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Movimientos en imágenes
Verónica León Burch
ALAI AMLATINA, 21/07/2017.- Las
imágenes en movimiento vienen acompañando a la lucha social como
complemento y
componente prácticamente desde que aparecieron hace ya más de un
siglo, pero en
el mundo hypermediatizado de hoy se han vuelto imprescindibles. En los últimos 10 años,
mucho ha cambiado en
el tránsito del movimiento alter-globalización a las
llamadas
“twitter-revoluciones”, lo que llama a análisis más profundos y
retos hacia
adelante.
En el inicio fue el documental,
desarrollado como
mirada sobre el mundo pero también como lenguaje de propaganda
al servicio de
todas las ideologías. En
la época de las
vanguardias y revoluciones latinoamericanas se lo asocia con los
movimientos de
izquierda y su búsqueda por mostrar la realidad social. Documentar la lucha social
era entonces un
privilegio reservado a los pocos que tenían acceso a la técnica
y los equipos
para rodar en cine.
Hacia el ocaso del milenio, con el
fin de la
guerra fría y la expansión del libre mercado surge un nuevo
movimiento global,
dinámico y diverso, articulado en torno a una alter-globalización,
que
adopta al audiovisual como parte de su práctica. Las tecnologías análogas y
digitales abrieron
el acceso a métodos de producción amigables y a bajo costo. Y las dinámicas mismas del
activismo son
influenciadas por su documentación, concebidas cada vez más para
la cámara,
ganando en performatividad y espectacularidad, volviéndose
incluso la
estrategia central de organizaciones especializadas en los stunts
(ardides) mediáticos. En
todos los
casos, la protesta se vuelve impensable sin su debido registro;
es como si no
existiera. Podríamos
decir que a partir
de ese momento las imágenes preceden a la acción.
Así, mientras el cine de autor seguía dialogando
con la lucha
social, desde su nicho y sus lógicas de financiamiento, el mundo
activista
desarrollaba sus propios lenguajes y estéticas, que a su vez
desbordaban y se
intersectaban con el documental, el reportaje, la animación, el
video
experimental, el videoclip, entre otros.
Más que un género, se constituye un circuito, una
economía alternativa
del audiovisual propia, con prácticas de auto-financiación,
trabajo
colaborativo (incluyendo distintos grados de auto-explotación
laboral), y
colectando fondos de la cooperación, las ONGs y los mismos
movimientos. Conscientes
de la inutilidad de las imágenes
sin espectadores, se generan además circuitos de distribución,
con redes de
circulación e intercambio y la creación de canales y plataformas
propias, como
la red Indymedia. Este
circuito
aprovecha también la llegada de nuevos canales como Al-Jazeera,
RT, HispanTV y
luego Telesur, que responden a la búsqueda de una
re-configuración multipolar
del poder geopolítico mundial, y en ese sentido se plantean como
una
alternativa “contra-hegemónica” a las narrativas dominantes,
aunque no
exclusivamente desde la izquierda o desde los pueblos.
Este circuito generó, sin embargo, un círculo
bastante cerrado y
críptico, poco accesible para el ciudadano común, desarrollando
incluso una
suerte de dialecto propio, aquel que se oía con frecuencia en el
Foro Social
Mundial. Por tanto, se
planteaba
constantemente el reto de trabajar con lenguajes y estéticas más
accesibles, de
llegar a públicos más amplios. Con
el
giro hacia la web 2.0 –la de las redes sociales–, en parte estos
retos se cumplieron,
pero algo se perdió en el camino.
Tras la crisis financiera de 2008
todo empieza a
cambiar. El movimiento
de
alter-globalización empieza a decaer junto con el Foro Social
Mundial y surgen
movimientos más localizados y centrados en demandas más
inmediatas como los
Occupy, 15M y la primavera árabe.
Aquí
en la región, las complejas relaciones de amor/odio con los
gobiernos
progresistas llevan a los movimientos sociales y activistas a
una suerte de
crisis existencial. Las
estrategias de
las derechas y el poder financiero también mutan, volviéndose
más
sofisticadas. El
movimiento de
alter-globalización había logrado poner un freno a la OMC,
derrotar al ALCA y
visibilizar los abusos de las corporaciones transnacionales. Pero mientras McDonalds,
Nike, Monsanto o
Exxon se volvían malas palabras, con cada click, video subido y
post compartido
seguíamos consolidando a los grandes monopolios de hoy, los
denominados GAFA
(Google, Apple, Facebook, Amazon) y demás gigantes digitales. Y sí, las redes sociales
permitieron llegar a
públicos mucho más amplios y posicionar un sinnúmero de causas. Las estéticas del
movimiento “alter” se
diversificaron, se volvieron mainstream y hasta fueron
mercantilizadas. Mientras
tanto la
ideología neoliberal, ahora vestida de tecnología y gig-economy,
sigue
avanzando, desarticulando lo comunitario y lo público –que ahora
incluye las
iniciativas colaborativas surgidas en la web–, y promoviendo la
mercantilización de todo, incluso del compartir, de la
solidaridad y por
supuesto de la insurgencia.
En la era smartphone, la ubicuidad
de las cámaras
digitales y la facilidad para compartir imágenes no ha hecho más
que
profundizar nuestro sometimiento al registro.
Podemos preguntarnos en qué momento la imagen llegará a
preceder a la
existencia misma. Las
plataformas y
herramientas propias se han ido desvaneciendo, incapaces de
competir con las
redes sociales, pero también –es importante decirlo– por una
estrategia de
ofensiva desde las esferas de poder, como hemos visto con el
constante
hostigamiento y confiscación de servidores contra Indymedia. Esto no solo atenta contra
nuestra soberanía
y capacidad de entender y controlar mínimamente las tecnologías
que usamos,
sino que neutraliza un sinnúmero de seguridades y protecciones
(Indymedia usa
servidores propios y protege el anonimato de todos sus usuarios,
por ejemplo),
dejándonos cada vez más vulnerables frente a la vigilancia
masiva, que ya está
superando nuestras ficciones más distópicas.
Y por último, vemos un
resurgimiento de la
ultra-derecha a nivel mundial, que ha retomado muchas de las
herramientas y
estrategias tanto de protesta como de comunicación guerrilla
del
movimiento de alter-globalización.
Consolidan sus propios circuitos alternativos y de
producción
audiovisual, como la poderosa maquinaria de documental Alt-right[1]
en Estados Unidos. Pero
además, cuentan
con el respaldo financiero de sectores del poder, lo que les
permite
desarrollar herramientas más sofisticadas, como el análisis de
datos –que jugó
un rol decisivo en las campañas de Trump y del NO a la paz en
Colombia–,
convirtiéndose en expertos del troleo y la
desinformación.
En el cambio de un circuito más pequeño y cerrado,
pero en cierta
medida más cualitativo, a la masividad de las redes sociales, se
perdió el
control sobre cómo se consumen y discuten las imágenes (la
mayoría de
espectadores apenas ven unos pocos segundos de los videos en
Youtube, por
ejemplo). Frente a este
nuevo panorama
surgen grandes preguntas y retos: la necesidad de consolidar
tejidos sociales y
redes de intercambio que no dependan solo de Internet, por un
lado,
fortaleciendo los canales públicos y comunitarios, por ejemplo. Recuperar o consolidar
herramientas y
plataformas propias, lo que implica impulsar políticas de
soberanía tecnológica
en nuestros países y la región.
Apuntar las
cámaras hacia las nuevas estrategias y
focos de concentración del poder, aún poco visibilizados. Y por último, en el
torrente de imágenes actual, se necesita toda la creatividad
para crear
mensajes que impacten, resuenen y movilicen, sin comprometer los
contenidos. Una ventaja
que el mundo
activista siempre ha tenido es su inmensa flexibilidad, con
pocas restricciones
creativas y abierta a todo tipo de géneros y formatos.
- Verónica León Burch es videasta, colaboradora
incidental de ALAI
desde su(s) nacimiento(s).
Artículo publicado en la Revista
América Latina en Movimiento 525/526: Ante
escenarios desafiantes
03/07/2017.
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