CHACO»
No queríamos que nadie muriera, sin haberlo conocido.
Héroe latinoamericano
28 agosto, 2016
¿Saben
qué pasa? A lo mejor ustedes no lo hayan visto, seguro, seguro no hayan
visto cuando el tipo levantaba el índice, como si fuera un pico,
mientras esa garganta poderosa mediaba la puja entre las venas del
cuello y su propia piel. Prepotente, una abanderada convicción le izaba
la sangre hasta el corazón, enrojeciéndole la nariz, calentándole los
cachetes y encendiendo esa
pelada minada por las únicas canas que no pudo derrotar, una plataforma
de ideas que ningún terrateniente logró colonizar, ni maquillar para
televisión, ni condenar a la sojización.
Claro,
amigos, ¡ustedes no lo vieron! No lo vieron parar de pecho un
patrullero, ni tumbarlo, como inventaron para poder enjaularlo, pero
tampoco lo vieron dar vuelta a la mafia uniformada del Chaco, con sus
propias manos. ¿Qué no? Los paró, los detuvo, lo hizo dar marcha atrás y
los volcó a fuerza de grito, para que tuvieran bien clarito que ningún
corralito nos podría domesticar, porque la sangre de Darío tarde o
temprano los iba a ahogar.
Y
sí, la televisión trasmite todas las mañanas, todas las tardes, todas
las noches, pero si no tiene tiempo para las marchas masivas del
movimiento estudiantil en su Buenos Aires tan excesivamente querido,
¡menos que menos para semejante atrevido! Ya debatimos los números de
baile, los promedios del descenso, los puntos de rating o los
porcentajes de sus encuestadoras, pero bueh, todo no se puede. No
podemos detenernos también ante la impronta intempestiva, propositiva y
educativa del maestro que impulsó un modelo de educación participativa,
para llevar la tasa de deserción escolar del 50% al 1%, ni ante las
escuelas del barrio Mate Cosido que cerraron sus puertas para decirle
gracias al padre que las fecundó. Boludeces, no.
Ojo,
tal vez puede ser que tanta luz y tanta acción no hayan tenido tannnta
cámara, porque si bien era un tipo de principios, de desarrollos y de
finales, no era la clase de cibernauta capaz de compartir muchas veces
la foto del niño sirio. A él, más bien le gustaba compartir la foto de
sus asesinos, por una cuestión de buen gusto. Gente lista, exportando
seres humanos. Gente de mierda, con títulos en inglés. Sus gritos tenían
dos manos, una izquierda y otra izquierda al revés.
Pero
cómo lo van a saber, ¡cómo mierda lo van a saber! Por suerte para la
muerte, el servicio de comunicación audiovisual aún vela por nuestro
derecho a la estética comercial y este hombre, hay que decirlo, parecía
gordo. Parecía, por la pronunciada elongación de su chomba, por la
abrupta frontera del cinturón y porque justo ahí cargaba un baúl
abdominal relleno de sueños, de tizas, de aguante y de palos que se
comió por ahí, burlando la ingesta calórica de tantos funcionarios, que
jamás en su vida morfaron en los comedores comunitarios. Una barriga con
autoridad, siempre saturada de proyectos irregulares, esas ideas que
surgen en las entrañas populares, en las ollas barriales, en las
manifestaciones gremiales, en las movilizaciones antiprotocolares.
Gordo, como Soriano. Gordo, como Hemingway. Gordo, como el mar. Gordo…
¡Cómo te vamos a extrañar!
Ni
fotogénico como el Che, ni mercenario como Lanata, el viejo no llegó a
comprar el manual de Durán Barba, ni el libro de Vicky Xipolitakis, para
entender la lógica mediática de la pelotudez catedrática. Y en parte se
lo tiene merecido, por no haber sabido administrar el tiempo: uno no
puede andar por la vida gritando, ni poniéndole voz a la ruta 11, ni
criando hijos con ojos abiertos, ni enalteciendo a su madre, ni educando
otros padres, ni aprendiendo de sus niños, mientras todo el país
trabaja para inaugurar otra fachada de Metrobus o para rebalsar esta
economía que finalmente se ha derramado: el viejo sabia que se
derramaría para ese lado. Y sí, decimos viejo, para no dejarnos llevar
por las ganas de llamarlo pendejo, porque el paso de los años no siempre
explica que maduraste: a veces, sólo implica que te cansaste. Y no, el
Viejo maduró, nunca se afeitó y hasta algunos creen que falleció. Ahora,
cansarse lo que se dice cansarse, todavía no se cansó.
Bueno,
pero gente solidaria hay mucha, eh. Capaz no tanto los días que se
vota, pero si recuerdan a esos empresarios que aportaban
desinteresadamente 50 mil pesos para una cena de campaña, tan sólo para
ayudar al candidato que ahora les ofrece desinteresadamente los
ministerios, los fondos públicos y los cargos que multiplican esa
inversión original, de seguro notarán que estamos rodeados de personas
honestas, dispuestas a multiplicar la riqueza que han heredado, para
poder enseñarnos la inutilidad del Estado. Y este chabón mentía, eso sí,
cuando jugaba al truco mentía descaradamente. Quizás no cuando honraba
el presente, ni cuando agitaba al gremio docente, ni cuando el INADI
destacaba su coherencia, ni cuando reclamaba la Segunda Independencia,
ni cuando resistía con el Movimiento Territorial de Liberación, ni
cuando todo pintaba mal, ni cuando abrazaba una escuela de gestión
social, para todos sus hermanos. La llamó “Héroes Latinoamericanos”.
Un
poco, apenitas, un cachito de ganas de compartir un mate y un pan, ¿no
les dan? Pues deberán ir a buscarlo marcha atrás, porque ahora no está
más: el 20 de julio nos dejó, un traidor Día del Amigo se lo llevó. Bah,
eso dicen los medios chaqueños, que no son tan independientes y
creíbles como los porteños… Todos, todas, todes, publicaron ese
accidente vial, pero su fallecimiento tampoco alcanzó a la prensa
restringida, porque su muerte fue opacada por su propia vida. Por eso,
por esa, hoy vinimos todos hasta su tierra, para volvernos su eco en el
foro federal, con las cuerdas barriales de cada asamblea provincial.
Pero también para esto, para ejercer la ley de medios por mano propia,
puesto que tristemente no hay espacio en la caja pelotuda para la
primicia de una tremenda joya perdida: hoy hacemos noticia, su
multitudinaria despedida.
Y
acá estamos, mojando la pluma en la rabia, para gritar con todas
nuestras gargantas que Fito Molodezky vivió y vivirá por siempre, aunque
la tele nunca lo viera, en el fondo del Mate Cosido.
No queríamos que nadie muriera, sin haberlo conocido.
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