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La
crisis del capitalismo global y la marcha de Trump hacia la
guerra
William I. Robinson
ALAI AMLATINA, 01/06/2017.- La
discreta escalada de la intervención norteamericana en el Medio
Oriente en las últimas
semanas llega en un momento en que el régimen de Trump enfrenta
un creciente escándalo
sobre la presunta injerencia rusa en su campaña electoral de
2016, además de los
índices históricamente más bajos de aprobación para un
presidente entrante y una
resistencia cada vez mayor entre la población.
Los gobernantes estadounidenses a menudo han lanzado
aventuras militares
en el exterior para desviar la atención de las crisis políticas
y los problemas
de legitimidad en su ajuar.
Más
allá de la intervención en Siria, Iraq y Afganistán, Trump ha
propuesto un
incremento de $55 mil millones de dólares en el presupuesto del
Pentágono. Ha amenazado
con utilizar la fuerza militar
en varios polvorines alrededor del mundo, incluyendo a Siria,
Irán, el Sudeste
Asia, el flanco oriental de la OTAN con Rusia, y en la Península
de Corea. En la medida
que surjan centros competidores
de poder en el sistema internacional, cualquier aventura militar
podría
desembocar en una conflagración global con consecuencias
devastadoras para la
humanidad.
Los
periodistas y comentaristas políticos han centrado su atención
en el análisis
geopolítico en su esfuerzo por explicar las crecientes tensiones
internacionales. Por muy
importante que
sea este enfoque, hay profundas dinámicas estructurales en el
sistema del
capitalismo mundial que empujan los grupos gobernantes hacia la
guerra. La crisis del
capitalismo global se viene intensificando,
no obstante el optimismo de los economistas tradicionales y las
elites mareadas
por índices recientes de crecimiento y la repentina inflación de
los precios de
las acciones a raíz de la elección de Trump.
En particular, el sistema enfrenta una insoluble crisis
de
sobre-acumulación y legitimidad.
La
crisis actual, más que cíclica, es estructural, lo que quiere
decir que la
única solución es una reestructuración del sistema. La crisis estructural de
los años 1930 fue
resuelta mediante un nuevo tipo de capitalismo redistributivo, o
sea, la socialdemocracia,
el Keynesianismo, y el corporativismo.
El capital respondió a la crisis estructural de los años
1970
globalizándose. La
emergente clase
capitalista transnacional (CCT) emprendió una vasta
reestructuración neoliberal,
liberalización comercial e integración de la economía mundial.
La
globalización facilitó un boom
en la
economía global en la última década del siglo XX en la medida
que los ex-países
socialistas se integraron al mercado global y el capital
transnacional,
liberado del estado-nación, emprendió una enorme ronda de
despojos y de acumulación
a nivel mundial. La CCT
descargó los
excedentes anteriormente acumulados y reanudó la generación de
ganancias en el
emergente sistema globalizado de producción y finanzas mediante
la adquisición
de los bienes privatizados, la extensión de las inversiones en
la minería y la
agro-industria a raíz del despojo de centenares de miles de
personas del campo
en el antiguo Tercer Mundo, y una nueva ola de expansión
industrial asistida
por la revolución en la Tecnología de la Informática y la
Computación.
No
obstante, globalización capitalista ha dado lugar a una
polarización social
mundial sin precedentes. La
agencia de
desarrollo británico Oxfam informa que apenas el uno por ciento
de la humanidad
posee la mitad de la riqueza del mundo y el 20 por ciento
controla el 95 por
ciento de esa riqueza, mientras el restante 80 por ciento tiene
que conformarse
con apenas el 5 por ciento.
Dada
esta extrema polarización de los ingresos y la riqueza, el
mercado global no
puede absorber la producción de la economía global. El colapso financiero de
2008 marcó el
arranque de una nueva crisis estructural de la
sobre-acumulación, lo que se
refiere a que el capital acumulado no puede encontrar salidas
rentables para la
reinversión de ganancias. Los
datos para
2010 indican, por ejemplo, que las compañías estadounidenses
contaban en ese
año con $1.8 billones de dólares en efectivo no invertido. Las ganancias corporativas
han registrado
niveles casi record al mismo tiempo que la inversión corporativa
ha declinado.
En
la medida que se va acumulando este capital no invertido, crecen
enormes
presiones para encontrar salidas rentables para el excedente. Los grupos capitalistas, y
especialmente el capital
financiero transnacional, presionan a los estados a crear nuevas
oportunidades
para la inversión rentable. Los
estados
neoliberales han recurrido a cuatro mecanismos en años recientes
para ayudar a
la CCT a descargar el excedente y sostener la acumulación frente
al
estancamiento.
Uno
es el asalto y el saqueo a los presupuestos públicos. Las finanzas públicas han
sido reconfiguradas
mediante la austeridad, los rescates a las corporaciones, los
subsidios
estatales al capital, el endeudamiento estatal, y el mercado
global de bonos,
todo lo que resulta en la transferencia directa e indirecta por
parte de los
gobiernos de la riqueza, desde las clases laborales a la CCT.
Un
segundo mecanismo es la expansión del crédito a los consumidores
y los
gobiernos, sobre todo en los países ricos, para sostener el
consumo. En Estados
Unidos, por ejemplo, país que ha
sido “el mercado de última instancia” para la economía global,
el endeudamiento
de las familias de la clase obrera ha llegado a nivel record
para todo el
periodo post-Segunda Guerra Mundial. Los
hogares norteamericanos tenían una deuda total en 2016 de $13
billones de
dólares en préstamos estudiantiles y automovilísticos, en deudas
de las tarjetas
de crédito, y los hipotecarios.
Mientras
tanto, el mercado global de bonos –un indicador de la deuda
gubernamental
global– ya había para 2011 rebasado los $100 billones de
dólares.
Un
tercer mecanismo es la frenética especulación financiera. La economía global ha sido
un gigantesco
casino para el capital financiero transnacional, mientras crece
cada vez más la
brecha entre la economía productiva y el “capital ficticio”. El Producto Bruto Mundial,
o el valor total
de los bienes y servicios producidos a nivel mundial, alcanzó
los $75 billones
de dólares en 2015, mientras la especulación solamente en
monedas extranjeras
llegó a $5.3 billones al
día en ese
año y el mercado global de derivados se estimó en un alucinante
$1.2 trillones.
Estos
tres mecanismos pueden resolver el problema momentáneamente pero
a la larga
terminan agravando la crisis de la sobre-acumulación. La transferencia de la
riqueza desde los
trabajadores al capital constriñe aún más al mercado, mientras
el consumo financiado
por el cada vez mayor endeudamiento y la especulación aumenta la
brecha entre
la economía productiva y el “capital ficticio”.
El resultado es una cada vez mayor inestabilidad
subyacente de la
economía global. Muchos
ahora consideran
que otro colapso es casi inevitable.
Sin
embargo, hay otro mecanismo que sostiene la economía global: la
acumulación militarizada. He aquí una convergencia de
la necesidad que
tiene el sistema para el control social y la necesidad que tiene
para la
acumulación perpetua. Las
desigualdades
sin precedentes solo pueden ser sostenidas por los sistemas cada
vez más
expansivos y ubicuos de control social y represión. Pero muy por aparte de las
consideraciones
políticas, la CCT ha adquirido un interés creado en la guerra,
el conflicto, y
la represión como medio en sí de la acumulación, incluyendo la
aplicación de
amplias nuevas tecnologías y una mayor fusión de la acumulación
privada con la
militarización estatal.
Mientras
la guerra y la represión organizada por el Estado cada vez más
se privatiza,
los intereses de un amplio despliegue de grupos capitalistas
cambian el clima
político, social, e ideológico hacia la generación y el
sostenimiento de los
conflictos – tal como en el Medio Oriente – y en la expansión de
los sistemas
de guerra, de represión, de vigilancia y de control social. Las así llamadas guerras
contra las drogas,
contra el terrorismo, contra los inmigrantes; la construcción de
muros
fronterizos, de centros de detención de los inmigrantes y
cárceles; la
instalación de los sistemas de monitoreo y vigilancia en masa, y
la extensión
de las compañías privadas mercenarias y de seguridad – todo eso
se convierte en
principales fuentes para la acumulación y generación de
ganancias.
El
estado norteamericano se aprovechó de los ataques del 11 de
setiembre de 2001
para militarizar la economía global. El
gasto militar estadounidense se disparó, alcanzando billones de
dólares para
librar la “guerra contra el terrorismo” y las invasiones y
ocupaciones de Iraq
y Afganistán. La
“destrucción creativa”
de las guerras funge para echar leña a las brasas humeantes de
una economía
global estancada. El
presupuesto del
Pentágono subió en un 91 por ciento en términos reales entre
1998 y 2011, y aun
sin incluir las asignaciones especiales para Iraq, se incrementó
en un 50 por
ciento en términos reales en este periodo.
En la década de 2001 a 2011, las ganancias de la
industria militar casi
se cuadruplicaron. A
nivel mundial, el
gasto militar creció en un
50 por ciento desde 2006 a 2015, de $1.4 billones a $2.03
billones de dólares.
La
vanguardia de la acumulación en la economía real alrededor del
mundo cambió de
la Tecnología de la Informática y la Computación antes de que
reviente en
1999-2000 la burbuja de la bolsa de valores para este sector
(conocido como
“dot-com”), al nuevo “complejo
militar-seguridad-industrial-financiero” – este
mismo complejo a la vez integrado al conglomerado de alta
tecnología. Este
complejo ha acumulado enorme poder en
los pasillos del poder en Washington y en otros centros
políticos alrededor del
mundo. Un emergente
bloque de poder que reúne
el complejo financiero global con el complejo
militar-seguridad-industrial
tendió a cristalizarse a raíz del colapso de 2008. Hay una peligrosa
conjugación alrededor de la
acumulación militarizada de los intereses de clase de la CCT con
las cuestiones
geopolíticas y económicas. Entre
más
llega a depender la economía global de la militarización y el
conflicto, cada
vez mayor es el impulso hacia la guerra y cada vez son más altos
los riesgos
para la humanidad.
El
día después del triunfo electoral de Trump, el precio de las
acciones de la
empresa “Corrections Corporation of America”, la principal contratista
privada para los
centros de detención de los inmigrantes en Estados Unidos, se
disparó en un 40
por ciento, dada la promesa electoral de Trump de deportar a los
inmigrantes en
masa. Los grandes
contratistas militares
como Raytheon y Lockheed Martin, registran súbitas alzas en sus
acciones cada
vez que hay un nuevo brote del conflicto en el Medio Oriente. Horas después de que la
marina
norteamericana bombardeó a Siria con misiles Tomahawk el pasado
6 de abril, el
valor de las acciones de Raytheon subió en un mil millones de
dólares. Centenares de
firmas privadas alrededor del
mundo hicieron ofertas para la construcción del tristemente
célebre muro de
Trump en la frontera estadounidense-mexicana.
Más
allá de la retórica populista, el programa económico de Trump
constituye el
neoliberalismo en esteroides. Las
reducciones de impuestos corporativos y la acelerada
desregulación vendrá a
exacerbar la sobre-acumulación y aumentará la propensión del
bloque de poder para
los conflictos militares. Los
militares
activos y retirados que controlan la maquinaria norteamericana
de guerra ocupan
numerosos puestos en el régimen de Trump y gozan de cada vez
mayor autonomía de
acción. Sin embargo,
detrás los régimen
de Trump y del Pentágono, la CCT busca sostener la acumulación
mediante la
expansión de la militarización, el conflicto y la represión. Solamente un
contra-movimiento desde abajo, y
a la larga, un programa para redistribuir la riqueza y el poder
hacia abajo,
pueden contrarrestar el espiral hacia arriba de la conflagración
internacional.
William I. Robinson
Profesor de Sociología, Universidad de
California en Santa Bárbara
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