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El
totalitarismo corporativo y la
novedad de la guerra
Homar Garcés
ALAI AMLATINA, 21/06/2017.- «En una
guerra siempre pierden los mismos» es una frase que se deja
oír en una escena
de la película española «Soldados de Salamina» y refleja lo
que ha sido una
constante en cada conflicto bélico que se produzca en
cualquier lugar de
nuestro planeta; es decir, pierden aquellos que tienen la
desgracia de no
contar con los recursos suficientes para no ser víctimas de la
violencia y de
la destrucción desatadas.
Lo que en
épocas pasadas se catalogó como métodos correctos de hacer la
guerra han sido
sustituidos por otros que, en estas mismas épocas, resultaran
condenables desde
todo punto de vista ético y moral, dado el exceso innecesario
de crueldad, de
destrucción y de muertes de personas de cualquier edad,
observado durante la
Segunda Guerra Mundial y, posteriormente, en la guerra de
Vietnam. En la
actualidad no sorprende a nadie que se cometan desmanes a
diario contra
poblaciones enteras indefensas, convertidas en blancos y
escenarios de
conflictos bélicos, generalmente azuzados por las potencias
occidentales, con
Estados Unidos al frente, como ocurre desde hace décadas en la
región del Medio
Oriente, sin visualizarse una solución definitiva.
Todo esto
representa una nueva metodología para la dominación. Aunque
suene inverosímil.
No se puede ignorar la utilización de nuevos y mejorados
engranajes de control
de la vida de poblaciones enteras; muchas veces sin que éstas
se den por
enteradas. La evolución de la política a una economía-política
(basada, sobre
todo, en los postulados de la economía neoliberal) impulsa,
puesto que le es
necesaria, la homogenización de los diversos grupos sociales,
al margen de sus
características étnicas, antropológicas, culturales y/o
religiosas; lo que
explicaría, en parte, las expresiones xenófobas y racistas que
han aflorado con
fuerza en Europa y Estados Unidos durante las dos últimas
décadas, legitimadas
por una guerra contra el terrorismo que, por cierto, solo sus
gobiernos están
autorizados a decretar y llevar a cabo. Es un proceso de
disciplinamiento que
recurre a todo tipo de recursos jurídico-legales, religiosos,
propagandísticos,
mediáticos, ideológicos y sicológicos que terminen por moldear
a cada individuo
a la medida de los requerimientos del nuevo poder corporativo
económico-político. Dicho por Michel Foucault, "la disciplina,
desde
luego, analiza, descompone a los individuos, los lugares, los
tiempos, los
gestos, las operaciones. Los descompone en elementos que son
suficientes para
percibirlos, por un lado, y modificarlo, por otro". Para esto
es esencial
inculcar entre las personas el afán compulsivo por obtener y
disfrutar bienes
materiales, aún por encima de su propia dignidad, lo cual las
empuja al egoísmo
y al abandono de cualquier expresión de humanidad y de
solidaridad respecto a
sus semejantes.
Lejos de
preservar y resaltar la particularidad de las personas (en un
amplio y deseable
sentido) lo que se pretende es que ellas sean y actúen como
masa, lográndose su
encauzamiento colectivo, de manera que respondan más dócil y
resignadamente a
los designios de aquellos que los gobiernan. El actual
predominio de los
dispositivos de seguridad contribuye con este propósito,
justificado por el
temor a convertirse eventualmente en víctimas de terroristas
que, como se ha
demostrado desde hace tiempo, son estimulados, respaldados,
entrenados,
financiados y armados por los gobiernos de Estados Unidos y
Europa occidental.
Todo en nombre de la libertad y la democracia.
El enorme
crecimiento demográfico experimentado en los últimos cien años
y las
migraciones masivas hacia Estados Unidos y países de Europa ha
hecho que
algunos políticos, economistas y asesores de seguridad se
planteen incrementar
los controles ejercidos mediante genocidios sistematizados.
Esto haría más
accesible la posibilidad anhelada de influir, dominar y
controlar a individuos
y grupos sociales en todas sus facetas. De este modo, los
sectores dominantes,
los usufructuarios de este poder económico-político
globalizador, se garantiza
a sí mismo la salvaguardia de su hegemonía y la estructura de
dominación que la
hace factible. Esto, como se puede concluir, conduciría al
mundo a un
totalitarismo corporativo, quizás no a la manera como lo
describe George Orwell
en su distopía “1984”, pero sí muy cercanamente, el cual le
impondría a la
humanidad una misma identidad o lógica.
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