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¿Guerra civil en Venezuela?
Ana
Esther Ceceña
ALAI AMLATINA, 03/07/2017.- Las guerras del
Siglo XXI tienen la particularidad
de parecerse a las movilizaciones por derechos ciudadanos. La larga experiencia del
Pentágono en
intervenciones y políticas de disciplinamiento en todos los
continentes y en
todo tipo de situaciones, ha llevado a concebir las guerras de
maneras muy
distintas a las empleadas, con mayor o menor éxito, en épocas
pasadas (tan
cercanas como las del último Siglo XX). Las
catástrofes climáticas o humanitarias son hoy uno de los
denominados riesgos o
amenazas a la seguridad que permiten la
movilización de tropas y su
intervención en territorios extranacionales, tal como ocurrió en
Haití con el
terremoto de 2010 y donde el Comando Sur de Estados Unidos que
había ocupado la
plaza, cuando decidió retirarse, dejó instalada la Misión de
Naciones Unidas
(MINUSTAH). La intervención humanitaria
produjo una ocupación militar que después de siete años deja un
lamentable
saldo de violaciones de derechos humanos y conculcación del
derecho a la
autodeterminación del pueblo haitiano.
Pero quizá lo más novedoso de las
intervenciones de
este siglo es su carácter reptante. Avanzan
a ras del suelo de manera silenciosa, colándose entre la gente,
comiéndose los
tejidos comunitarios y sembrando miedo, confusión e
incertidumbre. El
estallido viene después. Primero
se carcomen las bases de los vínculos
sociales, los que hacen a “la gente” ser “pueblo” con un sentido
sujético explícito,
así como las bases del entendimiento colectivo o sentido común,
a través de un
cuidadoso trabajo de socavamiento simbólico, bombardeado desde
los medios
masivos de transmisión de datos e imágenes.
Esto viene pasando desde hace rato y
ya no suena novedoso,
a pesar de que propiamente es un modo de hacer la guerra que
sólo se
sistematizó en el siglo XXI, combinado con la estrategia de
espectro completo (abarcar
todas las dimensiones de la organización social y de la
geografía) y con la
idea de aplicar todos los mecanismos simultáneamente y sin
reposo.
Esta modalidad de dominar, o de
hacer la guerra,
tiene como inspiración el estudio del comportamiento de los
sistemas complejos,
que se han constituido de manera natural, y más particularmente
el de las
abejas. La asimilación
del
comportamiento de las abejas deriva en una estrategia de ataque
al modo de un enjambre:
todos al mismo tiempo pero de
diferentes maneras y desde direcciones distintas. Gran parte de la fuerza del
ataque proviene de
la confusión que se genera pues el atacado no identifica tan
fácilmente de
dónde viene la ofensiva, y tampoco tiene reposo como para
observar o pensar con
cuidado cómo defenderse de ella. Más
que
un enjambre lo que se despliega es una red o un conjunto de
enjambres: atacan
el abasto, la capacidad de compra, la movilidad, los servicios
básicos, la
tranquilidad en el barrio, la organización comunal, los sentidos
comunes, y
todo en una modalidad similar a la que se desata cuando alguien
patea un panal
de abejas. Según David
Faqqard, oficial
de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, “implica un ataque
convergente por muchas unidades”. Es
un modo de hacer una guerra
que no parece tal, pero que cuando ya está es absolutamente
abrumadora.
Métodos como estos, con sus
particularidades y
escalas, han sido usados en Libia y Siria. Siempre aprovechando y
atizando las
contradicciones ya existentes y llevándolas a un nivel de
confrontación
absoluta, que propicia la introducción de fuerzas adicionales
(fuerzas
especiales de mercenarios), de operaciones encubiertas o incluso
de bombardeos
del exterior, que no sólo elevan la tensión sino que garantizan
el
acaparamiento de los lugares estratégicos (pozos petroleros,
puertos, pasos o
rutas). Generalmente
estas
intervenciones se combinan también con algunos ataques
estrepitosos y
fragilizadores, como incendios de infraestructura básica o de
hospitales
(maternidades, como en Venezuela), para además crear sensación
de indefensión.
Crear “situaciones de guerra”
(Ceceña, ALAI 495 y
500) como éstas es altamente rentable. En
general, como los ataques son súbitos y contundentes (y
relativamente
inesperados), permiten el apoderamiento de los recursos o
territorios valiosos
que regularmente se siguen explotando en beneficio del atacante.
Adicionalmente, en esta
situación, hay una
constante y creciente necesidad de armas y otros bienes, entre
los que se
cuentan alimentos básicos o medicamentos, y que tienen que ser
adquiridos en el
exterior por el socavamiento de condiciones de producción
interna, en caso que
hubieran existido. Es un
buen negocio
por todos los ángulos.
La venta de armas no es un asunto
menor. Sólo Arabia
Saudita ha adquirido 110,000
millones de dólares en armas para consolidarse como eje de la
llamada OTAN
árabe y el nuevo equipo gobernante de Estados Unidos ha
multiplicado sus
presiones en diversos foros para inducir la compra de armamento
que proviene de
sus fábricas, o las de Israel.
La guerra es el modo más rentable de
disputar
territorios, riquezas, rutas, ganancias y espacios de poder, y
es un modo
altamente eficiente de imponer disciplinas.
Entre
la paz y la guerra
Por eso nadie se sorprende si
escucha decir que
Venezuela es la Siria de América, pero esa es una afirmación
temeraria. En Siria hay
una guerra propiamente dicha, con
armas, bombas, desplazados, asesinados, disputa de territorios y
todos los
derivados de una situación de confrontación armada abierta con
múltiples
frentes y una enorme complejidad que deviene del hecho de que
Siria es el
epicentro de un conflicto bélico que involucra una zona muy
amplia que abarca la
región del Medio Oriente y una parte de Europa y del norte de
África. Aún más, la
guerra en Siria es una
manifestación de la disputa entre Estados Unidos, la coalición
potencial o
velada entre Rusia, Irán y China, y quizás una Europa en proceso
de
reconstitución, con el involucramiento diferenciado de casi
todos los estados
de los alrededores, configurando un escenario de potencial
guerra mundial.
A Venezuela, que es un eslabón
principalísimo del
corredor energético mundial, se le está haciendo una guerra;
pero en Venezuela
no hay guerra. Venezuela
es un escenario
de lucha entre la construcción de la paz y la guerra. Tres elementos muy
importantes han permitido
detener la guerra:
1) el proceso venezolano está siendo
defendido en
las calles y los barrios por el pueblo organizado; la revolución
bolivariana es
del pueblo;
2) el proceso de construcción de la
llamada unidad
cívico-militar ha llevado a una imbricación que compromete a
ambas partes con
una defensa diferenciada pero compartida de lo que queda bajo el
rubro de la
revolución bolivariana, y que en este caso es entre otros la
defensa de la vida;
3) mientras más se tensa el
conflicto venezolano y
más se destaca como objetivo a derrotar al presidente Maduro,
más parece
estarse creando un gobierno colectivo que sostiene pero diluye
la figura
presidencial y otorga mayor solidez a la representación del
estado.
Estos tres elementos jugando juntos
han generado la
posibilidad de enfrentar la guerra sin hacer la guerra; de
enfrentar la
violencia con organización comunitaria; de inventar en la
práctica cotidiana
milicias de paz. El
proceso, sin duda,
se ha desgastado. Pero
también
indudablemente se ha fortalecido y se ha radicalizado. Mantener una prolongada
situación de asedio y
violencia sin usar las armas ni para defensa personal es un
signo de altísima
conciencia y responsabilidad tanto de los cuerpos de seguridad
del estado como
de los civiles en pie de lucha. Venezuela
es hoy el umbral y a la vez el dique de la extensión de las
guerras de otros
continentes hacia América y un punto de definición estratégico
del
estallamiento, o no, de una tercera guerra mundial.
- Ana Esther Ceceña es coordinadora del Observatorio
Latinoamericano de Geopolítica, Instituto de
Investigaciones Económicas,
Universidad Nacional Autónoma de México. Integrante del Consejo
de ALAI.
Artículo publicado en la revista
especial 40 años de
ALAI: “Ante escenarios desafiantes” – América
Latina en Movimiento, No. 525-526, junio-julio 2017.
http://www.alainet.org/es/revistas/525-526
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