue posicionada en la campaña electoral como
una evidencia de
la corrupción de la Revolución Ciudadana e incluso fue usada
como prueba de un
“complot” para agredir al candidato de la derecha, que el sí
había organizado
una presencia proselitista en ese escenario deportivo. El revuelo mediático hizo
lo suyo al punto
que, cuando la Federación Ecuatoriana de Fútbol explicó que el
mencionado
cheque nada tenía que ver con esos hechos, ya casi nadie le hizo
caso. Es más, la falacia
sigue repitiéndose en los
medios, obviando toda información sobre la verdad.
Pero
si los ejemplos anteriores pueden ser catalogados como simples
rumores y
mentiras, también hay post verdades más ideológicas, que se
construyen desde
alguna fracción de la verdad, es un ejemplo aquella que
posiciona que el
presidente Rafael Correa deja un país dividido, mientras todo
registro
histórico reconoce que la República nació dividida y hasta
escindida por los
rezagos del colonialismo, por el racismo y ulteriormente por las
fuerzas del
capital que potenciaron el clasismo y la exclusión. Claro está, cualquier
índice confiable
mostraría que las polarizaciones han disminuido en estos diez
años, así: la
disminución de la pobreza de 36.7% a 23.3%, mientras la pobreza
extrema
disminuyó en más de 8 puntos en el mismo periodo.
Una
‘post verdad’ post electoral muy popular en los medios,
posiciona como
imperceptible y por lo tanto se insinúa como reversible, la
diferencia de 2.3%
de votos que otorga la victoria presidencial a Lenín Moreno,
obviando que el
registro histórico muestra que los ballotages casi siempre
concluyeron con
mínimas diferencias. La
excepción de
esta constante fue Rafael Correa, que se alzó con victorias en
primera vuelta y
con históricos márgenes de diferencia.
En
fin, si bien la falacia como elemento consustancial de las
estrategias de la
derecha para bregar por el poder no es nueva, si lo son los
alcances y la
legitimación política que se quiere lograr con el
posicionamiento estratégico
de la impostura, el show mediático y la adhesión en redes.
Del
lado de la izquierda y el progresismo, con la ética como línea
básica para la
construcción de una nueva cultura política, se abren todos los
espacios para
que brille la verdad, se exhiben datos y cifras, se muestra que
cientos de
observadores nacionales, internacionales y hasta la OEA,
invitada por pedido de
la derecha, certificaron y hasta felicitaron al sistema
electoral ecuatoriano. Se
presenta como un número importante de
gobiernos e instituciones internacionales reconocen y felicitan
la victoria
presidencial de Lenin Moreno, pero la derecha y sus dinámicas de
post verdad
reiteran: hubo fraude y punto.
Desde
otro ángulo de mirada: ¿se podrá llamar lucha por la democracia
a la pretensión
de suplantar la institucionalidad pública y democrática por una
privada, pagada
por un candidato?, ¿se podrán registrar como derecho a la
resistencia las
amenazas de muerte al presidente del Consejo Nacional Electoral
o los llamados
a incendiar Quito, en lugar de documentar lo que se denuncia sin
pruebas?…
Mientras
se desmienten las mentiras y se llega a la evidencia de que no
se trata de
protesta ni de derecho a la resistencia, sino de una estrategia
sostenida para
deslegitimar la institucionalidad democrática del país impulsada
por la
Revolución Ciudadana, el presidente Moreno iniciará su mandato
con conatos de
violencia, como no se
habían visto en
Ecuador desde hace una década, pues la apuesta de la derecha
consiste, además,
en impedir que Correa regrese, a tal punto que sus
calentamientos de calle, a
más de buscar el poder a toda costa, siguen apuntando a destruir
la imagen del
presidente en funciones, pues temen que en cuatro años vuelva a
ganar en
primera vuelta, con distancias inapelables y que la revolución
se afiance como
proyecto histórico.
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