Con
la emblemática escena de un jugador de ajedrez que en medio de una
partida oye los disparos de la revuelta contra la Libertadora en junio
de 1956, se inicia el largo periplo que haría de Rodolfo Walsh el autor
de la primera gran denuncia periodística contra la opresión y la
injusticia en la Argentina: Operación masacre. Acerca de la génesis de
este libro, de su angustiante búsqueda de un final con justicia, de la
conversión de un escritor correcto en uno genial y, finalmente, en un
intelectual clave de la relación entre literatura y política, trata El
negro corazón del crimen, la novela de Marcelo Figueras que se publica
por estos días, cuando se cumplen cuarenta años del asesinato y
desaparición de Walsh. En esta entrevista Figueras reflexiona acerca de
los paralelos entre la génesis de esta obra y Kamchatka y cuenta cómo
fue que decidió escribir la novela de iniciación de un joven llamado
Erre, todavía lejos del mito y la Historia pero ya en plena búsqueda de
su destino.
Alguien,
hace muchos años, pensó que la historia –con mayúscula o minúscula– era
el criminal perfecto: cruel, eficiente y anónimo. Hace muchos años,
alguien también pensaba, en términos más simples, que al final la
Historia siempre te pasa por arriba. Lo pensaba un compañero de trabajo
de Walsh, y el mismo Walsh lo creía acerca de su padre, un derrotado, un
llamado a silencio. Pero eso, esa derrota, suave o violenta, sucede “al
final”. ¿Al final de qué? De la vida, de una etapa de la vida, de la
condición humana. Por estos días, entreverar la historia y los finales
no es un tema menor de la Argentina, como tampoco ciertos manejos
circulares del tiempo y de las circunstancias que suceden como pura
contingencia, sin aparente intervención de un plan maestro. Algo (al
final) suena a repetido. Pero la repetición es una de las formas de la
vida. La persistencia, también. Los aniversarios suelen ser parte de
esos rituales que no siempre son estáticos ni congelados, ni formales ni
decorativos. A cuarenta años del asesinato y la desaparición de Rodolfo
Walsh (del 25 de marzo de 1977 en adelante), Marcelo Figueras publica
una novela sobre la génesis de Operación masacre, el libro que echó a
rodar a Walsh por un camino sin retorno, del ajedrez a la vorágine, y
también se preguntará muy puntualmente por el tema de los finales, de lo
que denomina “la búsqueda del final perfecto”.
Esta
fórmula podría tener ecos borgeanos (no del todo desubicados en esta
trama) pero no es ajena a la materia de El negro corazón del crimen; un
policial que va virando del inglés al norteamericano, del rojo al negro,
de lo deductivo a lo empírico, del detective al escritor. Una novela
que gira sobre un libro incesante, inacabado, sin final, pero quizás por
eso mismo, imperfectamente perfecto. Quizás, en algún momento, Walsh
descubrió que esa manera de tratar lo literario, como una urdimbre
entretejida con lo real, desbordándolo todo el tiempo, desbordándose a
sí misma como literatura, era la mejor manera de superar las nociones de
estilo, de evasión, de “novela burguesa” contra las que había luchado
toda la vida. Texto imperfecto como la vida, injusto e inacabado como la
Historia es, sin embargo, una de las formas de lo perfecto. Aquello que
no se obsesiona por imponerle un molde a la realidad sino que en un
último gesto, se deja llevar por el río de la Historia, tema de otro
texto que se perdió junto con Walsh.
Muchas de estas consideraciones lo ocuparían a Figueras antes de
ponerse a escribir El negro corazón del crimen, libro curioso por donde
se lo mire a pesar de cierta apertura clásica, de cierta apariencia de
artefacto narrativo sobre-personaje-real. ¿Qué es lo que lo vuelve más
imprevisible de lo que aparenta? Es, quizás, lo que el autor describe
como sus capas debajo de “una piel de policial”. “Un arranque de
policial inglés tradicional que desemboca en el negro típico
norteamericano: ¿Cómo se prueba que el poderoso es el culpable? Hasta
desembocar en algo típico del policial a lo argentino, donde se puede
llegar a la verdad pero nunca obtener justicia. Lo máximo que se puede
hacer es difundir esa verdad antes de que el sistema te aplaste”,
explica Figueras. “Por debajo hay una historia de amor, la de Rodolfo
Walsh con Enriqueta Muñiz, una joven española traductora y periodista
que lo asistió en la investigación de los fusilamientos de José León
Suárez. Hay muy pocos elementos que se saben, aunque en sus últimos años
Enriqueta aceptó que el romance fue real. Ella parece un personaje
inventado ad hoc para esta trama, pero no lo es. Pero la ausencia de
información sobre el affaire me permitió imaginar a Enriqueta libremente
y convertirla en personaje fundamental. Y por último, la dimensión del
escritor, contar cómo un escritor competente y timorato se convierte en
un escritor genial. Ahí el mapa estaba trazado en la escritura del
propio Walsh. Si leés en una serie Variaciones en rojo, los artículos de
una revista como Leoplan, entre ellos el panegírico del aviador
Estívariz, amigo de su hermano militar, que muere en los bombardeos a la
Plaza en el 55, un personaje ensalzado con palabras rimbombantes, ves
cómo se convierte en otra cosa al enfrentarse con una historia del otro,
de otros. Empieza desesperado a buscar un estilo. El personaje
finalmente se va construyendo solo a partir del mapa que Walsh dejó
trazado con textos que buscan su propia voz”.
La ilustración de la tapa de Radar fue tomada de la primera edición de Operación masacre de Ediciones Sigla, 1957Nos
animamos a agregar una capa o nivel más de la novela, sobre todo en su
tercera parte: una suerte de “ensayo argentino” en trance narrativo, una
reflexión dinámica sobre el lugar de Operación masacre y por lo tanto
del Walsh emergente de esa experiencia totalizante que empezó en la
literatura y lo sumergió en la política, pasando por el testimonio, el
periodismo de investigación, la crónica.
Estamos sin dudas frente a la historia de Operación masacre, sus
sucesivas versiones, con agregados y mermas, que van de 1957 hasta la
muerte de Walsh, si uno considera que su Carta abierta de un escritor a
la Junta militar es insoslayable capítulo de la serie que arrancó con
los fusilamientos del 56 y, poco antes, el golpe del 55. Pero,
inescindible, es la historia de Rodolfo Walsh. De su construcción como
escritor, intelectual y militante. Así que el primer punto, es indagar
sobre el origen del proyecto y si de alguna manera, la colocación de
Walsh en la cultura argentina (la política y la literaria) y la
inevitable entronización de un mito, de una leyenda épica a la altura de
grandes próceres de nuestra Historia (la asesina perfecta) no
condicionaban la, digamos, libertad de expresión.
La primera respuesta de Figueras remite a una novela-proyecto
anterior: Kamchatka. “¿Cómo hablar de los setenta en el 2000 habiendo
sido adolescente en ese entonces y para un público que estaba harto de
esa historia, y hacerlo guiado solamente por mi necesidad física,
orgánica, de hacerlo?”, dispara. “Lo de Walsh surgió un poco así desde
el principio. Digamos, trabajar lo folletinesco de la historia de un
autor que se ve convertido a la fuerza en detective. No llamarlo Rodolfo
Walsh en la novela hasta casi el final sino Erre era más que un recurso
literario, una manera de reflejar el proceso del personaje. Y tener
todo el tiempo presente la metáfora de Walsh, la que lo guía a él y
después es su destino: El fusilado que vive.” ¿Te planteaste cómo lidiar con el mito, el Totem del militante heroico y trágico? ¿Fue algo a abordar o reflexionar previamente?
–Walsh me fascinó siempre. ¿Cómo no iba a hacerlo, si lo tiene
todo? Pensaba bien, escribía mejor, tenía coraje, principios... Reunía
en un solo envase al intelectual y al hombre de acción. ¡Es el personaje
romántico perfecto! Pero nunca se me había cruzado la idea de
abordarlo. Se me antojaba difícil lidiar con una persona real que ya
había sido llevada al bronce, convertida en el epítome de las virtudes
revolucionarias. Por eso me contenté, durante años, con releerlo y
admirarlo a la distancia. Pero finalmente apareció el germen de la
novela, que me permitía abordar al Walsh que existió antes de ser
convertido en el Walsh del bronce. Un pibe de 29 años, casado y con dos
hijas, tirando a gorilón, admirador de Borges, cuyo sueño era
convertirse en periodista estrella de La Nación como tantos
intelectuales de la época. Hasta que la realidad más feroz irrumpe en su
vida e irrumpe literalmente, con los soldados que copan su casa de La
Plata durante el levantamiento de Valle y empieza a desbaratar sus
planes de escritor burgués. Oye a un pibe morir al otro lado de su pared
y decide salir del confort de su hogar, de sus aspiraciones
clasemedieras. Pero tampoco lo hace por principios: lo que lo deslumbra
son las posibilidades narrativas que ofrece el fusilado que vive, que es
el modo en que su amigo Quique Dillon describió a Livraga, uno de los
sobrevivientes de los fusilamientos del basural. Walsh mismo se encargó
de decir que su interés por la historia no tenía que ver con lo
político. A su alma de narrador le pareció sensacional, nomás. “Yo sólo
quería ganar el Pulitzer”, llegó a decir. ¿Qué pasó entonces, cómo se hizo Walsh?
–Lo que lo enaltece y lo que lo transforma metafísicamente, a fin
de cuentas, es el hecho de que Walsh, aun cuando entiende de inmediato
que la investigación lo perjudicará más de lo que lo va a beneficiar, se
mete igual. Le pone el cuerpo, algo que de ahí en más definirá en qué
clase de escritor se va a convertir: uno que no quiere permanecer dentro
de los confines de una biblioteca, por infinita que parezca, sino que
prefiere salir a la calle y exponerse a tocar y ser tocado, a ser
transformado por la experiencia, porque no concibe la posibilidad de ser
mejor escritor sin convertirse en una persona mejor; en él este
movimiento es dialéctico, una dinámica de retroalimentación. En este
sentido, al igual que Kamchatka, El negro corazón del crimen es una
novela de iniciación: un relato que describe cómo un personaje verde,
inmaduro, se define, encuentra su voz. A este Walsh a medio hacer, aún
inmaduro, sí que me le animaba. Pensé que hasta ahí podía darme el
cuero. Para el Walsh que ya es Walsh ¡no me da el piné!
TOMAR CONCIENCIA
Cuando al comienzo se hablaba de ciertos hábitos circulares de la
Historia, y también de la dificultad de entramar, concebir y ejecutar un
final para lo que aparenta no tenerlo, también se hacía referencia al
clima de los días que signaron esta entrevista. Figueras acababa de
llegar de Olavarría donde asistió al concierto del Indio Solari cuyos
efectos son de público conocimiento aunque impredecibles en cómo
seguirán. Figueras (al que putearon bastante por las redes y le colgaron
el sayo de “el biógrafo oficial del Indio Solari”) en rigor está
escribiendo un libro sobre el Indio, una biografía que también andará
buscando su final como libro. Evitaremos paralelos impropios sobre
Walsh, los indios y las conquistas del desierto de ayer y de hoy. Sí
señalaremos que El negro corazón del crimen sale a la consideración del
público lector en días de intolerancia y de odio y desprecio por los
marginados de la sociedad, excesivamente parecidos a los de los días en
que transcurren tanto la novela como su espejo real, Operación masacre y
que, en definitiva, lo que subyace a uno y otro periodo, a uno y otro
momento histórico, son los dilemas de las personas que tanto padecen a
como discurren en la Historia: una toma de conciencia que logre
traspasar los blindajes mediáticos (un tema nada menor, si bien en su
medida, que debió afrontar el Walsh de Operación Masacre, cuya
investigación era rebotada en los grandes diarios serios y cómplices de
Aramburu) y lograr que las personas piensen por sí mismas (y sobre sí
mismas). Al respecto, Figueras habló muy escuetamente en algún medio
sobre los sucesos (el lunes su celular estaba inundado de llamadas de
productores de programas que lo buscaban para que siguiera tirando más
leña al fuego, cosa que no hizo) y confirma que para el libro sobre el
Indio falta bastante, que está en plena elaboración y que, obviamente,
continuará. La pregunta anterior sobre cómo lidiar con el mito Walsh
partía de observar en la lectura de todo el libro, pero quizás en
especial en la primera parte, que está muy trabajada la “toma de
conciencia” walshiana: en la novela es un proceso, largo íntimo, espeso.
–Es que esa toma de conciencia no es moco de pavo. No se trata de
alguien que tan sólo descubre que esta idea es mejor que la anterior.
Asumir ese cambio significaba poner en juego la vida entera: archivar
sus pretensiones de empleado fijo de La Nación o de cualquier otro medio
grande, olvidarse de ganar dinero y de consagrarse profesionalmente a
la manera tradicional, arriesgarse a represalias físicas por parte de
los militares, convertirse en un perseguido, en un clandestino. Que
Clandestino fuese su alias en 1977, cuando la Junta Militar lo
perseguía, habla de la conciencia de un destino. Del mismo modo en que
la frase que oye por primera vez de boca de Dillon está formulando ya
entonces, en diciembre de 1956, su encrucijada final: Hay un fusilado
que vive se refiere a un joven llamado Juan Carlos Livraga pero
eventualmente le quedará mejor a Walsh, cuando el 25 de marzo de 1977
abrace su destino y provoque el fusilamiento en plena calle con que lo
abatirá el grupo de tareas que quería secuestrarlo. Aquí Walsh supera
finalmente al maestro Borges, porque no sólo se escribe a sí mismo un
final inmejorable redactando Carta abierta de un escritor a la Junta
Militar, que es su testamento, y sale al encuentro de su destino como un
personaje borgiano, sino que además vive ese final. Le pone el cuerpo
por última vez. ¿Se vislumbra algo de esa toma de conciencia en su propia obra, en sus textos?
–Lo otro que me guió la mano con tanta precisión como delicadeza
fueron los textos con que Walsh mismo dejó testimonio de su evolución
personal, paralela a su desarrollo exponencial como escritor. El
narrador de los cuentos policiales de Variaciones en rojo era correcto,
eficiente, pero un Bustos Domecq menor. El narrador que asoma en los
primeros artículos sobre los fusilamientos es ya un narrador en crisis:
pasa de ser engolado a ser sensiblero y a pecar de didactismo. Es un
tipo embarcado en la búsqueda desesperada de una voz propia que
transcurre en tiempo real, un escritor que, como diría Lou Reed, está
growing up in public, crece torpemente a la vista de todo el mundo.
Cuando publica la versión por entregas de Operación masacre en la
revista Mayoría, ya ha hecho pie. Le pescó la vuelta. Pero a la vez
entiende que el trabajo no está terminado, por eso sigue puliendo el
libro eternamente. Cambia los acápites, reemplaza un prólogo por otro
hasta sentirse satisfecho con la tercera versión que es la única en
clave literaria, y resignifica todo el libro, quita y poda de modo
implacable hasta que el texto se vuelve esencial. Pero lo que más cambia
es el final. Le va agregando y quitando apéndices, siempre
insatisfecho. El final perfecto quedará impreso de manera póstuma,
cuando la edición de De La Flor le adose la Carta abierta. Es un poco esa búsqueda del final perfecto, que dijiste te obsesionaba.
–En un sentido muy claro, Walsh terminó de escribir Operación masacre
cuando ya estaba muerto. Por eso el fusilado que vive es él: porque lo
acribillaron, le partieron el pecho con metralla, pero no lograron
acabarlo. Con cada año que pasa, Walsh sigue escribiendo y pensando
mejor que nunca. Lean la Carta a la luz de nuestro presente y díganme si
estoy equivocado.
Nora Lezano
WALSH PERSONAJE: WALSH ESCRITOR
Walsh no tenía remilgos para abordar a un personaje real en sus
ficciones. Que podían no parecer ficciones pero lo eran. Ahí está, para
siempre, “Esa mujer” (¡y para colmo, con un gran personaje ausente!).
Walsh tenía un enorme sentido de lo narrativo, de lo que en definitiva,
debía ser un escritor. Y esa noción no la perdería por una toma de
conciencia ideológica o por una desconfianza hacia el matiz “burgués” de
la actividad del escritor de carrera. Como señala Figueras, en rigor,
la “toma de conciencia final” fue la del escritor. “Walsh no emprende la
escritura de Operación masacre donde procede por ensayo y error, hasta
que se deja arrasar por la humanidad de esas personas reales, víctimas
del terrorismo de Estado. Sólo se convierte en un escritor magistral,
sin importar ya si se trata de ficción o no, cuando asume que escribir
es fabricar empatía: dejarse interpelar por otros, probarse pieles
ajenas, asumir puntos de vista ajenos... y muy especialmente, los puntos
de vista de los desangelados de nuestra sociedad, aquellos cuyas pieles
nadie quiere probarse. Me impresionó el hecho de que Walsh, que había
tenido una relación tan conflictiva con la escritura de ficciones
estrictas hubiese tomado la decisión que tomó a la hora de redactar su
testamento. Porque bien podría haber titulado: Carta abierta de un
militante a la Junta Militar, o de un peronista, o de un periodista,
pero no. En la hora crucial, eligió definirse como un escritor y ya. Eso
es lo que parece haber cifrado la totalidad del valor que creía tener
en ese momento: la presunción que, de perdurar de algún modo, lo haría
como escritor”. Hay varios libros citados al final como fuentes y, sobre
todo, supongo, lecturas inspiradoras. Pero El negro corazón del crimen
es un libro que gira alrededor de otro libro. ¿Cómo decidiste que ibas a
releer Operación masacre, como testimonio, documento, novela de non
fiction? ¿Todo a la vez?
–La historia real es tan apasionante, que no quise vulnerarla ni
siquiera en pos de un efecto dramático. Por eso respeté paso a paso la
realidad que encontré durante la investigación. Apelé a la imaginación
tan sólo para llenar los huecos, aquello de lo que nada se sabe o no
puede ser probado. Mi sueño era que los dos libros pudiesen ser leídos
en paralelo o en sucesión infinita, en la medida en que uno cuenta lo
que el otro calla y el otro echa luz sobre aquello que el uno trata con
discreción. No quería contradecir nada de lo que se cuenta en Operación
masacre. Tratándose de un texto genial, me conformaba con escribir su
making of. Cuando entrevisté a Horacio Verbitsky, que fue su amigo, me
contó que Walsh tenía el proyecto de contar cómo se había desarrollado
esa investigación y que le pidió que lo hiciese él mismo. La tragedia
argentina torció los destinos de todos y Horacio no pudo escribir esa
historia, pero me impresionó que Walsh ya tuviese conciencia del valor
potencial de ese making of, de lo que podía revelar el relato de las
tribulaciones sufridas para llegar a la verdad. Yo no soy Horacio ni de
lejos, pero espero no haber arruinado del todo esa historia tan sublime. Pensaba en libros que me resuenan en la lectura del tuyo.
Pensaba en las novelas “históricas” de Tomás Eloy Martínez, La novela de
Perón y Santa Evita, hasta La lengua del malón de Guillermo Saccomanno.
Y entonces tengo que pensar que el hilo conductor de todas estas
narrativas es el peronismo. ¿Todos los caminos conducen al peronismo, el
río desemboca siempre ahí?
-El peronismo es la clave de todo en tanto expresa lo reprimido, en
términos psicológicos pero también político policiales. Es el fenómeno
que la Argentina no termina de metabolizar y por eso intenta arrancar de
cuajo a cada rato, fracasando estruendosamente, mientras la criatura
muta y se fortalece. Esa es la verdadera grieta en la que nuestra
evolución histórica tiende a encallar, a frenarse: el liberalismo, por
llamar de algún modo a los profesionales del expolio, detiene su marcha
posible tratando de rematarlo y el peronismo no muere nunca; sufre, sí,
pero a la vez se le caga de risa. Si dejaran de dispararle y le
permitiesen probar suerte como un partido político más o menos formal,
sin tratar de asfixiarlo o corromperlo a cada paso, todos respiraríamos
más aliviados. Pero los CEOs no quieren convivir con el peronismo, aun
cuando claramente pueden y lo han hecho cuando el peronismo estuvo en el
poder. En su ceguera, en su compulsión, insisten en genocidarlo con la
misma necedad con que engullen millones que no necesitan ni estarían en
condiciones de gastar, aunque viviesen mil años: no pueden evitarlo ni
frenarse, es más fuerte que ellos. Y sin embargo el peronismo se
multiplica y se le cuela por todas partes, entre ellas a través del
arte. Los artistas más legendarios de la Argentina son peronistas, o lo
han sido en algún momento o al menos brotaron de su humus: Discépolo,
Oesterheld, Favio, el Indio Solari. Son aquellos que no sienten complejo
alguno persiguiendo la excelencia de su arte, sin que esto signifique
cortar amarras con la sensibilidad popular. En cambio esta banda de
chetos... ¿Conocés algún gobierno de piel liberal que haya sido más
pobre que este en materia de producción cultural? Por ahora no.
–Crecimos bajo la loza asfixiante de una academia que preconizaba
que la literatura debía ser estilo y nada más. Lo justificaban con
argumentos de la crítica, que escondían una mezcla de conservadurismo
político y estético y una regia dosis de autocensura inoculada por el
cagazo a la dictadura. Por eso todos los escritores que se animaron a
contaminar su narrativa con la realidad y sus temas, aun cuando ello no
suponía hacer realismo, no han sido incorporados al andamiaje crítico;
no les hacen lugar, siguen siendo literalmente ex-céntricos. Yo
reconozco una afinidad con la literatura de Tomás Eloy y con la de
Guillermo, más allá de las diferencias de estilo. Pero mi referencia
principal ha sido siempre Walsh, desde que le eché el ojo por primera
vez. Porque él solito dinamita la falsa dicotomía con que nos llenaron
el buche durante décadas, oponiendo estilo a literatura de segunda. El
tipo labró un estilo que es tan sólido y depurado como el de Borges. Y
más próximo a mi paladar, mi experiencia y mis intereses, por cierto.
Pero no lo aplicó a hablar tan sólo de literatura o de devaneos
metafísicos sino de temas terrenales, aquellos que le parecían más
relevantes. Que no fueron sólo políticos e históricos: hablo también de
angustias existenciales y de las emociones más profundamente humanas.
Para no sentir empatía con los pibitos del ciclo de cuentos de
irlandeses, tenés que ser de piedra. Por eso creo que hasta los medios
conservadores prefieren recordarlo como militante antes que como
escritor, porque interpretan que como militante fue vencido pero como
escritor les sigue cagando el estofado que siempre amarrocaron para sí.
Walsh en la época de Operación masacre, mediados de los 50.
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